ERNESTO (nombre ficticio) tiene 25 años. A pesar de su juventud lleva ya unos cuántos trabajando en Alumafel como manipulador de ventanas de aluminio, pero desde el pasado 15 de junio está en el paro. Por temor o vergüenza aún no ha soltado la "bomba" en casa. Sus padres, de vacaciones, disfrutan de momento ajenos a la noticia. "Lo contaré después; no quiero joderles la fiesta", revela por teléfono. No muy lejos de su puesto se asoma su compañera Cristina (también el nombre es ficticio), joven vitoriana con cierta trayectoria en la misma planta de Jundiz. Al igual que Ernesto, forma parte del pelotón de despidos -un total de 18- que la firma perteneciente al grupo noruego Hydro ha asumido en España. Como consecuencia, la joven ha caído en una depresión que la tiene de baja. "Neque", apostillan sus compañeros; "No es ni la sombra de lo que parecía", añaden.
El capítulo de dramas personales no termina ahí. Conforme avanzan la crisis y la reforma, éste parece infinito. Ahora el turno es para Nando Anguiano (esta vez sí el nombre es real). Delegado sindical de Celsa Atlantic (antigua Laminaciones Arregui), presumiblemente engordará la lista del paro en las próximas semanas como consecuencia de los 358 despidos que el grupo catalán contempla para garantizar la viabilidad de la misma. Para la desgracia de Nando, gruista en estos momentos de esta empresa dedicada a la producción de fleje, su despido y el del resto de compañeros de las plantas de Vitoria y Urbina supuestamente salvarán la vida del resto de empleados que Celsa tiene repartidos por sus 15 plantas en el Estado. Es sólo una suposición porque la percepción de Nando es que la empresa les ha utilizado como "cobayas" ante el resto del grupo. "Como les salga bien aquí, que se vayan preparando", advierte.
Las de Ernesto, Cristina y Nando son sólo tres historias escogidas entre los cerca de 600 dramas que la reforma laboral ha provocado en las últimas semanas en Álava. "Supuestamente", justifican todas las empresas bajo el mismo mantra, "para garantizar el futuro y la viabilidad de las mismas". En este contexto no es para nada extraño que el diccionario laboral surgido tras la aprobación del nuevo tablero de juego haya desempolvado acepciones del pasado como los ERE, los ajustes, la congelación salarial, los despidos o la flexibilidad. Derechos perdidos o conquistas ganadas, según el prisma desde el que se mire, que, cuando menos, permiten cuestionar el fondo y la forma de una reforma que demomento se está demostrando absolutamente inútil para acabar con la sangría del paro. Casi 25.000 alaveses -muchos de ellos cobrando ya sólo el subsidio- no pueden estar equivocados.
Eslabón más débil
"Somos los conejillos de indias"
Pero como la reforma "está para aplicarla", según espetó con cierto desdén un directivo de Beretta a su comité de empresa, parece más que evidente que el desamparo de la clase trabajadora ofrezca pocas alternativas más allá de lamentar, digerir y protestar contra el "chantaje" y la "injusticia" de cada caso. Este periódico ha querido comprobarlo acercándose a las historias de cuatro alaveses -todos ya sin trabajo- que, sin quererlo, son las primeras víctimas de la ansiada reforma laboral que demandaban empresas y empresarios. "Conejillos de indias", lamenta una de las afectadas, "de un reajuste que se ha vuelto a cebar con el más débil". Suyos son los tristes testimonios que recogen el no menos triste testigo de compañeros que ya antes de la reforma claudicaron por el cierre de sus empresas. Colegas protagonistas de compañías tan históricas en Álava como BH, Kemen o Saunier Duval.
A sus 57 años, Arantza Iturbe, de Beretta, intuye un futuro de "apreturas" después de una vida entera en esta firma de escopetas. De la noche a la mañana, "como regalo de jubilación", ironiza, la dirección le colocó junto a otros 16 compañeros en el disparadero por falta de rentabilidad. Al parecer, la producción anual de 8.000 escopetas estaba sobredimensionada y sobraban la mitad, con lo que la ecuación fue sencilla. Un expediente de extinción o adiós a la planta de Trespuentes. Como era de esperar, el eslabón se rompió por la parte más débil.
Consciente de lo que se avecina, la que fuera primera mujer de Beretta afortunadamente no afronta este tiempo de incertidumbre ni con cargas familiares ni hipotecarias, "lo cual ya es mucho en estas condiciones". Enrabietada por la situación pero sobre todo por la actitud "deshumanizada" de la dirección, Iturbe ya advierte que no descarta acudir a la economía sumergida si las cosas se ponen feas: "No me han dejado otra salida", claudica.
