En un reciente encuentro con empresarios en México, donde me encuentro estos días, un alto representante de la patronal y presidente de una importante multinacional me preguntaba: “?al margen de las razones y argumentos sociales que usted ha expuesto, ¿puede resumirme por qué deberíamos participar los empresarios de forma directa en un proyecto de salud más allá de lo que realiza el gobierno desde su responsabilidad?”. Mi respuesta fue muy precisa: “Según los informes del Ministerio de Salud, las empresas mexicanas operan con trabajadores poco saludables: el 50% tiene sobrepeso o es obeso, el 33% tiene colesterol alto, el 25%-30% está deprimido, el 20% padece tensión alta y el 12% diabetes. Se calcula que el coste indirecto por la pérdida de productividad atribuible a estas patologías es del 13,5%”.
Sirva este episodio, algo más que anecdótico, para explicar la importancia de la interacción de las políticas económicas y sociales cuando hablamos de la competitividad de las empresas, las economías y los territorios. Hoy, analizada esta cuestión desde Euskadi, pudiera parecer una obviedad vista la estrategia de desarrollo humano sostenible que se ha venido impulsando, en los últimos 35 años, desde los diferentes gobiernos vascos -aunque algunos se empeñen en calificarlos de “neoliberales”-, pretendiendo convertir su repetitivo eslogan en verdad del pregonero.
En este contexto, resulta llamativa la afirmación del exconsejero de Sanidad del Gobierno Vasco, Rafa Bengoa, en el contexto de la pésima y preocupante gestión de la epidemia del ébola: “La ministra Mato no es responsable de la Sanidad española. El responsable es el ministro Montoro”.
Y, en esta línea, volviendo al punto de partida de este artículo, no podemos sino recordar que la salud no es solamente ausencia de enfermedad sino, sobre todo, mitigación de los riesgos de enfermedad de las personas a lo largo de su vida, y exige -como hemos visto en el caso del ébola- de la interacción clusterizada de múltiples áreas de actividad y de gobierno (Salud, Hacienda, Interior, Defensa, Infraestructuras, Tecnologías de la Información, Acción Exterior?) y de múltiples agentes que interactúan en favor del bienestar pleno.
En este sentido, a lo largo de esta semana, entre otros muchos eventos, han tenido lugar un par de encuentros que vienen a cuento y merece la pena destacar: un workshop de la Social Progress Initiative bajo el apoyo de Orkestra y la cumbre europea de la red Shared Value Initiative en Suiza.
Ahora que los diferentes gobiernos (en especial los de las diferentes instituciones vascas por el interés inmediato que nos ocupa) afrontan la elaboración de sus proyectos de presupuesto, merecería la pena tener en cuenta la importancia de la apuesta conceptual de las estrategias (completas) para un crecimiento y desarrollo inclusivo sostenible como el que nos ha traído hasta aquí, a lo largo de los años, de la mano de un sueño, también europeo, de solidaridad y bienestar.
Así, volviendo en este caso al punto de reflexión en materia de salud, no vendría mal repensar sistemas, interacciones y factores críticos esenciales y determinantes de la salud. Volver la mirada a su organización, procesos y actividades -extra Sanidad- ayudarían, sin duda, a devolver el protagonismo a los agentes de salud, más allá de bondades o restricciones financieras.
Una vez más, en este caso desde el ámbito de la salud, recordemos que la mal entendida competitividad es mucho más que palabras, competencia y etiquetas economicistas. Es, sobre todo, estrategia convergente entre empresas, gobiernos y territorios al servicio de las personas. Empeñados en romper silos y paradigmas del pasado. Tendencias deseables e imprescindibles que permitan afrontar nuevos espacios de solución compartida a necesidades y demandas sociales -y económicas-, más allá de simplificadas y excluyentes asignaciones de responsabilidades parciales.