Pues no. No queda tiempo para el descanso y/o celebración tras una semana vertiginosa en la que la actividad parlamentaria se ha visto convulsionada por el movimiento sísmico más grave, importante e impredecible acaecido en la villa y corte madrileña desde el lejano (pero no olvidado) 23-F. En efecto, la fumata blanca a la moción de censura ha hecho realidad lo improbable y, hete aquí que ‘habemus novum’ inquilino en La Moncloa, tal y como nos lo han servido portadas periodísticas a cinco columnas y los informativos de radio y televisión. Pero, no nos engañemos, este cambio no es la panacea para las asignaturas pendientes en la actual legislatura.
Pero sobre todo, la llegada de Sánchez a la presidencia del Gobierno español no implica nuevos escenarios para resolver el problema derivado de la retórica populista de Trump que ha pasado del dicho al hecho e inicia una guerra comercial mundial al hacer efectivas sus amenazas de gravar, entre un 10 y 25%, los aranceles a las importaciones de acero y aluminio procedentes de la Unión Europea, México y Canadá. De esta forma Washington inicia una fase económica de incertidumbre recrudecida por un clima de crispación, impotencia, rabia e indignación, que no sorpresa, en el seno de la UE, como muy bien ha puesto de manifiesto Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea (CE), al señalar que “esto es proteccionismo, puro y simple”.
La respuesta europea no se ha hecho esperar con la Ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente): “No nos han dejado más remedio que proceder ante la OMC y con la imposición de aranceles sobre una serie de importaciones procedentes de los Estados Unidos. Defenderemos los intereses de la Unión, en pleno cumplimiento de la ley de comercio internacional”. Trump ha jugado con Europa durante meses, no ha atendido a peticiones, diálogos ni ofertas. Ha seguido adelante. Quien hace gala de una permanente e irresponsable incontinencia verbal termina por hacer alguna locura, como es iniciar una guerra comercial contra sus principales aliados, como son Canadá, México y la UE.
Claro que, abundando en el tema que hoy nos preocupa, no es suficiente con declaraciones en las que Juncker pone el dedo en la llaga al afirmar: “Nos hemos comprometido continuamente con EEUU, a todos los niveles posibles, para abordar conjuntamente el problema del exceso de capacidad en el sector siderúrgico. El exceso de capacidad sigue siendo el núcleo del problema y la UE no es la fuente sino al contrario, se ve igualmente dañada por ello”. No es suficiente porque la propia CE ha mirado para otro lado cuando ese “exceso de capacidad” productiva en Europa y en el mundo ya era evidente desde hace años.
La posibilidad de iniciar una etapa de proteccionismo es el peor horizonte en una economía globalizada sustentada por acuerdos comercial multilaterales pero extremadamente frágil por las desigualdades y por la presencia de países que no tienen problema alguno en vulnerar los tratados existentes, como es el caso de China o Rusia. Acontecimientos como el Brexit, el fracaso en las negociaciones en la Ronda de Doha, la salida de EEUU del Acuerdo Transpacífico y la congelación de las negociaciones del TTIP han sido algunos de los síntomas de que el sistema multilateral de comercio estaba entrando en un terreno complejo.
Sin embargo, Europa, es decir la Comisión y los principales países de la UE (Francia y Alemania) no han hecho nada para reforzar la competitividad de la industria europea en una economía globalizada y, por tanto, contraria a todo tipo de proteccionismo. Por poner un ejemplo bien elocuente, desde su creación en 1995, la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha conseguido que la media de los aranceles a nivel mundial descienda del 33,96% al 2,88% en 2012 y el número de Acuerdos Preferenciales de Comercio (tanto bilaterales como multilaterales) también ha aumentado de manera exponencial llegando a 270.
En este escenario, la competitividad empresarial no está sujeta a proteccionismo alguno y sólo llega por la vía de la calidad del producto o, en su defecto, por el precio del mismo. Evidentemente, la industria europea no puede competir en precios con los llamados países emergentes. Sólo queda la calidad, acompañada por la innovación tecnológica y el conocimiento de sus trabajadores. Este es el reto que, se mire por donde se mire, debiera haberse afrontado desde hace años. Y esta es la asignatura pendiente para el conjunto de la UE o, por reducirla al ámbito doméstico, a la industria vasca, si quiere sobrevivir a la guerra comercial.