Observando el cierre patronal del gobierno Obama: "Es aún peor de lo que parece"

La oportunidad de vivir, minuto a minuto, las últimas horas previas a la entrada en vigor del cierre patronal (shutdown) del gobierno de los Estados Unidos ante el fracasado ping pong jugado entre las cámaras del Senado y de Representantes en el Congreso, remitiéndose leyes y enmiendas de un lado a otro sabiendo de antemano que no eran objeto ni de negociación ni de posible modificación, y la observación de la posterior reacción ciudadana y sus consecuencias ante la aparente distancia e inhibición del presidente Obama, ofrece una extraordinaria ocasión para analizar lo sucedido y extraer lecciones para otros sistemas políticos, entre otros, el nuestro.

Si bien ya en 1917, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la posibilidad de financiar su gobierno con instrumentos a largo plazo -recurso al que se han visto acogidos los presupuestos públicos hasta en 78 ocasiones con todo tipo de gobiernos, habiéndose producido quiebras financieras y suspensiones de pago, desde el último caso que afectó al presidente Clinton en el 96, no se había producido el temido parón que hoy aqueja a la sociedad estadounidense. Recordemos que el hoy presidente Obama en su calidad de senador, votó en contra del presidente Bush tratando de provocar el cierre y la no aplicación de la capacidad de incremento del límite presupuestario solicitada.

En esta ocasión, el conflicto surge como consecuencia tanto de la diferente composición de las mayorías en las cámaras (en el Senado demócrata y en la Cámara de representantes republicana), la abierta oposición republicana a cualquier iniciativa de Obama, la intención del presidente de asociar el incremento presupuestario excediendo el límite de gasto y consecuente aumento del déficit fiscal a la financiación y entrada en vigor, inmediata, de su bautizado Obamacare, el nuevo sistema de financiación y prestaciones de la seguridad social.

En plena discrepancia, el presidente recurrió a su personal estrategia de sustituir el Legislativo por los medios de comunicación apelando a la ciudadanía a entender la bondad de su medida y su negativa a cualquier tipo de negociación.

Así, mientras los republicanos explicaban que no aprobarían la propuesta presidencial y reunían a sus representantes en el Congreso, en sesión permanente, a la espera de propuestas alternativas, el presidente reunía a un grupo de militantes en Largo, Maryland, con retransmisión en directo de un discurso de una hora explicando el funcionamiento y bondades del nuevo sistema a implantar, a la vez que prometía que pasara lo que pasara, el 1 de octubre, entraría en vigor su propuesta. Las anécdotas de la última jornada se resumen en que los republicanos dedicaron el fin de semana a acudir al Congreso a la espera de noticias, Obama se fotografiaba desafiante jugando al golf y los líderes demócratas se tomaron día libre. El lunes, el peloteo Congreso-Senado, agotaba los últimos minutos devolviendo ley y enmiendas de un sitio para otro con el consiguiente rechazo ya previsto. Finalmente, visto el resultado, ambos partidos aprobaron por unanimidad una enmienda posibilitando habilitar los pagos necesarios para cubrir los compromisos en materia del personal de defensa.

A las 12 de la noche, el plazo venció y el Gobierno Federal se quedaba sin presupuesto, sus trabajadores (1 millón de afectados) dejaban de percibir sueldo alguno, iniciaban un proceso de despido temporal, los servicios no esenciales quedaban cerrados y los empleados debían acudir a sus puestos de trabajo a facilitar la ejecución de la suspensión.

Así las cosas, la especial situación creada, lejos de dar paso a propuestas alternativas de solución y una clara valoración de los daños colaterales, ha propiciado el intento argumental de las partes por tratar de ganar la opinión pública haciendo recaer la responsabilidad en el otro. Obama y los líderes del partido demócrata explican el rechazo en la fuerza del emergente Tea Party, su incapacidad de ofrecer colaboración alguna al presidente y su negativa a dar acceso a un sistema justo y equitativo de salud a los millones de personas sin protección.

Por su parte, los republicanos culpan a Obama de su desprecio al Congreso, su soberbia y rechazo a los diferentes poderes constitucionales, su negativa a negociar y su empeño en aprobar e imponer una mala ley que no solamente no resuelve los problemas del acceso a la salud sino que resulta ineficaz, altamente costosa y favorecedora de lobbies, de grupos aseguradores privados y, sobre todo, una clara discriminación favorable a los miembros del Congreso, del Gobierno, sus asesores, staffs y empleados públicos que se ven eximidos de determinadas obligaciones y percibirían créditos fiscales y exenciones en caso de acogerse a la nueva Ley.

