Escribo estas líneas después de ver a decenas de sindicalistas preparando el escenario por el que iban a transitar las manifestaciones que conmemoran el Día del Trabajador. Inevitablemente he recordado tiempos pasados, cuando las calles eran ocupadas por los grises pertrechados para impedir la más mínima concentración de personas. Eran otros tiempos. Se quería trabajar mejor. Hoy se pide un empleo y los sindicatos reclaman solidaridad y conciencia colectiva, pero, ese mismo escenario es, durante la semana laboral, una zona comercial donde las personas manifiestan una lógica humana tan individualista como incompatible con reivindicaciones colectivas.

Me explico. La jubilación concede tiempo libre y desarrolla la capacidad de percibir el ambiente laboral que impregna, por ejemplo, la terraza de una cafetería en pleno centro comercial. Es el mismo marco, que ayer estaba profusamente decorado con siglas sindicales, donde se puede oír, aunque no se quiera escuchar, comentarios que revelan una especial (incluso escalofriante) competencia por el trabajo. El eco argumental deja en la mesa, junto a la taza de café y el inevitable cenicero, los posos de la inquietud que rodea un empleo precario en la mayoría de los casos, hasta el punto de ver en el compañero/a un peligro para seguir percibiendo el salario mensual.

Oyendo las contingencias y los reproches, es perceptible el cambio social provocado por la crisis. No se trata de estadísticas, PIB o inflación, sino de actitudes personales, temores y recelos puestos en valor porque hay quien “es incapaz de doblar bien las prendas”, otros “aún no saben manejar bien la caja registradora y nos hace perder el tiempo a los demás”, no faltan aquellos que “carecen de experiencia, pero?”. Y, así, un largo etcétera. El compañero de trabajo, otrora solidario con los problemas del resto, se ha convertido en enemigo.

No obstante, fue el primer regidor del Ferrol (electo en las Mareas) el más claro y explícito al manifestar: “Tengo problemas de conciencia con esos contratos, ya que no es lo mismo hacer buques para Noruega que para Arabia Saudí, pero la situación de la comarca es la que es. Entre la conciencia y el hambre?”.

Blanco y en botella. Los trabajadores de Navantia defienden un salario, un sostén para sus familias, al igual que los alcaldes mencionados quieren proteger a sus conciudadanos. Cuando se pretende que otros antepongan la ideología al sustento de sus hijos, la respuesta siempre será la misma: “Entre la conciencia y el hambre?”. Ahora bien, si existiera rivalidad entre unos y otros astilleros, posiblemente asistiríamos a un descarnado enfrentamiento entre una y otra zona, al igual que se percibe esa rivalidad individual en las mesas de una cafetería.

Obsérvese la dureza que ofrece el actual horizonte laboral. El empleo es escaso, precario, temporal y, agravando la situación, motivo de hostilidad entre los propios compañeros de trabajo y/o ideología.

Añadan ustedes la tragedia que representa para muchos de los nuevos asalariados el hecho de que los honorarios no le permiten cubrir con los gastos familiares más esenciales y encontrarán toda una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento.

Sin embargo, “entre la conciencia y el hambre?”, hoy volveremos a la rutina.