En el año 2050 la población mundial alcanzará los 9.150 millones de habitantes (en la actualidad ronda los 6.900 millones) según el escenario conservador de las proyecciones de crecimiento poblacional World Population Prospects publicado por la ONU. Un ritmo de crecimiento vertiginoso que plantea no pocos interrogantes sobre la sostenibilidad, el reparto de los recursos o las obvias tensiones políticas que se derivan del mismo. Pero además de analizar los desafíos del nuevo marco geopolítico, cabe también preguntarse cuáles pueden ser las oportunidades económicas que emanen de esta bomba para un pequeño pero dinámico tejido industrial como el nuestro.

En La Nueva Bomba Demográfica, uno de los artículos de relaciones internacionales más comentados desde Samuel Huntington y su controvertido Choque de Civilizaciones, Jack Goldstone ofrece algunas ideas aleccionadoras sobre cómo el rápido crecimiento demográfico y el proceso urbanización en los países menos desarrollados pueden desestabilizar el actual orden internacional.

Destacan cuatro cambios históricos que alterarán fundamentalmente la población mundial en las próximos cuatro décadas: el peso demográfico relativo de los países desarrollados del mundo se reducirá en casi un 25 por ciento; la mayor parte del crecimiento previsto de la población se concentrará en los países más pobres (países de menor tamaño hasta ahora y en gran medida de mayoría musulmana); el gradual desplazamiento del poder económico de las naciones desarrolladas hacia aquellas en vías de desarrollo; y por primera vez en la historia, la mayoría de la población mundial será urbana, con los grandes centros urbanos situados en los países más pobres.

Pongamos este enorme cambio en una perspectiva histórica. A principios del siglo XVIII aproximadamente el 20 por ciento de los habitantes del mundo vivían en Europa. En el periodo entre la Revolución Industrial y la víspera de la Primera Guerra Mundial la población de Europa se había cuadruplicado, en 1913 Europa contaba con una población superior a la de China y la proporción de la población mundial en Europa y las antiguas colonias europeas de Norteamérica se había elevado a más del 33 por ciento de la población mundial.

Esta tendencia se revirtió a comienzos del pasado siglo XX con la extensión de la atención básica de salud y saneamiento en Asia, África y América Latina. En el año 2003 las poblaciones combinadas de Europa y Norteamérica constituían el 17 por ciento de la población mundial. En el año 2050 esta cifra se espera que represente sólo el 12 por ciento, mucho menos de lo que era en el año 1700.

El análisis de Goldstone se centra sin embargo en los retos que la bomba demográfica plantea al actual orden internacional, la seguridad y las principales estructuras de gobernanza global. En unas pocas décadas entraremos en un nuevo mundo con una población concentrada mayoritariamente en países jóvenes y pobres, con una segunda clase de naciones conformadas por grandes economías emergentes, con unos países desarrollados con una población envejecida y en descenso, con recursos naturales menguantes y desafíos geopolíticos crecientes. Cierto. Pero también estaremos en un mundo de nuevas oportunidades económicas.

Con todo, no podemos adelantar las necesidades de ese mundo meramente extrapolando y proyectando la demanda global actual. Acertar a dar respuesta, desde un punto de vista de oportunidad económica, a la bomba demográfica supone reconocer que la nueva demanda económica internacional en el siglo veintiuno dependerá no tanto en el número de personas que habitarán el planeta como en la composición de la población global y su distribución: en qué lugares disminuye la población y donde está creciendo, que países son relativamente mayores y cuales son más jóvenes y, por lo tanto, qué necesita esta nueva y cambiante población.

De aquí al año 2050 casi el 80 por ciento del crecimiento mundial del PIB se producirá fuera de Europa y Norteamérica. Si la tasa de crecimiento de ingresos per cápita (ajustado por paridad de poder adquisitivo) se mantiene hasta entonces con el mimo ritmo que entre 1973 y 2003, en un promedio de 1,68 por ciento anual en Europa y Norteamérica y un 2,47 por ciento anual en el resto del mundo, entonces el PIB combinado de Europa y EEUU se duplicará para el año 2050, mientras que el PIB del resto del mundo crecerá por un factor de cinco.

Es decir, la parte del PIB mundial producida por Europa y EE.UU. en el 2050 no llegará al 30 por ciento, menos de lo que era a comienzos del siglo XIX. El principal motor de la expansión económica mundial se producirá en países como China, India, Brasil, Indonesia, México o Turquía.

El Banco Mundial pronostica que, en solo dos décadas, el número de personas de clase media (aquella con capacidad de adquirir productos de consumo duraderos como automóviles o electrodomésticos) en los países en desarrollo será de 1.200 millones. Esto significa que sólo la suma de la clase media en las economías emergentes será más grande que el total de la población combinada de Europa, Japón y EEUU.

Volviendo la mirada a Euskadi, resulta a veces tentador preguntarse qué hubiera sucedido si desde 1939, y por casi medio siglo, ciertas circunstancias históricas no nos hubieran limitado a ser el pez industrial grande de una pequeña pecera estatal. Si Euskadi pudiera haber tenido un campeón mundial del acero, naviero? de no haber perdido entonces el tren de la historia (y el mercado internacional).

Lamentablemente, tanto la cartografía siderúrgica, como la naviera como la de tantos otros sectores se ha vuelto a redibujar en las décadas perdidas. Nos queda no obstante una tradición industrial con una red de empresas y productos que pueden explotar algunas de las megatendencias que crearán las acuciantes necesidades del reordenamiento poblacional: el desarrollo de infraestructuras energéticas sostenibles, sanidad y nutrición, el consumismo creciente en los mercados emergentes y la inversión en transporte e infraestructura? Viene otro tren de oportunidades económicas.

Los efectos de la evolución demográfica dejarán pronto obsoletas las actuales políticas de gobernanza internacional provenientes del siglo XX. Ya que desde nuestro pequeño rincón del mundo no podemos hacer nada respecto a la tormenta geopolítica que se avecina, sí que podemos al menos dirigir nuestra economía a fabricar paraguas para satisfacer y aprovechar la nueva demanda de este mundo que nos viene encima.