LA sociedad vasca está llamada, este próximo martes, a la huelga general en medio de opiniones muy distintas y opuestas entre sí. Los recortes en el sueldo de los funcionarios o la congelación de las pensiones están en el centro de un debate, al que se añaden ingredientes como la reforma laboral o la subida del IVA. Todo ello, bajo una actitud aparentemente contrita de las autoridades al señalar que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" y, en consecuencia, es tiempo de sacrificios que permitan reducir el déficit público y el nivel de endeudamiento como paso previo para que los mercados financieros recuperen su confianza en nosotros.

Dicho así, podría resultar bonito e irrefutable si no fuera porque el déficit público no es obra de la mayor parte de la sociedad que tiene un sueldo como única fuente de ingresos y, por tanto, es perfectamente controlable desde la Hacienda pública. Por otra parte, no nos engañemos, lo que está en juego es el estado de bienestar de la sociedad, basado en un principio de solidaridad y una política encaminada a garantizar un nivel aceptable en materias tan sensibles como las pensiones, la sanidad, la educación, el transporte público, etcétera.

Son aspectos importantes que, cuando las cosas iban bien, han formado parte del material electoral, como si aumentar las pensiones fuera un acto de generosidad de las autoridades que, ahora, pretenden pensionistas o funcionarios colaboren en la reducción del déficit público y compartan el sentimiento de culpabilidad por vivir por encima de sus posibilidades con quienes se han excedido en la especulación inmobiliaria, en los innecesarios créditos al consumo o en el despropósito del consumo privado compulsivo realizados en el seno de un mercado financiero que dice desconfiar de nosotros, pero no ha repudiado a los 3.000 titulares de cuentas ilegales en Suiza que serán recibidos como el hijo pródigo por la Administración que nos pide sacrificios.

Es posible que los momentos actuales no sean los más apropiados para una huelga general. Hay que mejorar la competitividad y la productividad de las empresas en un marco de innovación y sostenibilidad. En este sentido, una huelga no es la mejor contribución. Ahora bien, ¿se han preguntado, quienes reclaman sacrificios a la sociedad para ganar la confianza de los mercados, qué confianza tiene la sociedad en ellos y en esos mercados financieros sin rostro ni nombres, pero con dinero y avaricia?

La historia nos dice que cuando se reduce el estado de bienestar, pese a las protestas sindicales, los mercados, insaciables por definición, quieren más.