A medida que el mundo parece asistir al crecimiento de populismos y nacionalismos, resulta evidente que la inseguridad económica se sitúa en el corazón del descontento, lo que obliga a repensar el contrato social, incluyendo la observación de una sociedad y sus actitudes y comportamientos reales (...) La única forma sensata de construir sentido de seguridad, credibilidad y confianza en un mundo en acelerado cambio y globalización no es otra que minimizar los riesgos de exclusión, generar expectativas reales y satisfactorias desde un irrenunciable nuevo compromiso y contrato social hacia un diferente estado de bienestar”. Con estas palabras, la publicación esta misma semana del trabajo conjunto de F&D (Revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional) y la London School of Economics, The Age of Insecurity. Rethinking the social contract (La era de la inseguridad. Repensando el contrato social), introduce un amplio debate desde la profundidad de una crisis real y de expectativas con incidencia a lo largo del mundo y que exigirían reconsiderar lo que unos y otros (personas, empresas, gobiernos) hacemos en relación con los derechos y obligaciones ciudadanas ante los crecientes miedos y oportunidades de la irrupción de las tecnologías exponenciales en nuestras vidas, el cambio en la naturaleza del trabajo y el empleo; la reformulación de los sistemas de prevención, protección, seguridad social y bienestar; en educación y estructuras familiares y comunitarias. Elementos condicionantes, para bien y para mal, de un nuevo mundo en desarrollo que provoca, necesariamente, nuevos modos de gobernanza, nuevos instrumentos de participación, decisión, autogobierno y colaboración entre distintos jugadores.

En definitiva, riesgo ante el cambio acelerado (predecible, a la vez que difícilmente controlable en el impacto y trascendencia individual en el tiempo) e incertidumbre (desconocida, insegura, no controlable) en un escenario diferente al vivido en los últimos 40/50 años. Es decir, necesidad de actualizar principios y contenidos asociables al llamado y ansiado estado de bienestar.

Esta reflexión viene a cuento, no por inédita, pero sí por su claridad, como base para acercarnos al análisis de algo relativamente próximo como es el resultado electoral en Andalucía del pasado domingo, 3 de diciembre. El hecho de que, tras cuarenta años de gobierno, el PSOE, pese a ser el partido más votado y con más escaños, haya perdido la capacidad mayoritaria para seguir presidiendo el ejecutivo (en principio), ha generado todo tipo de análisis y valoraciones, destacando entre tertulianos y observadores mediáticos, que ha sido debido “al proceso catalán y, en definitiva, al cuestionamiento de la organización territorial del Estado español”. Desgraciadamente, como casi siempre, las causas del no éxito se buscan en los demás y no se mira hacia dentro, evitando asumir responsabilidades. El triunfo, a la vez que derrota del PSOE, viene acompañado de la derrota con apariencia de triunfo del Partido Popular (también, sus peores resultados históricos en Andalucía), la derrota sin paliativos de la coalición Adelante Andalucía (Podemos, IU, Anticapitalistas), el crecimiento de Ciudadanos (tercera fuerza con apariencia ganadora pese a su no triunfo) y de la nueva fuerza, Vox, calificada como ultraderecha, división extrema del Partido Popular o canal del descontento general, según quien lo observe. La suma, peras y manzanas, parecería llevar a algún gobierno de la derecha a dos o tres bandos (Partido Popular, Ciudadanos, Vox).

Así las cosas, el debate parece centrarse en el viejo debate derecha vs. izquierda, exclusión o no de los ultras (al parecer solamente de aquellos en el ámbito de la derecha)... y en las guerras internas de la izquierda (PSOE y Podemos) enmascaradas en un poder controlado de forma centralizada desde Madrid o desde la periferia (en este caso en Andalucía).

Pero, superado este falso debate, se ha pretendido extender una causa externa: Catalunya, el independentismo-nacionalismo y la organización territorial. Esta sería la causa de la desafección, de la elevada abstención en las urnas, del fracaso de los partidos “de izquierda” y “de la derecha tradicional” y, por supuesto, de la entrada en el Parlamento de una nueva fuerza descontenta con todos y con todo y que promete iniciar una “reconquista”. Sin embargo, merece la pena acercar la lupa y fijarnos, de momento, en Andalucía y los andaluces.

