En el árido desierto, bajo un sol abrasador que funde el asfalto y lleva el mercurio a la marca de los 45 grados, es fácil dejar que la mente fantasee con la refrescante diversión de una pista de esquí como si de un brote demente se tratara. Sin embargo, hay un lugar en el mundo en el que ese sueño se puede convertir en realidad. Es Dubai, el corazón de la extravagancia en el Golfo Pérsico, que cuenta con la única pista de esquí artificial en uno de sus exclusivos centros comerciales.
Muchas otras locuras son posibles en este emirato si la cartera es abultada. Una cena romántica en un restaurante submarino; alquilar un jaguar (el animal, no el coche) para fardar de mascota por 4.000 euros al día; llegar al hotel de 7 estrellas en helicóptero. O disfrutar de un apartamento situado a 800 metros de altura en el rascacielos más alto del planeta, que debería inaugurarse el mes que viene. Más barato sale viajar en el primer metro del mundo que no utiliza conductor alguno, una obra espectacular que este año ha vuelto a llevar a Dubai a las portadas de las revistas de ingeniería.
Sin embargo, por mucho capital del que se disponga, hay promesas que quizá sea imposible cumplir. Como comprar una isla desierta con forma de país o de hoja de palmera, algo que parecía tener tirón entre la gente guapa de todo el mundo, o hacerse con un piso en un rascacielos giratorio. Son dos de los muchos proyectos que están en entredicho después de la tormenta económica que ha provocado Dubai World, el conglomerado empresarial en cuya propiedad todavía no está muy clara la participación del Gobierno, y que incluye a la constructora Nakheel. Este gigante había hecho de un lema imperial su eslogan: "La compañía en la que nunca se pone el sol". El astro no sólo se ha desvanecido, sino que ahora caen chuzos de punta.
Caos y confusión Dubai World, uno de los pilares de la economía del emirato, debe la friolera de 59.000 millones de dólares (40.000 millones de euros), y no parece que pueda pagarlos a corto plazo. La noticia se soltó como una bomba atómica el pasado día 25 de noviembre, y desde entonces ha reinado la confusión sobre las implicaciones que puede tener el anuncio de una moratoria de seis meses en el pago de esa deuda para la economía del emirato. No se conoce en qué medida están implicados los bancos europeos y norteamericanos. Según Sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum, emir de Dubai y vicepresidente del país en el que está integrado este territorio, Emiratos Árabes Unidos (EUA), el asunto no tiene gran importancia, y achaca el miedo en los mercados de todo el planeta al desconocimiento del sistema local. Pero, por si acaso, los inversores venden acciones como locos y las bolsas de Dubai y Abu Dhabi, el mayor emirato del país, se desploman casi un 10%. Standard & Poor"s, por su parte, decide degradar a varias instituciones estatales como medida de precaución.
Termina así el idilio de Dubai con el frenesí económico al alza. Es la culminación de un proceso de declive que comenzó con la crisis global, acentuada por la caída del precio del petróleo (aunque sólo representa el 6% del PIB del emirato), y el exceso de oferta en el sector inmobiliario, destinado casi en exclusiva a grandes fortunas que ya no están dispuestas a invertir ingentes sumas en ladrillos. Así, los precios de pisos y parcelas han caído hasta un 50% en un año, e inversores de todo el mundo, sobre todo asiáticos, se han dejado cientos de millones de euros en transacciones fallidas. Un buen termómetro es el aparcamiento del aeropuerto, donde se contabilizan ya 3.000 coches abandonados, la mayoría de alta gama.