Esmaltaciones, 89 despidos
"¿Y cuando se agote el paro?"
En esa tesitura parece no encontrarse aún Bixen Fernández, otro vitoriano que entregó 38 años de su vida a Esmaltaciones San Ignacio antes de que el 5 de septiembre del pasado año la empresa le negara la entrada tras las vacaciones de verano. Y al igual que ocurrió en Beretta, también la empresa justificó la decisión por una supuesta falta de rentabilidad que los 89 trabajadores nunca acabaron por creerse. Con intereses fijados hacía ya tiempo lejos de Euskadi, la dirección de la que fuera una de las grandes compañías del tejido industrial alavés se movió rápido y actuó a bocajarro. Ni consultó ni avisó. Prefirió escudarse en la frialdad de un burofax para solventar de un plumazo el futuro de 89 familias. Meses después de reuniones, citas en el Juzgado, movilizaciones y presiones sociales y políticas, la soga se rompió. Y lo hizo de nuevo por el lado del más débil. Fernández y sus compañeros están en el paro desde el pasado 12 de mayo. En su caso, con apenas mil euros durante los dos próximos años para salir adelante. "Pero, ¿y después qué?", se pregunta con angustia.
Por eso y porque afirma ser un "optimista convencido", ha decidido hacer de la búsqueda de un empleo su trabajo, al menos hasta que surja uno "oficial". No menos de cuatro horas al día dedica este parado a visitar agencias de trabajo temporal y empresas, además de fotocopiar y enviar su hoja de servivios donde se pueda. "Me adapto a todo y estoy dispuesto a lo que sea; casi 40 años en Esmaltaciones dan para eso", sostiene mientras repasa de memoria los sectores que ha sondeado en las últimas semanas y que van desde la limpieza a la hostelería pasando por la alimentación o incluso las gasolineras. Su mente, de momento, no tiene tiempo para pensar, aunque el temor a caer en la "desesperación" es real. "Todo el mundo tiene un límite y en mi caso espero no tener que superarlo", reconoce.
Y así, entre todos, se va pasando el trago. Y una simple caña o un café ayudan a descargar tensión y encontrar el alivio necesario ante una situación desesperante, "casi límite", interrumpe Nando Anguiano, otro de los protagonistas de esta historia. Es el más joven de los cuatro y a su ya de por sí "putada", añade a última hora una pierna escayolada por culpa de la mala suerte. Dice que le ha mirado un tuerto, pero así y todo advierte que no va a arrojar la toalla. Su expediente es el de los 358 trabajadores de Arregui, amenazados con el despido si no se atienen a las exigencias, "llamémoslas chantaje", matiza, de la empresa. Razones "inaceptables" como despedir a 91 trabajadores, rebajar los salarios un 20% de media o trabajar casi cien horas más al año a costa de poner en juego "nuestras propias vidas". A sus 41 años, su futuro es si cabe más angustioso que el de colegas anteriores habida cuenta de que aún le restan, como mínimo, 26 años de carrera. "Te comes mucho la cabeza y los días se hacen eternos, pero lo peor es que no ves una salida clara y el tiempo corre...", reconoce enrabietado. En esta coyuntura, advierte, se impone la economía de guerra. Ajuste tras ajuste en casa hasta sacarle chispas, por ejemplo, a las ruedas del coche, "que llevo sin cambiar no sé desde cuándo", o la búsqueda del gasoil más barato o las vacaciones, "que nos las conozco desde hace ya unos cuantos años".
Alternativas
"He pensado en el autoempleo"
Cierra este relato Begoña Cuerno, administrativa en Pemco Esmaltes a la que ni tan siquiera el encierro de varios días protagonizado con sus compañeros le ha librado del despido. De los 32 trabajadores, sólo dos mantendrá el puesto. El resto se repartirán una indemnización de 1,3 millones de euros depués de varios días de negociaciones. Hace ya un lustro que Begoña vio las orejas al lobo. No se sabe si por pericia o pura suerte, el caso es que decidió ponerse a estudiar cuando cumplió los 50. Recuperó el tiempo perdido y sacó adelante un módulo de FP como auxiliar de enfermería que ahora espera completar en la Universidad. Aunque reconoce no haber pensado aún en el día después, es la única de esta historia que sí ha sopesado el autoempleo. "Ideas no me faltan, el problema es la base, la financiación", sostiene. Con 40 años de cotización a las espaldas y una carta de despido encima de la mesa no desaprovecha la ocasión para cargar contra el gobierno. "Ellos han dado a multinacionales como la mía todas las herramientas necesarias para salir pitando de aquí, no nos engañemos".