Paraíso sobrenatural según denominación de su propia oficina de turismo, probablemente el país más exótico y extremo de Europa, en Islandia, la mitad de sus habitantes creen en los elfos. Hubo un tiempo en el que en la isla frigorífica de glaciares y piedra volcánica, sus ciudadanos, menos de los que cobija Bilbao, prefirieron a los banqueros, a los que adoraron como si se tratasen de dioses, no de la naturaleza, sino magos de las finanzas. Los prefirieron a los duendecillos del bosque. A decir verdad, los banqueros tienen algo de seres mitológicos. Tal vez la confusión de los islandeses entronque con su creencia en seres extraordinarios y prodigiosos. Los prestidigitadores de los mercados, escenario proclive para el truco, la trampa y el cartón, situaron a Islandia sobre una montaña de orégano del tamaño de un Everest. Luego se supo que no todo era orégano, pero sí todo monte. Rocoso, escarpado, repleto de aristas. Cosas de los duendes de las finanzas y sus travesuras.

En 2008, el sistema financiero islandés suponía doce veces el Producto Interior Bruto, un despropósito, una salvajada. Los geniecillos que tiraban de los hilos de la economía de Islandia, un puñado de banqueros, empresarios y parlamentarios desvalijaron el país en el casino del mercado, donde se cruzan operaciones sin la vigilancia de ningún croupier. Las cartas marcadas, los faroles, los ases bajo la manga de los trajes caros que operaban desde la city londinense con activos tóxicos alimentaban el alien, que tan empachado, incapaz de digerir semejante detritus, vomitó sobre Islandia, arruinada de repente cuando Lehman Brothers, icono del hundimiento, comenzó con su efecto arrastre. Islandia, flexible el mercado como un contorsionista del Circo del Sol, desregularizada al extremo después de la privatización de la banca con la llegada del tercer milenio, se partió en dos. Crack. Titanic. La flota de bancos: Landsbanki, Kaupthing y Glitnir se encontraron con su iceberg de insolvencia cuando el mercado entró en pánico y cortó el crédito.

Acabada la fiesta se ahogó Islandia, lapidada por la faraónica deuda, el suelo de papel y los tipos de interés del 15% que sedujeron a demasiados ahorradores de la Europa más acaudalada, que encontró un puerto refugio en Islandia, que nunca fue rica. No al menos de ese modo. En el amanecer del Siglo XX, la isla que saluda al ártico era el país más pobre de Europa. Su industria estaba en la mar. País de vikingos, Islandia era, principalmente: barcos, redes y pesca. Sus bancos eran de peces hasta que optaron por otros bancos, sin red de seguridad, pero en los que a cambio nadaban en un océano de opulencia, la bonanza y los créditos. El milagro de los panes y los peces. La bolsa multiplicó su valor por nueve entre 2003 y 2007. El precio de las casas se triplicó durante esos años. Casas, coches, otra casa, otro coche, más casas, más coches... en un bucle sin razón pero con promesas y la ilusión de un espejismo de un sistema financiero sano , musculado y vitaminado hasta que se convirtió en el Hiroshima de la crisis financiera, la primera víctima del Enola Gay de la economía. La maqueta. El champán que bañaba las operaciones financieras kamikaze, perdió burbuja y el color dorado. Gaseosa.

Petición a Moscú Islandia, que lucía coloretes por la borrachera crediticia, se quedó pálida. Los banca, antes orgullosa como un escaparate de Tiffanys, quedó echa añicos. El gobierno, que nunca quiso riendas para el enorme zoco, dejó que las principales entidades financieras quebraran en otoño de 2008. Rechazó financiar el rescate porque ningún otro país quiso apretar el torniquete Incluso tocaron las puertas del Kremlin para obtener 4.000 millones adicionales, pero en Moscú decidieron cerrar con llave el botiquín de primeros auxilios. Nada de salvavidas. Frente a esa realidad, el gobierno únicamente protegió el ahorro de sus ciudadanos. Los inversores extranjeros que acudieron a por el polen del jardín islandés durante los años florecientes tuvieron que encarar las pérdidas. El desplome, mayúsculo, no hizo prisioneros y la economía del país quedó expuesta al frío polar, al límite una vez el gobierno nacionalizó la banca que antes se pavoneaba en el parqué bursátil y para la que acudió a un préstamo al Fondo Monetario Internacional que cifró el rescate en 1.595 millones de euros.

