si tenemos que hablar de Abengoa, como parece obligado esta semana, les invito a que hagamos nuestras las palabras de Paulo Coelho cuando dice: “No existe la tragedia, sino lo inevitable. Todo tiene su razón de ser: sólo se necesita distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo”. Creo que explica con claridad lo que ha ocurrido en la mayor empresa privada andaluza durante los últimos años y que ahora puede desembocar en el mayor concurso de acreedores de la historia empresarial española, tras conocer que los principales bancos acreedores se niegan a seguir inyectando dinero en una compañía que ha practicado ingeniería contable y falseamiento de cuentas, al tiempo que sus gestores blindaban sus contratos con millonarias indemnizaciones.
Merced a las nuevas tecnologías, la hemeroteca está alcance de cualquiera y deja, en el caso que hoy nos ocupa, pasajes poco recomendables en los ámbitos financiero, empresarial, económico y social, pero que, sin embargo, no han despertado el interés de los políticos y gobernantes que hoy se rasgan las vestiduras, ni de los inversores que, en tiempo de vino y rosas, veían subir sus acciones, como tampoco se han oído las voces sindicales para denunciar las demenciales medidas laborales impuestas en el denominado Campus Palmas Altas (Sevilla) que es conocido en los mentideros sevillanos como Palmatraz o Centro Penitenciario Abengoa.
Abengoa, fundada por Javier Benjumea, creció a la sombra del franquismo. Después se granjeó la confianza de la incipiente monarquía española o de los Gobiernos de Adolfo Suárez o Felipe González. Pese a todo, no han faltado proclamas laudatorias para la compañía creada en 1941 por la familia Benjumea, que siempre han tenido la virtud de practicar el amiguismo para estar cerca del poder establecido en cada momento. El mejor aval lo encontraron en Barack Obama, que citó a la empresa española como ejemplo en un discurso radiofónico en 2009. El hijo del fundador, Felipe Benjumea, ha seguido la estrategia paterna, colocando en el consejo de administración a Carlos de Borbón Dos Sicilias, primo de Juan Carlos I, a Josep Borrell, ministro en el Gobierno socialista, o Carlos Sebastián, hermano del que fuera ministro en el Gobierno de Zapatero.
Y, en un suma y sigue interminable, podríamos dar cuenta de otras situaciones semejantes que se conocían desde hace años, pero que no han sido piedra de escándalo para los responsables políticos y sindicales. Por ejemplo, en el año 2013, es decir, en plena crisis económica y con una descomunal tasa de desempleo en Andalucía, el Consejo de Administración de Abengoa se subió el sueldo un 13,38%. Meses después blindaron sus contratos para recibir indemnizaciones millonarias que han hecho efectivas en los últimos meses, cuando el escándalo era de dominio público.
Todo ello, en medio de un sospechoso silencia institucional, consecuencia (supuestamente) de estar inmersos en otras actividades más lucrativas como pueden ser los famosos EREs de Andalucía, aunque, eso sí, Susana Díaz tenía tiempo de poner en tela de juicio el Concierto Económico vasco. Ahora, cuando los bancos acreedores se niegan a seguir financiando su inmensa e impagable deuda, piden responsabilidad a los bancos. Lamentable. No supieron ver que las alegrías pasajeras hacían definitiva e inevitable la tragedia para muchas familias.