Gijón. A 600 metros de profundidad, en la penumbra de las galerías de una mina y sin nada que hacer se pierde la noción del tiempo y las horas pasan muy despacio, según el relato de dos mineros asturianos que estuvieron 50 días encerrados en el pozo Santiago de Aller, una experiencia que califican de dura, pero que volverían a repetir en defensa del carbón.

Cecilio Antuña, de 43 años, mecánico de mantenimiento especializado en rozadoras de carbón, y Héctor Berrouet, de 25 años, ayudante minero, bajaron al pozo el pasado 28 de mayo para apoyar la protesta por los recortes a las explotaciones hulleras y subieron el 16 de julio sin haber conseguido ningún avance en las demandas de los sindicatos. El esfuerzo fue valorado por las decenas de personas, compañeros, familiares y amigos, que les recibieron con aplausos cuando salieron a la superficie y por el líder sindical José Ángel Fernández Villa que les agradeció su contribución a la "épica en la historia del movimiento obrero".

"Creíamos que el encierro iba a durar menos, calculábamos salir en unas dos semanas, pero luego los días fueron pasando y no había resultados, era deprimente", señalan. La rutina era simple: desayunar, leer la prensa, comer, cenar, dar algunos paseos por las galerías jugar a las cartas y mirar la hora, recuerdan apenas un par de semana después de haber finalizado el encierro. La fotofobia, el malestar que provoca la luz en los ojos que se han acostumbrado a la oscuridad, tardó una semana en desaparecer, pero aún no se han adaptado totalmente a los ritmos que impone la vida fuera de la mina. Es que en el interior "todo se volvió mucho más lento", la única referencia era el reloj para saber si "era de día o de noche" y el ruido de la "jaula", el montacargas que sube y baja los relevos cuando la mina está en actividad, que llegaba con la comida, los periódicos, cigarrillos y algún que otro recuerdo de la familia.

"Mirábamos el reloj cada poco creyendo que habían pasado por lo menos dos o tres horas y solo habían pasado 10 minutos, era desesperante", recuerda Cecilio Antuña, que años antes había participado en las movilizaciones por el cierre de la Mina de La Camocha. Los momentos "más duros" eran cuando "leíamos las noticias esperando que hubiera algún avance en la negociación con el Gobierno y nada, y así un día tras otro, era un bajón", afirma el joven Berrouet, que nunca antes había participado en las protestas del sector. Antuña recuerda: "Los días iban pasando, uno tras otro y nada, al final lo que creíamos que iba a ser corto se prolongaba sin fecha definida y hasta tuve miedo de no poder celebrar el cumpleaños de mi hija". Los dos mineros admiten haberlo "pasado mal" en el pozo porque "ha sido una experiencia dura", pero están dispuestos a "volver a entrar si fuera necesario".

Berrouet ha dicho no poder comprender "la cerrazón del Gobierno que cierra todas las posibilidades de alcanzar algún acuerdo" y tampoco las cargas policiales contra "gente que lo único que está haciendo es defender su derecho a trabajar". Confían, no obstante, que el conflicto entre en una vía de solución, porque "son muchos días de huelga" y eso afecta a sus economías porque llevan "más de dos meses sin cobrar".