bruselas - Pocas personas conocen mejor que Mikel Landabaso (Bilbao, 1960) la dirección general de política regional de la Comisión Europea. Una casa a la que llegó, procedente de la Spri, hace casi 25 años y en la que ha desempeñado su carrera profesional desde entonces. Desde el pasado 1 de noviembre es el jefe de gabinete de la comisaria europea de Política Regional en un Ejecutivo liderado por un presidente, Jean-Claude Juncker, con el que asegura haber recuperado el optimismo. “Es un europeísta convencido. Es el primero que habla del 29 estado que son los 24 millones de parados, y a mí eso me parece que es un discurso nuevo, fresco y necesario”, afirma en una entrevista realizada tras la última cumbre europea de diciembre.
De trabajar exclusivamente en política regional a un mundo de 28 comisarios. ¿Como ha sido el aterrizaje en el gabinete?
-Los papeles se multiplican. Es una visión 360 grados pero con el ojo puesto en la política regional. Lo fundamental es que es una nueva Comisión con otra dinámica. El presidente habla de discontinuidad política como una de sus referencias de partida. En menos de dos meses el camino recorrido ha sido muy amplio e intenso. Hemos estado trabajando todos los fines de semana desde septiembre, con alguna excepción, por el plan y por el programa de trabajo.
Un programa de trabajo para 2015 que nace con polémica.
-Había más de 400 propuestas legislativas que estaban de una manera u otra estancadas y el presidente lo que ha hecho es una revisión completa. Fijando pocas prioridades, importantes, y diciendo que quitaremos lo que no funcione y, que en todo caso, lo volveremos a plantear de otra manera. Nuestro derecho fundamental es el derecho de iniciativa. Algunos hay que lloran con lágrimas de cocodrilo porque dicen que hemos quitado algunas cosas que ellos querrían ver pero son los mismos que las han retenido bloqueadas durante mucho tiempo. Lo que ha dicho Juncker es muy claro: vamos a ser Europa para las cosas importantes. Una Comisión grande para las cosas grandes y una comisión pequeña para las cosas en las que no tengamos que estar.
En Bruselas solo se habla del plan Juncker. ¿Es la solución o un parche más?
-Es un mensaje de esperanza en una situación de crisis que plantea por primera vez en mucho tiempo la inversión como prioridad y no solo la austeridad, ni la disciplina fiscal ni las reformas estructurales. Está estructurado en torno al triángulo del presidente Juncker: sí a la disciplina fiscal, porque el cuadro macroeconómico no se puede ignorar, sí a reformas estructurales porque hace falta profundizar en el mercado único pero fundamentalmente se habla de algo de lo que se ha hablado muy poco hasta ahora: inversión. Hay que catalizar toda esa inversión durmiente que existe en el mercado, estimulando la demanda para generar empleo sostenible en empresas que aguanten el tirón de la competitividad internacional.
Le veo convencido.
-El plan es una buenísima noticia, no solo por el fondo de 315.000 millones. Si se lee bien el plan se habla de los 450.000 millones que nuestra política de fondos estructurales va a gastar durante los próximos siete años. Eso va a arrastrar un paquete superior a los 630.000 millones que añadidos a los 315.000 del plan suponen un billón de euros en los próximos siete años. Eso es serio para una institución que tiene un presupuesto inferior al 1% del PIB europeo.
De la última cumbre sale el compromiso de poner en marcha el fondo para junio de 2015 pero los gobiernos no se han comprometido a poner dinero. ¿Temen que se quede en humo?
-Juncker tomó posesión el 1 de noviembre. Estamos en Navidad y ya hay un plan encima de la mesa. Me parece que más en tan poco tiempo era difícil de hacer. La concreción estará en un reglamento que ha prometido para enero donde se verá cuál es el contrato que hace la Comisión con el Banco Europeo de Inversiones, cuál es el papel de la task force que va a identificar y filtrar los proyectos, que ya ha dicho que va a ser externa, profesional, de expertos, que van a elegir por criterios puramente económicos, que no va a haber cuotas nacionales ni sectoriales y eso hace que la responsabilidad de la calidad de los proyectos se devuelva a los promotores que son los Estados miembros. Son los que tienen que invertir en preparar proyectos que puedan ser aceptados.
Todos los Estados han presentado cientos de proyectos. España no lo ha hecho. ¿Merma eso sus posibilidades?