Durante el 2009 el PIB cayó un 7% y la inflación se disparó como una bala de cañón hasta alcanzar el 12%. Los intereses, al 15%, rascaban el cielo y la corona islandesa, la moneda en curso, se devaluó para paliar el déficit exterior. Se estima que los bancos que actuaron en la ruleta perdieron 100.000 millones de dólares. Entre tanto, a la población la vista se le clavó en el suelo ante una tasa de paro que escaló hasta el 12% a mediados de mayo del 2010 en un país que se movía entre el 5 y 6%. Los islandeses, que lideraban la clasificación de los más felices del mundo, pagaron la sonrisa, torcieron el gesto e indignados, agujerados los bolsillos ante la perdida del poder adquisitivo, comenzaron a levantar la vista para enfocar a los causantes del desastre: los banqueros y la clase dirigente. Los ciudadanos se concentraron en manifestaciones exigiendo responsabilidades en un país de una profunda raíz democrática. Las sucesivas protestas, siempre pacíficas pero enérgicas y constantes, lograron la dimisión del ejecutivo por su actuación durante la crisis el 26 de enero de 2009. Apenas una semana después se formó un nuevo gobierno de izquierda que despachó al máximo responsable del Banco Central, David Oddson, así como a otros mandatarios de la banca privada que se exhibían en Oxford Street con la gracia de los pavos reales, como Sigurdur Einarsson, un macho alfa que debe rendir cuentas ante la justicia.

Elecciones Limpiado con la leyes el patio trasero, donde el polvo se acumulaba en el rostro de los principales responsables del desastre, el país acudió a las urnas en abril de 2009. La izquierda conquistó el parlamento islandés y Johanna Siguroardottir fue elegida para gobernar Islandia, que en 2010 constituyó una asamblea de 25 miembros, «ciudadanos de a pie», con la misión de reformar la Constitución del país. Ese mismo año, el gobierno sometió a referéndum el pago de la deuda contraída por los bancos privados islandeses en quiebra con ahorradores del Reino Unido y Países Bajos, pero más del 90% de los islandeses rechazó asumir la factura de la deuda. De hecho, en la primera mano de cartas, solamente se compensó a los ahorradores nativos contagiados por la quiebra del banco Icesave. El litigio no ha finalizado y tanto Holanda como el Reino Unido, que devolvieron a sus ciudadanos la totalidad del importe los depósitos que poseían en el Icesave, reclamaron a las autoridades islandesas esa cantidad, cifrada en 4.000 millones de euros, aproximadamente el tercio del PIB de la isla.

El gobierno alcanzó un entente con sus reclamantes para que los ciudadanos pagaran la minuta durante 15 años a un intereses del 5,5%, pero los islandeses, más activos, implicados y participativos que nunca, se negaron en el referéndum que se les planteó. Obtuvieron un pacto más ventajoso. O a nuestra manera o a ninguna gritaron los ciudadanos que con anterioridad habían obligado al desalojo de los gobernantes que no actuaron con diligencia. Así que decidieron devolver el dinero en 37 años con unos intereses del 3,3%. Además y aunque cedió el control de las nuevas entidades y se beneficiaron de una quita del 70% de la deuda.

En Islandia, la sociedad, contaminada durante años por el falso brillo del oropel que la envolvió por creer en los duendes de la banca, también han tenido que asumir los costes de la era del despilfarro y la avaricia bancaria: subida de impuestos, más paro, recortes sociales... A pesar de ello, su lección es la de un pueblo que fue capaz de hacer pie en pared frente a los clases dominantes para impulsarse hacia la superficie tras aproximarse a dos pulgadas del abismo. Tras la revolución de sus ciudadanos y el control más exhaustivos de los poderes, el país está reconduciendo su economía tras abandonar el casino.

En septiembre el paro se redujo hasta situarse en el 5% de la población y los observadores vaticinan un crecimiento de entre el 2 y 2,5% para el próximo año mientras el Europa se encoge en los balances y se prepara para el impacto del Armaggedon de la deuda soberana, minimizado en Islandia entre otras cosas por la soberanía que otorgaba disponer de una moneda propia, la corona, depreciada en el intervalo de la crisis en un 36%, fue una bombona de oxígeno para el equilibrio contable. Se espera que en 2014, después de mejorar los ingresos fiscales y reducir el déficit hasta el 5,4% del PIB gracias a la recuperación de la demanda doméstica, Islandia el paraíso sobrenatural, recupere el equilibrio económica y tras su crisis de fe continúe creyendo en los elfos. En la tierra donde se derrota a los banqueros.