¿Es que alguien esperaba que el ciudadano andaluz no se rebelara ante tanto caso de corrupción, con dos expresidentes socialistas de su Comunidad en el banquillo acompañando a cientos de encausados beneficiados de múltiples, millonarios y barriobajeros usos de fondos públicos en favor personal? ¿O que continuaran pasivos ante las guerras intestinas de su propio partido bajo fotografías fake de besos y abrazos de sus enfrentados dirigentes (Susana y Pedro)? ¿O que asumirían tanta danza de alianzas por etapas (hoy con IU, mañana con Podemos o Adelante Andalucía y más tarde con Ciudadanos) en un único intento de mantenerse en el Gobierno al margen del para qué? ¿Alguien esperaba indiferencia ante la desigualdad, el desempleo, la crisis estructural y los alarmantes datos de la educación, la sanidad y el bienestar de su población? ¿Cabría esperar un apoyo entusiasta ante potenciales “modelos de cambio” en un hipotético acuerdo con Podemos + Izquierda Unida que no solo no han ofrecido resultados en su gestión, sino que concurren, como casi siempre, enfrentados, generando escisión tras escisión? No. El problema no viene de Catalunya, sino de Andalucía.

Empecemos por recordar que el 50% de los andaluces con derecho a voto se quedaron en casa y que nada menos que 80.000 que sí acudieron a las urnas votaron nulo (preferimos creer que son nulos voluntarios y no por dificultades de emisión). Quienes votaron, castigaron a los tres contendientes clásicos: el PSOE obtuvo su peor resultado, el PP perdió más de 300.000 votos y 7 escaños y Adelante Andalucía-Podemos no ganó ni en el feudo de sus líderes (Cádiz). Ciudadanos se convirtió en tercera fuerza y entiende que es ya su momento de asumir funciones de gobierno; Vox, de reciente creación, irrumpe con 390.000 votos; y recordemos otro dato que parece olvidarse en los diferentes análisis: Almería. La “última provincia” que rechazó formar parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el referéndum estatutario correspondiente y que fue incluida, desde los despachos, por acuerdos internos de los partidos “de gobierno” españoles, ha vuelto a desmarcarse y prefiere su relación directa con el centralismo del Gobierno español (Madrid) que la de la lejana Sevilla (Gobierno andaluz), dando sus votos a quienes defienden (ayer, hoy y, seguramente, mañana) una España única, grande? en su cruzada y reconquista imparables. Y, finalmente, una referencia al reclamo de los populismos que, en el caso español y andaluz, parecerían limitarse a lo que podríamos llamar “populismos de derechas”. Al parecer, no habrían de percibirse “populismos de izquierda”.

¿No sería el momento de cambiar el foco del análisis y volver la mirada hacia el inicio de este artículo? El acelerado y complejo cambio “globalizado” que vivimos (de mayor intensidad el que está por venir) supone sociedades diferentes, demandantes de soluciones distintas, distantes respecto de lo recibido y percibido hasta hoy y que no parecen encontrar respuestas en las ofertas propuestas. Mientras, Andalucía refleja un PIB per cápita del 70% del español medio, con un desempleo doble al del Estado, con regiones que lo triplican y 900.000 parados registrados, con 14 de las 15 ciudades españolas de mayor tasa de paro, con un 31% de la población en riesgo de pobreza; Andalucía (2018) se sitúa como la Comunidad Autónoma número 17 en términos de PIB per cápita, con un bajo nivel de vida en comparación con la media estatal y el difícil trago de situarse entre las últimas de Europa.

¿Cabe, entonces, pensar que exista desafección con el Gobierno y los partidos dirigentes y sus políticas y resultados en los últimos cuarenta años, cronificando una capa político-funcionarial dominante conviviendo en un sociedad dual con tantas desigualdades?

Todo parece invitar a que, en este caso, en Andalucía, pero no solo, se asuman nuevas líneas de observación y reflexión, a la búsqueda de nuevas ofertas reales en torno a “nuevos contratos sociales” que propongan nuevas soluciones a las demandas de su población. Solamente de esta forma, Andalucía hoy, los demás mañana, construiremos espacios de inclusión mitigadores de riesgos y generadores de actitudes esperanzadas ante la incertidumbre. Será la mejor opción para recuperar la credibilidad y el compromiso para repensar e implementar un verdadero estado de bienestar en el que sentirse satisfechos.