Ni la liberalización del mercado energético ni la apuesta de Gobiernos e instituciones por la diversificación de fuentes de abastecimiento, alimentada en los últimos años con generosos subsidios públicos a energías verdes como las renovables, han conseguido poner en orden el sector y mucho menos abaratar la factura de un servicio tan básico para los ciudadanos como es la luz. Los nuevos planes energéticos para 2030, presentados recientemente por la Comisión Europea, se escudan en esta realidad y sobre todo, en la grave crisis económica de los últimos cinco años para dar un nuevo golpe de timón a la política energética y relajar los objetivos de la lucha contra el cambio climático.

La anterior estrategia diseñada por la Unión Europea para 2020 tenía tres objetivos: reducir las emisiones de CO2 un 20%, que el 20% de la energía consumida procediera de energías renovables y lograr una eficiencia energética del 20%. Los dos primeros, vinculantes y el tercero voluntario. La recesión, la desindustrialización que vive el continente, la fuerte presión de la industria y una apuesta energética diametralmente opuesta -Alemania ha apagado sus centrales nucleares y quiere renovables, mientras Reino Unido quiere nucleares y gas pizarra- han obligado a Bruselas a poner los pies sobre la tierra y a apostar porque sean los estados miembros quienes decidan si incluir o no las renovables en su mix energético y quienes decidan si explorar técnicas tan polémicas para algunos como atractivas para otros como el fracking.

De hecho, el único objetivo obligatorio que incluye la propuesta, que será discutida en la cumbre de finales de marzo por los líderes de la UE, es la reducción de emisiones de CO2. La Comisión Europea propone elevar el recorte para 2030 al 40%, respecto a los niveles de 1990. Un porcentaje que el presidente de la Comisión, Durao Barroso, califica de "ambicioso" pero "posible".

Para ecologistas y científicos, sin embargo, es insuficiente porque temen ver la cifra reducida en la negociación política. Algo nada descabellado si se tiene en cuenta que la asociación empresarial Business Europe considera el objetivo demasiado elevado -porque minará la competitividad de las empresas europeas- y que el comisario de energía, Gunter Oettinger, quería un techo del 35%. "Hay que ser honestos. El 40% no es poca cosa. Es importante y va a exigir mucho de Europa", recordaba hace unas semanas la danesa Connie Hedegaard, comisaria de cambio climático.

energía a la carta Su colega alemán terminó cediendo terreno pero a cambio de debilitar las energías renovables para las que solo habrá un objetivo conjunto del 27%, pero no metas a nivel estatal tal y como defienden países como Reino Unido, Francia, España o Polonia. Dicho de otra forma, los gobiernos no estarán obligados a alcanzar una cuota de renovables en su mix energético, como hasta ahora, por lo que no habrá sanciones si no llegan a la cifra.

Una decisión a la carta que ha suscitado muchas críticas entre los ecologistas "El arte de la política es proponer algo que sea posible", recordaba Hedegaard con grandes dosis de pragmatismo. Barroso y Oettinger respondían a las críticas con un argumento de mucho más peso: muchos de los subsidios concedidos en el pasado a las renovables han terminado distorsionando el mercado y minando la competitividad y, por eso, tras seis años de crisis, se necesita una propuesta flexible y aceptable para los gobiernos europeos. "Hemos fomentado nuevas fuentes de energía con altos costes y hemos olvidado la optimización y la eficiencia de esas fuentes de energía. Hay que diversificar pero teniendo en cuenta los precios", justifica Oettinger.

Como ejemplo, el informe sobre precios y costes de la energía en Europa, publicado precisamente el mismo día que el paquete clima. El documento constata con tablas y datos la escalada continua de los precios, un 4% entre 2008 y 2012, y especialmente en un país como España la electricidad en los hogares repuntó nada menos que un 46,1% debido especialmente a los elevados costes de la distribución, los más elevados de toda Europa con 9,6 céntimos de euros por kilovatio/hora, las primas a las renovables y a la generación o el repunte del IVA.

Oettinger no hila tan fino pero sostiene que los precios que se pagan en Europa por la energía, en comparación con Estados Unidos, le impiden al viejo continente competir en igualdad de condiciones. "En la UE el precio de la electricidad se duplica y del gas se triplica", explica apostando por explorar energías como el gas pizarra extraído mediante fragmentación hidráulica. El comisario admite que el fracking nunca llegará en Europa a tener la importancia que tiene en Estados Unidos -Francia lo ha prohibido- aunque asegura que "tiene potencial" y que "si se investiga de forma precavida" puede ser una fuente de diversificación para aquellos que apuesten por desarrollarlo como se plantean Reino Unido, Polonia o Lituania. De momento, quien quiera explorar esta posibilidad tendrá vía libre de Bruselas.