No. No era lo deseable en Europa, ni lo previsto (me atrevo a señalar) en el guión propagandístico de los mercados financieros que habían apelado al miedo para dirigir el voto hacia el ‘remain’ en un prepotente alarde de soberbia para seguir sometiendo a la sociedad al dictado de la gestión neoliberal de la crisis económica, mientras que los responsables políticos, capaces de sobrepasar los límites de la estupidez humana, se han limitado a poner el foco en las instituciones europeas como causantes de sus propios errores y de los males que sufre su país, alimentado con ello el euroescepticismo e incitado a los británicos a votar ‘leave’, al igual que podría ocurrir con suecos, daneses, holandeses, polacos, etc., si fueran consultados.
El resultado es el mayor fiasco en la historia de la UE. Cameron, víctima de su altivez, ha sido el tonto útil, como lo fue Epimeteo cuando se enamoró de Pandora que llegaba con el ánfora que los dioses pusieron en sus manos y dejó salir todos los males capaces de contaminar de desgracias el mundo, al igual que ahora amenazan a Europa tras el ‘Brexit’. La diferencia entre ambos episodios reside en la pura fantasía mitológica y la cruda realidad británica que, en primera instancia, abre las puertas a la especulación sobre incertidumbres y temores en el continente europeo.
Vistos los precedentes, no cabe decir que los británicos “se han equivocado”. No, han respondido con la desconfianza social y desafección política alimentadas por los dirigentes europeos. Ahora, ciñéndonos a la economía y las finanzas, el ‘día después’ ha dejado por los suelos a las bolsas (especialmente la banca) y la libra esterlina. Sin embargo, conviene no caer en el desaliento. Es todo tan ridículo e insensato que sólo cabe esperar un poco de sentido común (no ya altura de miras) entre esos líderes europeos y responsables económicos que han ignorado durante décadas los principios fundacionales de la UE y, en los últimos años, no han sabido gestionar la crisis.
Consecuencia de todo ello ha sido el desengaño de la clase media europea, principal respaldo (vía fiscal) del ‘Estado de bienestar’, empobrecida por el ‘austericidio’ activado como factor dominante e incuestionable por los ‘mercados’. Esta es una de las razones del ‘leave’ británico. Por tanto, si Bruselas quiere recuperar la confianza de los europeos debe abandonar la jerarquía vertical impuesta por la Comisión (intergubernamental), el Banco Europeo, el FMI y/o la OCDE para reconstruir una Europa horizontal o de los ciudadanos, pero no como si fueran números estadísticos, sino personas.
También será necesario mantener, dentro de unos límites sostenibles, la cotización de ambas monedas. En este sentido, tanto el Banco de Europa como el de Inglaterra han anunciando estar dispuestos a inyectar liquidez al sistema financiero y evitar el terremoto bajista de las bolsas. Convendría que, junto a estas medidas, la propia UE comience a pensar en qué política social debe implementar para hacer frente al descenso de un 1% en el PIB europeo (2020), estimado por la OCDE como desenlace de un mercado único más pequeño e inestable, que reducirá el presupuesto europeo y las ayudas a los países más necesitados.
También será negativas las secuelas, al menos en el corto plazo, para los intercambios comerciales entre la UE y el Reino Unido. En este sentido, una economía exportadora como la vasca se puede resentir de las fluctuaciones tanto del euro como de la libra. Recordemos que el mercado británico es el cuarto cliente del País Vasco.
Ahora bien, siguiendo el desenlace de la leyenda de Pandora, tan sólo un bien quedó encerrado en el ánfora: la esperanza. He aquí un consuelo y un aliento porque Europa, que tiene delante el mayor reto de su reciente historia, puede hacer que ese bien se haga realidad. Será preciso, para ello, regresar a los principios fundacionales, cuando el objetivo era crear y consolidar una autoridad supranacional para dar respuesta, no sólo a problemas económicos o comerciales, sino también a los retos sociales y humanitarios que han quedado en entredicho en los últimos años, al convertirse esa autoridad en una institución intergubernamental al servicio de los mercados.
Cabe pensar, y sobre todo desear, que la crisis abierta por el ‘Brexit’ sea un punto de inflexión. Es exigible que la ‘Europa de los mercados’ entre en vía muerta para dar paso a la ‘HORA CERO’ de una Europa que no esté supeditada a los mercados y que sea capaz de solucionar el ‘Trilema de Rodrik’ que señala la incompatibilidad entre globalización, Estado nación y democracia. La Europa inspirada por Monnet que cautivó a millones de europeos en los años 50, porque como decía Jacques Delors en 1989: “Uno no se enamora del gran mercado. Por eso hay que dar un alma a la Comunidad”.