toronto. La ciudad canadiense de Toronto comenzó ayer a recibir a miles de manifestantes antigubernamentales y ecologistas ante la cumbre del G-8 que empieza hoy y la del G-20 que dará comienzo el sábado. Canadá ha gastado más de 810 millones de dólares para ambas reuniones, y Toronto se encuentra fortificada y con un dispositivo de seguridad sin precedentes.

La cifra contrasta con los 14 millones de euros que se gastaron durante la cumbre de jefes de Estado del G-20 en septiembre en Pittsburgh (EEUU) y los 24 millones que costó la que se celebró en Londres en abril del año pasado, según un informe de la Universidad de Toronto. Así es como el Gobierno del primer ministro Stephen Harper, que instará a sus socios más endeudados del Grupo de los Veinte (G-20) a apostar por la disciplina fiscal, no ha predicado con el ejemplo y ha tirado la casa por la ventana para acoger el evento.

Criticado por la oposición y las páginas editoriales de los principales periódicos del país por sus excesos, Harper defiende el dispendio y sostiene que sería "irresponsable y censurable" que Canadá no hubiese adoptado las caras medidas de seguridad necesarias para proteger a los líderes mundiales. Las medidas en cuestión incluyen desde una kilométrica valla de seguridad de tres metros de altura, reforzada con gigantescos bloques de cemento, hasta los llamados "cañones sonoros" para dispersar a los manifestantes y los 20.000 policías y guardias de seguridad que patrullarán la ciudad. Pero lo que más parece haber indignado a los canadienses son los cerca de dos millones de dólares que ha costado el lago artificial y el pabellón turístico que se ha instalado en el centro de prensa desde donde trabajarán los periodistas que cubrirán el evento. Además, una pantalla gigante al fondo del lago proyecta imágenes de Muskoka para inspirar a los reporteros que no han podido desplazarse hasta la zona.