seguimos igual. Ni los resultados de las elecciones europeas hacen cambiar el guión propagandístico de los políticos, empeñados en alejarse cada día más de la ciudadanía a la que dicen representar en las instituciones públicas. Alierta, presidente de Telefónica, y Rajoy, máximo responsable de la gobernanza española, son dos buenos ejemplos. Son, con sus declaraciones y reformas, la placenta nutritiva para los argumentos de miles de indignados empobrecidos y condenados a la exclusión social por la hoja de ruta del modelo neoliberal imperante en la UE.
La reacción poselectoral de los políticos tradicionales es para echarse a temblar, como también lo son algunas de las propuestas preelectorales puestas en valor por el elenco de ciudadanos-políticos emergentes de Podemos, protagonistas de un gran éxito en las urnas. En ambos casos se utilizan las mismas estrategias de comunicación, ya que expresan su voluntad de alcanzar una serie de objetivos aunque sean difíciles e imposibles de lograr. Dicho con otras palabras, no hay diferencias éticas, salvo pequeños matices, entre quien asegura que se reducirá el paro al 14% en cuatro años, "si se hacen todas las cosas que deben hacerse" (César Alierta) y quien propone la jubilación a los 60 años "como mecanismo para redistribuir equitativamente el trabajo" (Pablo Iglesias).
Sólo les separa la estética. Ambos quieren tocar la fibra sensible de una sociedad dolorida por la falta de trabajo, los desahucios y la pobreza. Pero lo hacen de forma diferente. El primero, parapetado tras un cargo en el que le colocó Aznar, sigue los dictados de la ortodoxia neoliberal y no indica qué tipo de trabajo (calidad, salario, prestaciones, etc.) se puede crear en una economía endeudada hasta las cejas, mientras que el segundo intenta el renacimiento de la ideología leninista mediante propuestas tan imposibles como la creación de empleo del primero, aunque maquilladas como utopías que son ideas irrealizables en el momento en que se conciben, pero no son imposibles.
Entre tanto, el presidente del Gobierno español y líder de un partido que ha perdido dos millones y medio de votos, saca pecho cuando anuncia una rebaja en el Impuesto de Sociedades del 30% al 25% en dos fases. Claro que la medida sólo afectará a las grandes empresas, muchas de las cuales están en el Ibex 35 y en paraísos fiscales. Las mismas que hasta la fecha se han beneficiado de tantas deducciones que al final su tipo real está en torno al 4%, muy lejos de ese 30% nominal, según el ministro de Hacienda. Por eso el Gobierno prepara una revisión de esas deducciones para acercar el tipo nominal al real. Es decir, seguimos en clave propagandística.
No han entendido nada, ni parecen dispuestos a entender que el castigo en las urnas es consecuencia del hartazgo de la ciudadanía ante la incapacidad de quienes tienen la responsabilidad de gobierno. No han sabido gestionar la crisis económica más grave que hemos vivido y se alejan de la realidad social.
Hablan de una desafección ciudadana hacia la política y se engañan a sí mismos. Existe la desafección, pero no es de los ciudadanos, sino de los políticos que no muestran el más mínimo atisbo de autocrítica, aunque lo hechos demuestren que son incapaces de defender los intereses de quienes dicen representar.
Por eso, una alternativa como Podemos ha encontrado el marco propicio para conseguir unos resultados electorales tan positivos. Por eso y porque muchas de sus propuestas económicas no han pasado por el filtro analítico mínimamente serio y acorde con las circunstancias socio-económicas imperantes en el mundo. Después de todo, ¿cómo pretenden no pagar la deuda soberana; jubilar a los 60 años; reducir la jornada laboral; una renta básica para todos o nacionalizar sectores estratégicos de la economía?
Lo dicho, simple demagogia en unos y otros.