bilbao - Las estadísticas dicen que nueve de cada diez concursos de acreedores acaban en liquidación. Las dificultades con que se encuentran los administradores al coger las riendas de un concurso son numerosas, pero hay procesos que acaban con éxito. El retraso en acogerse a esta medida es, según explican los propios profesionales, el gran impedimento en muchos casos para sacar el proyecto adelante.

Cuando un administrador llega a los mandos de una empresa en concurso, lo primero es hacer números y calcular si hay visos de continuar con la actividad. Los intereses de los acreedores y de la plantilla son dos extremos que tiran en direcciones opuestas. En todos los casos se valora en primer lugar la posibilidad de salvar el proyecto y continuar con la actividad, aunque en la mayor parte de ellos los ajustes son inevitables. Tampoco es posible establecer un diagnóstico común para todas las firmas en dificultades, como se está comprobando en Euskadi, donde conviven a la vez varios concursos de empresas importantes cuyo tono real solo lo conocen los propios implicados. Hay que destacar que en general las empresas vascas en apuros se están topando con inversores interesados en proceder al rescate.

El diálogo con la parte social es fundamental ya que su opinión suele ser determinante a la hora de escoger a uno u otro inversor, aunque otro punto crucial y nada sencillo es cerrar un acuerdo con la parte acreedora.

Los profesionales aseguran que si se coge a tiempo, el concurso no tiene por qué suponer la defunción de la empresa aunque las estadísticas digan que la mayoría acaban bajando la persiana. El estigma que rodea a esta figura hace que los empresarios tarden demasiado en solicitarla y que, muchas veces, sea tarde.

En Euskadi se iniciaron en el segundo trimestre del año 89 concursos de acreedores, lo que supone un incremento del 20% en relación al pasado año. Las firmas de gran tamaño con relevancia mediática son, por tanto, la minoría. - DNA