Tras el vértigo provocado por los escándalos de corrupción en esta última semana, comienza otra en la que la zozobra parlamentaria puede ser de infarto al estar en juego el futuro de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2017 y quizás, por qué no, el porvenir de Mariano Rajoy como inquilino de La Moncloa. Puede parecer que el vértigo de ayer no tiene nada que ver con la zozobra de mañana, pero no debemos olvidar que con el mismo origen, el PP, están tantos los corruptos encarcelados como las cuentas públicas que deben pasar esta semana (martes y miércoles) el trámite parlamentario para rechazar o aprobar las enmiendas a la totalidad.
Todo ello aderezado por la incertidumbre política en Europa, así como los primeros resultados bancarios del ejercicio en curso. Semana, por tanto, complicada a priori en la que, imagino, los desfibriladores estarán todos en su sitio en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo y en perfecto estado por si fueran necesarios entre quienes tienen que negociar, regatear, concertar e intercambiar cromos para que el PP pueda contar con los 175 votos que le garantizan rechazar las enmiendas a la totalidad presentadas a los PGE de 2017 por la oposición, que son quienes deben alcanzar la mayoría absoluta (176 votos) para echar atrás las cuentas de Rajoy.
En este panorama, el único interlocutor válido es el PNV, cuyos escaños (5) pueden ser como la boya a la que amarrar el barco presupuestario e impedir que naufrague. No hay muchas alternativas. El PP necesita sumar cinco votos a los 170 que consiguió en la investidura de Rajoy (Ciudadanos, UPN, Foro Asturias y Coalición Canaria). Por tanto, si el grupo nacionalista no da el visto bueno, la oposición puede sumar más votos que el PP. En otras palabras, el partido gobernante necesita incentivar a su favor la voluntad de los nacionalistas vascos, pero éstos tienen que valorar, en sus justos términos, las dos líneas de descrédito de los populares, resumidas, por un lado, en la falta de rigor en los ingresos fiscales previstos en los PGE y, por otro, en el clima creado por los abundantes casos de corrupción.
El supuesto apoyo del PNV a los PGE proyecta, en consecuencia, el peligro de estar aceptando como buena una filosofía que no es compartida por la oposición al considerar que son unas previsiones de ingresos fiscales infladas y una “alegría” de gasto público difícilmente justificable. Se dice, y creo que con razón, que a pesar de la mejoría experimentada en el conjunto de la economía española, no estamos para despilfarros al existir una crisis importante de sostenibilidad a medio plazo. Y lo que es peor: nadie quiere ver esta crisis en términos de economía real (empleo y poder adquisitivo).
El ambiente es incierto y peligroso. La falta de mayoría del PP abre la puerta a negociaciones en las que Euskadi pueda beneficiarse con los incentivos que prometa Rajoy, pero la bruma de cálculos recaudatorios optimistas y los nubarrones de la corrupción pueden convertirse en una trampa que desprestigie el PNV como socios de un partido que cultiva el fingimiento presupuestario y la malversación del dinero público.