Bilbao - Advierte antes de la entrevista de que no va a opinar sobre la actualidad, que para eso ya está el secretario general. Pero en su repaso a la historia de ELA -en sus 40 años de militancia se ha encargado, entre otros cometidos, de la comunicación del sindicato- German Kortabarria sí deja claro que el viaje “desde la moderación hacia la radicalidad” está hoy tan justificado como ayer.
¿Cómo y por qué empieza ese cambio?
-ELA ha cambiado para ser fiel a su proyecto. En su tercer congreso -celebrado en Euba y Eibar en 1976- ELA se plantea un proyecto muy ambicioso. Un proyecto de clase, independiente y comprometido políticamente. Pero ELA en 1976 es muy poca cosa y primero tiene que crecer y consolidarse. Cuando puede asumir los retos que están en su declaración de principios se encuentra con grandes cambios. Las mujeres irrumpen en el mercado laboral y la precariedad se impone. El mercado está cada vez más desestructurado. Esto le lleva a plantearse que las formas tradicionales de intervención no son suficientes.
Un cambio de rumbo hacia posiciones más radicales.
-Vemos que no hay interés en abordar los problemas de la gente que lo está pasando mal. Si la negociación colectiva no sirve para abordar esos problemas hay que cambiarla. Si la participación institucional tampoco sirve tenemos que cuestionarnos si merece la pena participar. ELA se radicaliza para ser fiel a sus orígenes y a sus objetivos.
También llega a la conclusión de que el Estatuto de Gernika no sirve.
-Cuando se aprueba el Estatuto ELA no se lo cuestiona. Es consciente de que tiene vacíos pero hace un gran esfuerzo por ir rellenándolos en materia laboral y social. Hace un esfuerzo por apurar el marco estatal pero se encuentra frente a un muro. El estado de derecho no es para todo el mundo. La legalidad está para mantener un statu quo en el que ELA no tiene sitio. Todo eso lleva hacia una posición soberanista.
Explica en el libro que en la Transición ELA es un sindicato de orden que viene a cimentar el sistema democrático. Dicho hoy, parece que hablemos de otra organización.
-Pero es así. En aquellos años ELA quiere ser una piedra angular de la institucionalización de Euskadi.
Y trabaja para generar espacios de diálogo.
-El caso del Consejo de Relaciones Laborales (CRL) es claro. Es verdad que ahí tuvo un papel importante Mario Fernández -entonces consejero de Trabajo-, pero ELA fue la organización que más hizo para que naciera ese órgano.
¿Fue traumática la decisión de renunciar a estar en esos foros?
-No, porque se va constatando su ineficacia. El diálogo social cosmético no nos interesa. Es el resultado de un proceso de reflexión en el tiempo.
ELA crece rápidamente en los años ochenta. ¿Cuál es la clave?
-Por una parte se trabaja bien y hay una demanda sindical entre los trabajadores. Luego, que ELA es una organización histórica con unas siglas conocidas. Eso ayudó a que muchos trabajadores se afiliaran.
La autonomía es una de las banderas de ELA a pesar de su origen ligado al PNV. ¿Cómo afecta ese pasado en ese proceso de crecimiento?
-Ya desde el principio, con Manu Robles Arangiz -fundador y líder histórico del sindicato- no hubo ningún problema en el tema de la autonomía política, y eso que él había sido diputado del PNV. Manu tenía claro que el sindicato debe ser independiente. Hay gente del PNV que está en ELA y distingue perfectamente qué es el sindicato y qué es el partido. Dentro de ELA siempre ha habido gente de muy distintas filiaciones políticas. Eso nunca ha sido un problema.
¿Y ahora?
-Mira, en el libro hay un capítulo sobre el pacto social del lehendakari Ardanza de 1993. Entonces, alguien del PNV nos dice que no teníamos valor para decirle que no al lehendakari. Nosotros intentábamos que hubiera acuerdos porque nunca hemos sido partidarios de la bronca por la bronca, tampoco ahora. Le decimos a Ardanza que un pacto global como el que propone no es posible, pero sí acuerdos parciales. En 1993, con un paro enorme, el sindicato no podía dar un respaldo total a un acuerdo sin contenidos. Pero Ardanza quería apoyos incondicionales. Ahora ocurre algo parecido.
¿Son posibles ahora los acuerdos parciales?
-Estoy seguro de que hay cosas sobre las que se puede hablar si hay voluntad. Pero me da la impresión de que no hay voluntad por parte del Gobierno si no es para ese diálogo de la gran foto.
La relación con LAB es otro de los ejes del libro.
-Nuestra hipótesis de llegar a una estrategia común se chafó en Lizarra-Garazi. Fue una decepción. Pero ELA no se plantea volver a los antiguos esquemas de colaboración con UGT y CCOO porque hay diferencias radicales de modelo. Es difícil, pero ELA y LAB están condenadas a entenderse. Ahora parece que hay mejor feeling. Es una buena noticia.
El cambio principal respecto a la versión en euskera del libro es el título: ‘No pudimos ser amables’. ¿Es un mensaje a los que critican a ELA?
-Como dice Bertolt Brecht, solo agrada el que es feliz, el que sonríe. Pero el problema es la situación de los trabajadores: el paro, la precariedad, los recortes. La política ha renunciado a la redistribución, y ese es el sentido de las políticas sociales. Nuestra gente lo pasa mal y no estamos para besamanos. Versalles nos pilla lejos.