Sin embargo, quizá sean los más pobres quienes sufran las peores consecuencias de este batacazo. Porque a pesar de que Dubai cuenta con una de las rentas más altas del mundo, 30.000 euros per capita, esta cifra esconde grandes desigualdades. De hecho, la sociedad del emirato es una de las más peculiares del planeta: el 85% de su población no tiene la nacionalidad, son trabajadores extranjeros contratados para hacer realidad los faraónicos proyectos. Mano de obra barata que se hacina en barracones y no tiene derechos. Según estadísticas oficiales, un 20% de los residentes del emirato vive por debajo del umbral de la pobreza. Y no es de extrañar, porque con sueldos de 300 o 400 euros no es fácil vivir en un país de destellos dorados.
desigualdad extrema Un paseo por las calles de Deira, la ciudad vieja, deja bien claro que en Dubai todavía existen los esclavos. O algo parecido. Decenas de miles de trabajadores indios, ceilaneses, bengalíes, filipinos y tailandeses se dan cita en los pequeños zocos de la parte menos glamurosa de esta urbe de algo más de un millón de habitantes para secarse el sudor y sorber té. Su vida nada tiene que ver con la de los hombres de turbante blanco. Estos suman el 15% restante, la población nativa, ésa que controla el 90% de la riqueza del país y no se prodiga en público. A los emiratis se los puede encontrar en los restaurantes más exquisitos, en los grandes centros comerciales, o en los lujosos bloques de oficinas, pero no en las calurosas calles. De ahí que el paisaje esté dominado por los rostros oscuros del subcontinente indio, mucho más frecuentes que los turbantes y las túnicas blancas de los árabes. Estas inmensas diferencias han creado, en más de una ocasión, choques entre la población inmigrante y la nativa, y han llevado al Gobierno a tratar de aumentar la natalidad de los emiratis y, sobre todo, a tener los puestos de cierta relevancia ocupados por nativos. Pese a todo, los Emiratos Árabes Unidos conforman un oasis de tranquilidad en la península arábiga, una de las regiones que más atención acapara en el siglo XXI debido al auge del integrismo islámico. La consigna ha sido moderación y riqueza, dos términos que los emires del país han seguido a rajatabla para crear un futuro estable y próspero en el que reluzcan el oro negro y el acero.
Después del petróleo Cada barril de petróleo tiene un costo de producción cercano a los 15 dólares. De ahí a los 150 que se llegó a pagar, e incluso a los 70 que cuesta en la actualidad, va un trecho. No es de extrañar que gran parte de esos ingentes beneficios se hayan transformado en el vidrio y el hormigón de los proyectos arquitectónicos más espectaculares del planeta. Es la mayor transformación del siglo XXI, en la que tres países han tomado la delantera: EUA, Bahrein y Qatar. Con su apertura al exterior tienen la vista puesta en un futuro sin petróleo. Cuando se acaben las reservas de crudo, en medio siglo según diferentes analistas, estos territorios tendrán una potente fuente de ingresos: el turismo de lujo. Dubai ya recibe cinco millones de visitantes al año. Abu Dhabi, Bahrein y Qatar quieren sumar con proyectos superlativos que huelen a petróleo.
Ninguno de ellos ha sido siempre próspero. El auge de Dubai, por ejemplo, comenzó en la década de 1970, cuando empezó a extraerse el petróleo localizado años atrás. Hasta entonces, este territorio yermo era uno más en el mosaico de emiratos de la zona. Un asentamiento de pescadores, ganaderos de cabras y cultivadores de perlas que sumaba unos 60.000 habitantes. Eso sí, con una larga tradición comercial que atrajo la atención de los británicos, quienes se establecieron en 1954.
Sin embargo, la explotación de los yacimientos propició el imparable crecimiento del emirato, que rápidamente se convirtió en uno de los destinos preferentes para emigrantes de todo el continente que veían en el boom de la construcción una salida a la pobreza. La estabilidad política lograda con la creación de los Emiratos en 1971 (suma de seis territorios gobernados por emires hereditarios de sus poderes) y la relativa moderación religiosa hicieron el resto. Ahora, esos logros están en entredicho, aunque los economistas coinciden en que no se trata de una nueva crisis, sino de los efectos retardados de la que ha sacudido el mundo. Para la mayoría, las bases sobre las que se asienta la riqueza de Dubai son sólidas. El petróleo garantiza ingresos estables y, aunque la burbuja inmobiliaria puede suponer una importante regresión económica, seguirá siendo un gran centro financiero.