En una reciente entrevista para una revista estadounidense próxima a publicar un reportaje sobre Euskadi como referente europeo en su historia diferencial de éxito, en el marco de una estrategia contracorriente, focalizada en la industria, la competitividad desde la microeconomía, la práctica de su vocación de autogobierno y modelo conjunto económico-social, instrumentando partenariados público-privados; la reportera mostraba su sorpresa cuando a su pregunta sobre “el siguiente paso” que habría de seguir nuestro país, contesté que deberíamos transitar hacia la “co-creación de valor empresa-sociedad aprovechando las fortalezas de una economía clusterizada y la revolución digital en curso generando nuevos modelos de negocio a partir de las demandas sociales”. Me pidió un ejemplo concreto y me limité a señalarle “el valor de la Salud”.
Si bien no creo haberle convencido demasiado, horas más tarde recibía el último número de la gaceta académica de la Universidad de Harvard (Harvard Gazette) abordando, como tema principal, la desigualdad como consecuencia de la “no salud”.
La revista viene dedicando gran parte de su espacio en los últimos números al especial análisis de la desigualdad, invitando a su claustro profesoral a contribuir, desde diferentes ópticas, a la reflexión sobre el asunto proponiendo recomendaciones o líneas de trabajo a seguir. Se trata de un asunto de gran relevancia y actualidad, tanto derivado del intenso debate social a lo largo del mundo, como a la realidad observable en los Estados Unidos y, por supuesto, en el corazón de la campaña presidencial electoral en curso. Así, las diferencias en ingresos, las dificultades de acceso de la mujer a puestos directivos, la decisiva concentración de riquezas en pocas manos, el impacto de la “historia educativa y académica”, el origen y residencia en zonas marginales, etc. han venido focalizando sucesivas aportaciones.
Pero esta semana el trabajo publicado empieza con un título llamativo: El costo de la desigualdad: vidas rápidas, muertes prematuras. Un informe que centra, precisamente, en la salud, la principal causa de la desigualdad y, en especial, en las minorías (en este caso afroamericanos e hispanos) en las zonas de menor renta y marginación en los Estados Unidos. Contradicen, además, ese mantra popular (que tan demagógicamente utiliza el candidato republicano, Donald Trump) que estigmatiza a las poblaciones débiles proclamando que “es su culpa no progresar ya que no han sabido aprovechar las puertas de oportunidad que se les ofrecen?”, así como las críticas al sistema de salud estadounidense y a la aplicación de la reforma Obama en el último ejercicio.
En sus estudios al respecto, compara las poblaciones afroamericanas e hispanas con poblaciones blancas, encontrando cómo son los primeros quienes contraen, con gran diferencia en tiempo, las principales enfermedades serias, que la esperanza de vida de estos exigirá un periodo de 30 años para igualarse con la media blanca, que mientras más tiempo viven en los Estados Unidos menos saludables son y que los trastornos sociales y psicológicos que les acompañan sobrepasan con creces a los que se dan en poblaciones blancas y de mayores niveles de renta.
Williams explora diez medidas estándar de salud (desde niveles de colesterol, tensión, presión sanguínea?) asociables con sus hipótesis del envejecimiento prematuro en las diferentes poblaciones, reforzando sus conclusiones diferenciadoras de las relaciones causa-efecto salud-esperanza de vida no dependiente y saludable.
A partir de aquí, el análisis de sus condiciones de vida, empleo o ausencia del mismo, niveles de renta, capacidad o no de ahorro, vivienda, sociabilidad, educación y entorno social y vecindario, terminan traduciéndose en trastornos de la salud, ausencia o escasa calidad en tratamientos preventivos, rara pro-actividad saludable, prolongada y deteriorada cronicidad, excesiva y pronta dependencia y relevante deterioro en los siempre penosos procesos terminales.
Estos estudios se complementan con el ya largo análisis de comportamiento en las llamadas “Inner Cities” (Centros infraurbanos de las Ciudades) en el antes y después de actuaciones especiales de rehabilitación y desarrollo, para apostar por programas e iniciativas para el empoderamiento local, acciones integrales en vecindarios, creación de empleo formal de carácter local y comunitario, atención primaria integral en salud, educación prenatal e infantil y escuelas primarias (el K-12 norteamericano).
Iniciativas que debidamente reorientadas hacia los conceptos de co-creación de valor pueden dar lugar a la esperanza, como vienen demostrando programas específicos de colaboración público-privados, como el promovido en su momento por el presidente Clinton (Promise Neighborhoods).
Si por un lado observamos las proyecciones y tendencias de la industria de la salud que la sitúan en el tercer lugar de entre las industrias que “experimentarán la mayor transformación futura a consecuencia del impacto tecnológico”, tan solo detrás de la propia industria tecnológica en sí misma o de los bienes de consumo personal, muy por delante de automoción, manufacturas, energías, telecomunicaciones y finanzas, entre otras; podríamos sentirnos optimistas ante los previsibles cambios que han de favorecer el acceso real a la salud, su tratamiento integrado y personalizado, la fortaleza preventiva y predictiva y su uso extendido a toda la población a lo largo del mundo. Desgraciadamente, hoy, la otra cara de la moneda continúa ofreciendo una realidad distante no mitigada ni por incrementos de la proporción del gasto sanitario o del extenso incremento y dotación de infraestructuras de alto nivel y complejidad hospitalaria, ni por los amplios compromisos gubernativos en favor de sistemas en permanente evolución.
El mundo de la Salud está en plena ebullición. El clamor por centrar esfuerzos en el verdadero Valor de la Salud, no en los instrumentos o actos médicos, se generaliza y se abre paso en la búsqueda de mejores resultados.
En esta línea, en uno de los innumerables foros que a lo largo del mundo (en esta ocasión convocados bajo la iniciativa de “Nuevas soluciones-la Salud del futuro” del WEF) analizan el impacto de las nuevas tecnologías y la revolución en curso, veinte expertos -médicos- usuarios de tecnología de vanguardia, valoraron el grado de impacto y el tiempo por transcurrir en diversas aplicaciones en la práctica médica.
1. Llevar agua potable y sistemas de depuración, higiene y suelo firme a las poblaciones.
2. Volver al tradicional concepto integrado de la Atención Primaria y el médico general y de familia.
3. Para la población adulta, “una aspirina infantil al día”.
En todo caso, expertos debates al margen, recuperar la centralidad real del paciente, poner el conocimiento al servicio (sobre todo predictivo y preventivo) del sistema, acompañar a las personas (sanas o no) a lo largo de toda su vida asumiendo un protagonismo activo en su propio Plan de Salud y usar la tecnología aplicada en el objetivo de Valor en Salud para la población, era, es y será el verdadero desafío del derecho fundamental a la salud.
En su entorno, el desafiante reto de generar/optimizar los sistemas adecuados, garantizando un acceso real universal, interactuando con el ecosistema global de políticas y soluciones más allá de la “sanidad segmentada” y limitada a un silo sectorial estrictamente de salud.
Que la salud deje de ser el foco de la desigualdad está en nuestras manos. Reinventar nuestros modelos de desarrollo económico, pensando también en la gran fuente de riqueza que ofrece como industria, permitirá crear Valor en Salud, Valor Económico y mitigar desigualdades.