El pasado 9 de noviembre, mientras 2,3 millones de catalanes realizaban un ejercicio democrático y de plena modernidad, al reclamar el derecho a decidir libremente su futuro como personas, pueblo y colectivo y exigir, mayoritariamente, dotarse de nuevas estructuras de Estado, actualizando los conceptos de independencia y, en consecuencia, al pedir un nuevo estatus de relación con España y con Europa, a seis mil kilómetros de distancia, en Dubai, cerca de mil miembros de diferentes Consejos Asesores Globales del Foro Económico Mundial (WEF) poníamos en común nuestras Agendas para el Futuro, bajo la premisa generalizada de que no solamente la salida de la crisis actual, sino sobre todo las soluciones de futuro en el medio y largo plazo, exigen nuevas herramientas, nuevas maneras de observar el mundo y nuevas formas de Estado y gobernanza alejados de los modos y prácticas del siglo pasado.
Mientras estas nuevas realidades apuntando el futuro se comparten, entre otros, por un WEF tradicionalmente volcado hacia “soluciones globales” con el encuentro tripartito -empresas, gobiernos, academias- de todo el mundo, en España, de la mano de su gobierno -funcionarial, de opositores memoristas que disfrutarán de un empleo de por vida en cualquier escenario futuro, escasamente internacionalizados y de mínima experiencia profesional fuera de la política de partido- se mira a un pasado causante de una determinada visión de unidades impuestas e inoperantes para afrontar los verdaderos problemas a los que nos enfrentamos. Y se hace acusando a los demás de inmovilistas, trasnochados, localistas y contrarios a la modernidad y al curso de los tiempos.
Hoy, en un potencial escenario post-crisis y más allá de ésta, constatamos un mundo desigual y excluyente que reclama inclusividad (con o sin crecimiento económico, atendiendo a las diferentes hipótesis de trabajo en diferentes regiones y países del mundo, pero para todos), que exige erradicar la economía ilícita, necesita crear empleo de calidad y sostenible, está obligado a romper las barreras del software legal (regulatorio o administrativista) que ha guiado la parálisis gubernativa y ha de recuperar un software tecnológico y emprendedor capaz de asumir riesgos y liderar el futuro. Retos, todos ellos, que sitúan a España, como desgraciadamente a otros países, en el corazón de la insatisfacción y ejemplo del déficit de soluciones: desigualdad y pobreza galopante, desequilibrios territoriales, corrupción desde el poder, desempleo insultante, justicia de baja calidad y democracia y gobernanza de poca intensidad. Retos complejos que demandan nuevas soluciones, urgentes. Soluciones en un mundo que diga no a la planificación y ordenación centralizada de pensamiento único y que facilite la desconcentración-descentralización en espacios y unidades menores, controlables y gestionables que respondan a comunidades naturales deseosas de potenciar su compromiso para construir su propio futuro desde un positivo y dinámico sentido de pertenencia. Sociedades necesitadas de políticas facilitadoras del desarrollo colaborativo en el que una nueva economía circular (sistémica y no de silos) esté al servicio de la prosperidad inclusiva y no de la desigualdad del PIB. Necesitados de estrategias ad hoc alineadas con el ADN de cada región-país-sociedad y no de un café para todos de manual, desde el mando distante y remoto de Madrid, Bruselas o Washington, pletóricos de sobrevivientes del presupuesto público inmovilista, llenado por un sistema históricamente heredado por las élites y un régimen de cuotas de Estado generadores de la burocracia globalizadora desde instituciones internacionales que han fracasado en el diseño de soluciones pre y post crisis. Instituciones barcaza acostumbradas a flotar y sobrevivir sin excesiva preocupación en saber hacia dónde navegar, a la espera de que vientos y mareas les conserven hasta que otros les remplacen para trasladarse a otra barcaza similar más confortable.
Dubai-WEF y Catalunya han hecho sus deberes este 9 de noviembre. Madrid, sin embargo, ha llamado a su fiscalía como antes lo hiciera con sus tribunales. Dos maneras muy diferentes de presenciar los acontecimientos. Uno los ve sin mirar ni aprender, confiando en su frágil aparente unidad y fortaleza temporal. Otros sabemos que un nuevo mundo está por llegar simplemente porque nos comprometemos en traerlo. Miles de kilómetros de distancia, diferentes velocidades, diferentes voluntades y diferentes riesgos y compromisos. Afortunadamente, es cuestión de decisión política. Y las malas decisiones políticas pueden y deben cambiarse. Como suele decir Al Gore, “la voluntad política también es un recurso renovable”. Y es tiempo, también, de escenarios, economías, instituciones y gobiernos renovables y renovadores.
Sin duda, cuando se tiene la oportunidad de disfrutar del privilegio del debate creativo de las ideas y su diversidad y se asume la evidencia de un mundo en plena transformación que no se resiste a vivir excluido de su propio desarrollo, en el que generaciones enteras no pueden esperar a que otros hagan los deberes por ellos o, peor aún, dejen que las cosas sucedan sin provocarlas, mientras observan que el mundo se mueve, que la geo-estrategia se desplaza a nuevos centros de actividad, decisión y poder y que la democracia pide a gritos nuevas maneras de ejercerse y compartirse, no se puede sino exigir nuevos liderazgos. El 9 de noviembre también hemos asistido a dos modelos contrastados: quien apuesta por liderar un futuro diferente con el respaldo de la sociedad que representa y quien no se atreve a comprobar lo que quiere la sociedad que quiere representar, más allá de elecciones puntuales. Quienes hemos pasado por Dubai mirando a Catalunya, hemos disfrutado la confortabilidad de comprobar nuevos tiempos, nuevos espacios, nuevas herramientas y nuevos jugadores. Sin duda, un amplio oasis de esperanza y optimismo. Otros, desgraciadamente, solamente ofrecen pasado.
De vuelta a casa, cuando observamos la vuelta a la rutina con un Gobierno español que apela a su propio y particular status quo, ocupado en deslegitimar un movimiento real y creciente que demanda un protagonismo propio, parecería que nos encontramos ante una discusión de políticas partidarias propias de un debate de café, irrelevante para afrontar las grandes soluciones a los problemas reales que nos quejan. Nada tan alejado de la realidad. Un desarrollo inclusivo, una capacidad real de generar riqueza y empleo, una estrategia singular para el desarrollo territorial diferenciado, una adecuada educación, un sistema de salud universal, una adecuada respuesta a los retos demográficos medio ambientales, territoriales, de movilidad, forman parte de la esencia de la gobernanza, de la participación real de sus protagonistas, de sus sentidos de pertenencia y compromiso, de sus deseos identitarios y, sobre todo, de su propio futuro. No es irrelevante que Catalunya, por ejemplo, se dote o no de sus propias estructuras de Estado o que opte por una independencia real.
Aunque algunos no parezcan enterarse, el mundo se mueve a gran velocidad. No hay ni tiempo ni paciencia suficiente para esperar. Los retos que tenemos por delante exigen nuevos modelos, nuevas herramientas, nuevos compromisos y nuevos liderazgos.