El gobierno argumenta que las exenciones a estos colectivos son una inevitable compensación de sus bajos salarios, garante de la capacidad de atraer personal cualificado a la Administración Pública. Al parecer, la ideología asociable a cada parte se habría invertido y es el Partido Republicano quien defiende la no discriminación y un tratamiento igualitario para todos. Entre tanto, el panorama no es otro que una intensa guerra mediática, un gobierno paralizado, desconcierto general y muchas luces rojas encendidas.

Iniciaba este artículo con una referencia al título de un interesante libro de los expolíticos y analistas norteamericanos, Mann y Ornstein (It's even worse than it looks/Es aún peor de lo que parece), en el que realizan un extraordinario análisis del sucesivo deterioro del sistema político norteamericano, mostrando como el considerado por muchos ejemplar sistema democrático ha dejado de serlo, y hace ya demasiado tiempo que muestra signos de grave enfermedad, que no solamente se ha cronificado, sino parecen sumir al enfermo en una situación terminal.

Y no solamente por las limitaciones e incongruencias presupuestarias y el famoso American cliff con sus inevitables consecuencias financieras, bursátiles y económicas globales, o por "el secuestro anómalo de los partidos", el complejo abuso del juego de las mayorías dispares, el mito de los dos o tres poderes independientes -sin contar el de los medios de comunicación- y el sistema electoral, además de la asistencia pasiva, desde el desdén y desafección de la ciudadanía.

Demasiado cúmulo de elementos perversos que alimentan un progresivo deterioro de la democracia y la gobernanza. Libro de extraordinario valor y valientes recomendaciones que viene a sumarse a una larga corriente de movimientos que abogan por un absoluto cambio radical en la política estadounidense. Nada despreciable en esta línea el estupendo y laborioso trabajo de David Stockman (The Deformation of Capitalism) que insiste en la desastrosa gestión de Wall Street al amparo de la política de Washington supeditada a la riqueza del "Estado de la Guerra y no del Bienestar" tantas veces pregonado.

Sea cuál sea la verdadera explicación del colapso, Estados Unidos es un gran observatorio que debería ayudarnos en nuestras reflexiones.

Más allá de estigmatizarse a un líder (Obama parece haberse distanciado de sus promesas electorales desde el mismo momento en que le fue concedido el Nobel de la Paz sin haber hecho nada más que discursos y su fuerza mediática le ofrece una falsa fortaleza que le lleva a prescindir de la negociación parlamentaria), o de dar por válidos los argumentos solidarios en favor de una verdadera salud para todos, que llevó a los republicanos a enmendar la Ley Obama para intentar su aprobación a cambio del aplazamiento en su aplicación nueve meses para suprimir beneficios fiscales y estimar su coste real, o de conformarnos con la simple conclusión de una lucha interna en el seno de los partidos, deberíamos empeñarnos en aprender y aplicar sus cuestiones de fondo a nuestras propias necesidades y proyectos.

Ahora que tras la crisis financiera, económica, social y de gobernanza que hemos padecido y de la que pudiera ser que empecemos a recuperarnos, hemos comprendido que tenemos demasiados cambios por hacer; ahora que Europa ha mostrado sus grandes carencias y su escasa capacidad de ilusionar a los europeos y de señalar un camino a seguir para terceros; ahora que el Estado español exige una verdadera reinvención y que ha de afrontar su nuevo modelo económico de desarrollo unido a un nuevo modelo territorial dando respuestas diferenciadas a demandas concretas -irreversibles- de Catalunya y Euskadi, y que sus instituciones -empezando por la monarquía- exigen inaplazables ajustes, además de un gobierno que debe recuperar autoridad y credibilidad dignificando el ejercicio de la política; y ahora que en Euskadi nos replanteamos un modelo propio de futuro, no vendría mal tomarnos las cosas con especial interés, evitar el atajo del maquillaje y entrar en profundidad en los elementos clave de un sistema que garantice la verdadera recuperación del valor de la política, el ejercicio de la democracia y los instrumentos de bienestar con los que hemos de dotarnos. Sin duda, evitaríamos, también, un cierre patronal de nuestros gobiernos.

En días más que en semanas, es de esperar que EE.UU. retome el camino del acuerdo y encuentre un compromiso temporal para solucionar la parálisis. Pero no nos engañemos, ni allí ni aquí, desaparecerá la necesidad de construir nuevas vías de confortabilidad democráticas. No esperemos a que se den nuevos cierres o colapsos gubernamentales.