-Desde luego lo mejor es presentar cuanto antes proyectos maduros, de mucha calidad y, sobre todo, que puedan interesar a los inversores durmientes en proyectos que tengan un carácter europeo. Creo que la responsabilidad de los gobiernos nacionales, regionales y locales es juntarse a pensar cuáles son los proyectos que necesitan dentro de este marco. Teniendo en cuenta esos 450.000 millones de los fondos estructurales, que al final es dinero contante y sonante y para los que también se necesitan proyectos.
¿Cómo encaja Euskadi en el plan?
-Como una región industrial, innovadora, con un gobierno con un alto grado de autonomía capaz de generar y contribuir a esta lista y además con la característica particular de ser una región fronteriza que casa muy con ese carácter transeuropeo que quiere dar la Comisión a muchos de estos proyectos. Creo que con el curriculum que tenemos en los fondos estructurales es una buena base para avanzar y plantear nuevos proyectos. Yo les animaría mucho a que pensaran en innovación, energía y digital y que usaran la experiencia de los fondos estructurales para generar también proyectos para el fondo Juncker.
¿Hay algún proyecto vasco sobre la mesa que pueda ser de interés?
-En este momento no te puedo contestar.
En la lista de los 2.000 proyectos sobre la mesa se mencionan los accesos al puerto de Bilbao, los tramos no ejecutados de la Y vasca, una conexión eléctrica entre Gipuzkoa y el sur de Francia... ¿Diría que son potencialmente interesantes?
-Potencialmente interesantes, por supuesto. Lo que hay que hacer es plantearlo bien. Hacer un análisis coste/beneficio serio y sólido. Algo que demuestre el interés potencial para los inversores privados o institucionales que están a la espera de ver la realidad de los proyectos. Se trata de ir a por aquellos proyectos que tienen un riesgo tal que las instituciones europeas, con el BEI, faciliten y atraigan la inversión porque sino no se lanzarían.
Detrás hay un cambio sobre cómo se gasta el dinero público. Se pasa de la subvención a la inversión. ¿Ha hecho falta una crisis para cambiar el chip?
-En una situación de crisis como la que hemos vivido y de la que estamos saliendo es urgente reinventarse. Dentro del plan hemos planteado la duplicación de los instrumentos financieros dentro de los fondos estructurales para poder arrastrar más de 40.000 millones extras de inversión. Habíamos planteado que al menos la mitad de las ayudas a empresas fueran en forma de préstamos, de garantías o inversión en capital y no solo de subvenciones a fondo perdido. Los instrumentos financieros hablan el lenguaje del empresario. Requieren proyectos que sean viables y que tengan retorno. Como sector público podemos ayudar a disminuir el riesgo para que el sector privado entre y esa es nuestra labor, no solo dar subvenciones a fondo perdido en las que a veces los resultados no son muy evidentes.
Un asunto clave en 2015 será la negociación del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. ¿Es más interesante para la empresas, que para los ciudadanos?
-No lo creo. Hace falta un buen acuerdo porque va a liberar una cantidad de energía económica y posibilidades de generación de empleo enormes. Pero un buen acuerdo significa que en ningún caso se debe poner en cuestión el modelo social de mercado, ni los derechos adquiridos a nivel social, medioambiental y de salud. Hay un compromiso formal del presidente y la comisaria Malmström de transparencia total. Los ciudadanos no solo se pueden expresar sino pueden saber donde estamos. Para una negociación es algo muy valiente porque la retrasa pero permite que haya luz y taquígrafos. Las relaciones comerciales significan 2.000 millones de euros al día de comercio en una UE con 30 millones de empleo dependientes de la exportación. Un buen acuerdo puede significar una contribución muy grande a la salida de la crisis y a una salida sostenible.
¿Qué supone para Euskadi?
-Puede permitir a muchas empresas vascas incrementar sus exportaciones a Estados Unidos mediante la disminución de tarifas y de cuestiones normativas que ahora les impiden llegar al mercado norteamericano. Todo lo que sea abrir ventanas, la posibilidad de desarrollar al máximo energías económicas, es bueno siempre que no perdamos lo característico del modelo social de mercado europeo que son cosas que quizás los americanos se tendrían que plantear en su propio mercado. La política de competencia que tenemos en Europa es mucho más exigente que la de los americanos, que son más pragmáticos y que ayudan a nivel de Estado, con dinero público mucho más a sus empresas estratégicas.