DADAS las circunstancias, no existe error alguno en el titular de esta columna. La felicidad, entendida en el mundo económico y laboral, sólo es posible en un marco de crecimiento y creación de empleo. Cualquier otro escenario sólo puede calificarse como de transición y sufrimiento. En estas claves suenan las previsiones para 2010, porque si algo hemos aprendido, es que no cabe mayor optimismo que esperar el final definitivo del círculo vicioso iniciado en 2007 con la crisis del sistema financiero, provocada por una ambición desmesurada y la absoluta ausencia de regulación y transparencia, que tuvo su punto de inflexión con la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la extraordinaria destrucción de empleo en 2009.
Desgraciadamente, nada de cuanto ha acontecido en los últimos doce meses proyecta un escenario optimista. En la economía española persisten las dudas sobre el sector bancario, sobre las medidas que está tomando el Gobierno de Zapatero y sobre la necesaria reforma laboral que hiberna en las estanterías de lo inaccesible. Por ello y para ello, hacemos nuestra una frase de Upton Sinclair (1878-1968), rescatada por Al Gore y Paul Krugman: "Es difícil que un hombre comprenda algo si su salario depende de que no llegue a entenderlo".
En efecto, la subsistencia de muchas personas depende de la subvención. Lo irónico del escenario español viene dado por el endeudamiento público dedicado a proporcionar un poder adquisitivo mínimo e insuficiente a los parados de larga duración, en detrimento de una alternativa que reactive el conocimiento tecnológico y la formación profesional en el mercado interno, al objeto de alcanzar un mayor grado de productividad y competitividad en los mercados internacionales, que viene a ser el único camino posible para evitar una mayor destrucción de empleo y la creación de nuevos puestos de trabajo.
La economía española se encuentra en el punto más bajo del ciclo. La política económica de los Gobiernos socialistas ha consistido en negar la existencia de una crisis en 2007, aceptarla como mal menor en 2008 y, aunque desoiga la recomendación del BCE para que tome nota de las advertencias de Standar&Poor"s, presentar en 2009 unas medidas anti-crisis de dudosa eficacia, para que 2010 sea el año de la recuperación. Sin embargo, una economía subvencionada conlleva muchos riesgos en medio de una travesía del desierto que no necesita espejismos, sino una hoja de ruta ajustada a la realidad donde los oasis existentes en el camino permitan cargar las baterías de la industria, el conocimiento y la tecnología.
En el escenario que se abre en 2010 sólo cabe esperar que en estos próximos doce meses llegue a la cordura y se pongan las bases para un feliz 2011.