Una vez más, está a punto de cumplirse la ley de Murphy, cuyo principio, enunciado en 1949, “si alguna cosa puede salir mal, saldrá mal”, está a punto de activarse tras conocer que Siemens Gamesa despedirá a 6.000 de sus 27.000 trabajadores. Claro que, esta realidad de la empresa líder en el mercado eólico no es consecuencia de la fatalidad del destino sino de lógica. Si se empieza haciendo mal las cosas, el resultante suele ser negativo y, al parecer, los representantes de ambas firmas afrontaron la negociación para fusionarse ocultando datos, factores y previsiones que hoy afloran creando alarma social entre quienes pagaran los platos rotos, es decir, los trabajadores.
Expliquémoslo un poco mejor. Al igual que, en 1995, el científico Robert Matthews demostró que la conocida teoría sobre la tostada que siempre cae por el lado de la mantequilla no era mala suerte, sino física, la complicada situación de Siemens Gamesa es el desenlace razonable de sumar errores por ambas partes durante las conversaciones de fusión. Errores que no fueron despistes de unos olvidadizos, sino maquillajes premeditados para presentar a su compañía más bonita de lo que era. Errores como ocultar la magnitud de la gran dependencia de Gamesa en el estancado negocio indio, o como el enorme stock de aerogeneradores que Siemens tenía de sus máquinas en EEUU porque no los conseguía vender y los tenía almacenados en sus fábricas.
Este escenario, estúpido por la gestión fraudulenta de sus responsables y dramático por la destrucción de empleo que provoca, nos devuelve a los tiempos de hace una década, cuando la torpeza de los banqueros provocó la mayor crisis económica. Pero no. El mundo occidental sigue girando en torno al delirio empresarial de algunos que mantienen el abuso lingüístico para asegurar, como hizo Ignacio Martín, presidente de Gamesa: “El futuro de Siemens Gamesa Renewable Energy no puede estar en mejores manos, ya que cuenta con un equipo directivo y plantilla de primer nivel” el mismo día que se inscribía la empresa en el registro Mercantil de Bizkaia.
No se trata de reivindicar un cambio en las leyes de una economía de libre mercado, pero cabe pensar que, tras las miserias sufridas, los responsables financieros, económicos y políticos pretendían un rostro más humano. La idea suena pintoresca, lo reconozco, porque existe (y es respetable), la propiedad privada y porque ganar dinero no es un delito, Claro que, por otro lado, la estética del triunfo prevalece sobre la ética social de tal suerte que, mientras las empresas en crisis despiden a millares de sus empleados, sus responsables hacen mutis por el foro cargando con elevadas indemnizaciones.
La raíz del problema, o su contradicción fundamental, reside en los que se hacen llamar empresarios sólo son mercaderes sobrecargados de títulos universitarios y diplomaturas de máster. Aprendices de brujo que pretenden ser portadores de la nueva piedra filosofal como si no hubiera un pasado, como si su idea fuera la única posible. Claro que no hay nada más peligroso que una idea? cuando sólo se tiene una idea.
Su gestión ha sido grotesca. Pero lo malo no reside en la ridiculez de unos pocos, estén en Hamburgo o en Zamudio, sino el drama que provoca en muchos. Tampoco es esencial el impacto cuantitativo en Euskadi, sino el cualitativo. Si no es hoy puede ser mañana, porque con sus mentiras han colocado la empresa al borde del precipicio y han ridiculizado la verdadera gestión empresarial y la meritocracia, demostrando hasta qué punto esos nuevos gestores no han superado el estadio mental de la mediocridad. Su actitud provoca impotencia y, sobre todo, una enorme tristeza al ver cómo se deja una empresa en la más profunda de las incertidumbres.
¿Qué credibilidad puede haber a estas alturas?