no existe ocasión en la que no extraigan algo de ganancia. No hay límite ni fin; a diario inventan nuevas formas de presión, y lo que fue un atraco aislado en determinadas circunstancias se convierte en un mordisco permanente”.

Esta frase resume el escenario en el que llueve sobre mojado el enésimo episodio de corrupción, protagonizado por Rodrigo Rato. No deseo abundar en consideraciones jurídicas y políticas. Sin duda, hay voces más autorizadas para hacerlo. Opto por poner en valor las palabras que dejó escritas Erasmo de Rotterdam hace cinco siglos en su obra Adagios del poder y la guerra, porque señalan hasta qué punto algunos políticos y empresarios depravados aprovechan el libertinaje de la economía neoliberal para hacer negocios rentables en detrimento de la necesidad de la ciudadanía, mientras se postulan con soflamas como defensores del decoro y la honestidad.

Lo fundamental no reside en conocer el origen y cuantía de la fortuna de Rato, sino en que es uno más entre los personajes amorales y cínicos que se pavonean dando consejos para que otros hagan lo que ellos no hacen. Orientan sus acciones vulnerando todas las reglas morales existentes pero hacen cátedra sentenciando lo que es moral o inmoral, correcto o incorrecto, bueno o malo, con el apoyo de amigos que complementan sus ingresos con tarjetas opacas o nuevos salarios como consejero-asesor de bancos y empresas. Eso sí, recomiendan austeridad y recortes como ejemplo de “patriotismo”.

Como decía Erasmo no conocen “límite ni fin”. No se conforman con un atraco aislado y han inventado el mordisco permanente. Por si no tuvieran suficiente, estos personajes se han dotado de los resortes necesarios para que sus vilezas pasen desapercibidas en los paraísos fiscales, reciban los agasajos de instituciones internacionales e, incluso, premien su pleitesía al libertinaje económico con cargos públicos. Algunos caen, cierto, pero no es un proceso de regeneración sino la pequeña contribución para seguir manteniendo la tragicomedia. Son una mafia en la que caen los más torpes porque necesitan chivos expiatorios para calmar a la sociedad.

Rato es uno más de los corruptos cazados, porque hay muchos más y en todas las latitudes. La lista se hace interminable. Citemos algún ejemplo: Bettino Craxi, primer ministro italiano, se exilió en Túnez huyendo de la Justicia al ser acusado de corrupción (1992); Jacques Chirac, presidente francés, condenado a dos años de cárcel por sus excesos cuando era alcalde de París; Helmut Kohl, canciller alemán, tuvo que admitir haber recibido un millón de marcos (1991) de un comerciante de armas que donaba a la CDU solo unos días antes de que el Gobierno de Kohl diera luz verde a la exportación de 36 tanques Fuchs a Arabia Saudí.

Nadie se libra. Ni tan siquiera los máximos responsables de la Troika. Así Draghi, presidente del BCE, era vicepresidente de Goldman Sachs International cuando asesoraron a Kostas Karamanlis sobre cómo ocultar la verdadera magnitud del déficit griego. Lagarde, directora gerente del FMI, ha sido imputada por negligencia cuando era ministra de Economía de Sarkozy. Y Juncker, presidente de la Comisión Europea, firmó acuerdos fiscales secretos con cientos de multinacionales cuando era primer ministro de Luxemburgo.

Estos y otros ejemplos evidencian una sociedad occidental enferma, aunque no más que hace 25 siglos, cuando los griegos aseguraban que el mayor mal de la humanidad era la hybris o desmesura, arquetipo de vanidad y falta de sabiduría, que se ejerce por la violencia ebria de los poderosos hacia los débiles. En el templo de Delfos, uno de los monumentos más famosos erigidos a la gloria de Apolo, estaba grabado en la piedra un proverbio con un mensaje fundamental de la sabiduría griega: Nada en exceso, porque la hybris desafía al orden cósmico y conduce a la catástrofe.

Hoy, la enfermedad social nos hace vivir estos escándalos como si fueran espectáculos teatrales de Broadway, cuyos actores gozan de inmunidad pese a ser responsables de la catástrofe. Ahí tenemos como ejemplo al FMI que sigue imponiendo sus tesis económicas neoliberales en el mundo, pese a sus asombrosos errores y después de que sus tres últimos directores hayan visitado los juzgados. Pero la sociedad no reacciona.

Dicen que la humanidad ha avanzado a lo largo de los últimos 25 siglos, lo cual es cierto en materias técnicas y científicas, pero el hecho de que tanto el proverbio grabado en Delfos, como las palabras de Erasmo sigan teniendo vigencia en la actualidad demuestran que el Hombre, como único animal provisto de razón, sigue en el neolítico, porque, como dice el filósofo holandés:

“Actualmente el ansia de posesión ha llegado al extremo de que nada hay en el mundo, ni sagrado ni profano, de donde no se arranque algún beneficio”.