una sociedad en desarrollo vivía en un edificio de tres plantas. En la primera planta se alojaba la mayor parte de ellos y se ocupaban de la economía de producción y servicios, en la segunda se alojó su sector financiero al servicio de la economía real y en la tercera el pequeño y elitista grupo que componía su sector financiero sofisticado, los más listos y cosmopolitas.

En la primera planta se había logrado pasar, tras varias décadas dedicadas a garantizar la supervivencia, a intentar la optimización del desarrollo humano.

En la segunda planta se trabajaba en la gestión de un maravilloso invento: el dinero, que permitía traducir a una misma escala el valor que se atribuye a las cosas, facilitando así su intercambio. Se les llamó sector financiero y se ocupaban de una función de gran utilidad social: agilizar el trasvase del dinero desde el ahorro a la inversión, permitiendo así el acceso al crédito para hacer posible la puesta en marcha de proyectos individuales, de grupo o públicos capaces de acelerar el desarrollo.

La tercera planta, la de más reciente construcción, era de un lujo extraordinario, con magníficas vistas y ocupada por unos señores muy listos y muy bien pagados. Allá arriba se perdía el contacto con la economía real de las dos primeras plantas, por eso, creían ver más lejos y más claro y creían valer y merecer más. Tanta inteligencia, orgullo y ambición no tardó en descubrir que se pueden obtener beneficios nominales a mayor velocidad mediante operaciones financieras telemáticas que mediante la creación de riqueza real en la huerta, el taller o la oficina. Después hallaron que si posees mucho dinero lo puedes convertir en poder y éste nuevamente en mucho más dinero. Lograron así autonomía para crear dinero y especular con el valor de las cosas. Abrieron un gran casino y crearon sus reglas y hasta sus sistemas de "autocontrol" sofisticados y de calificación de quién merece crédito y quién no.

El administrador don Gobierno y su técnico don Banco Central, contemplaban admirados tanta exuberancia económica que no dejaban de atribuir a su excelente gestión, al tiempo que disfrutaban inaugurando obras más o menos necesarias en la comunidad. La borrachera de poder aumentó la osadía y avaricia de los habitantes de la tercera planta, así como la propensión al gasto de don Gobierno y las permanentes vacaciones y siestas pagadas de don Banco Central que tan solo regresaba de vez en cuando para pedir moderación salarial a los de las dos primeras plantas. Por supuesto que, la facilidad de acceso al crédito y la posibilidad de enriquecimiento rápido contagió a todos los habitantes de la muy poblada primera planta y enriqueció a los de la segunda. Sería de necios el negarse a jugar en el gran casino de la tercera planta cuando todos los que juegan ganaban. El movimiento continuo había sido inventado, todos ganaban y la tendencia al alza de todo valor se convirtió en la visión única del futuro. Ya no habría más crisis. Los economistas habían triunfado.

Pero un día algunos dudaron, los precios dejaron de subir y los créditos empezaron a escasear.

Es la hora de pagar. Todos tratan de huir escaleras abajo pero ya es tarde. Los precios caen en picado, los créditos no pueden devolverse, los financieros exigen las garantías, no hay crédito para nadie y la economía real de la primera planta y el sector financiero de la segunda caen en la bancarrota, los unos porque no les compran, los otros porque no les pagan. don Gobierno que debió administrar la casa y autorizó el casino, trata de salvar el barco pidiendo crédito y endeuda a la comunidad hasta que los amos del dinero del tercer piso dudan de que pueda pagarles al no estar pudiendo cobrar parte de las mensualidades de los vecinos de las dos primeras plantas (los de la tercera no pagan gracias a su fuerza para evitar tasas o mover beneficios a edificios de barrios lejanos y gratuitos). Finalmente todos deben todo a los de la tercera planta que, por cierto, hablan inglés nativo y no creaban riqueza real, tan solo sueños de riqueza nominal sin esfuerzo previo.

El problema del edificio es de naturaleza financiera y tan difícil de resolver que don Gobierno llama en su auxilio a los mejores expertos, los de la tercera planta, que se ocupan de explicar que ahorrando en medicinas, dejando en casa al hijo estudiante, echando a la calle a unos cuantos inquilinos y trabajando y cobrando solo tres de cada cuatro, después de muchos años podrán pagar sus deudas a los de la tercera planta y estar listos para la siguiente ronda de juego en el casino, que será la buena porque ahora sus dueños saben mucho más del negocio y el casino sigue abierto.