El Zaragoza se jugaba la permanencia en su estadio ante el Real Madrid y cerca del final Marcelino, el ariete local, caía aparatosamente dentro del área. La grada se encendió reclamando penalti, mientras Marcelino se revolvía dolorido sobre el césped. Cuando se levantó, el árbitro le pidió que colocase el balón en el lugar donde se había cometido la infracción. Y Marcelino lo puso fuera del área. Aquel partido lo dirigía Juanito Gardeazabal Garai (Begoña, 1923), que actuó así porque desconocía el lugar exacto donde se produjo el derribo.

Es una de tantas jugosas anécdotas del considerado mejor árbitro de la historia del fútbol español, fallecido hace ahora medio siglo. Gardeazabal murió recién cumplidos los 46, el 21 de diciembre de 1969. Su jubilación estaba próxima, pues la norma obligaba a colgar el silbato a los 47 años. Su prematura desaparición le privó de asistir al Mundial de México, que hubiese sido el cuarto en su brillante currículum, el broche a una trayectoria con un centenar de partidos de selecciones y torneos continentales.

"Un amigo me dijo que se presentaba a la Federación Vizcaína, para probar suerte con el silbo. Le acompañé picado por la curiosidad y mira". Así relataba sus inicios Gardeazabal, que dejó la práctica del fútbol en edad juvenil por un problema de menisco. Por ello siempre lució una protección en la rodilla derecha. Un directivo del Valencia le preguntó si estaba lesionado y él respondió con su natural gracia que no, que lo de la rodillera era solo una moda.

En tiempo récord, Gardeazabal pasó de arbitrar en Tercera Regional a Primera División y dos años después, en 1955, se convertiría en internacional. Participó en los mundiales de Suecia (58), Chile (62) e Inglaterra (66), donde dirigió el URSS-Hungría. Los magiares eran la sensación del momento, pero fueron apeados. Gardeazabal tenía la explicación: "Si los húngaros hubiesen tenido al portero del Iturrigorri, hubiesen quedado campeones".

El prestigio que alcanzó el colegiado bilbaíno no le privó de críticas, altercados y recusaciones varias. Eran tiempos de un fútbol bronco que condicionaba la labor de los jueces, habitualmente tachados de caseros, y, por ende, el resultado. No era su caso, según esta crónica: "Podía irritar al público de campo propio, pero los equipos sabían que con él, en campo contrario, no podían hallar mejor arbitraje. Gardeazabal se abstraía de públicos, de nombres y de hombres, dejaba jugar y no temía equivocarse".

Le preguntaron si la toma inmediata de decisiones era la parte más compleja de su tarea. Dijo que en absoluto: "Lo más difícil es mantener una personalidad y hacerse con el jugador, demostrarle que quien le ha juzgado es justo. Expulsar es fácil. Lo bonito es llevar la nave a buen puerto". No se privó sin embargo de mandar a la ducha a Kubala ante la afición blaugrana y, tras una furibunda campaña de prensa, el Barça logró que no le volviese a arbitrar en un año. Aquí va su suave réplica: "El árbitro actúa con la misma buena fe que el jugador. No pido más que el mismo trato que se le dispensa al jugador cuando al fallar un penalty recibe el aliento de sus compañeros".

Un colega coetáneo definió así a Gardeazabal: "Tiene casta y temperamento. Su serenidad impide al público conocer sus auténticos estados de ánimo. Es formidable y encima simpático a rabiar". Ilbon Urizar Azpitarte asiente y rememora su primera conversación: "Chaval, ¿siempre pitas así? Pues llegarás lejos. Ah y como me hables de usted no te trato más". Urizar asegura que aprendió mucho de él: "En el campo tenía una personalidad impresionante. Lo que decidía iba a misa. Su relación con los jugadores era única, era como si fuesen sus hijos. Hasta logró que Di Stéfano y Kubala se diesen la mano. Era una persona apreciada, sin enemigos, su seriedad no le impedía ser irónico, ocurrente, incluso cachondo".

MENSAJE PARA FRANCO Ocurrencias tuvo, desde luego. Una gorda en los prolegómenos de una final de Copa. Con Francisco Franco en el palco, uno de sus ministros, José Solís, bajó al vestuario para pedirle a Gardeazabal que garantizase el normal desarrollo del juego a fin de no incomodar al "Caudillo". Ni cortó ni perezoso, Gardeazabal le espetó que le transmitiese a Franco que el partido iría como la seda, que él lo tenía todo bajo control y que se centrase en sus cosas. Solís, desconcertado por la firme reacción de su interlocutor, dejó claro que había captado el mensaje: "No se preocupe que así se lo diré". Luego Gardeazabal contaba risueño el episodio, pero reconocería que consciente de que quizá no midió bien su respuesta no descartó su detención y la suspensión de la dichosa final.

Juanito Gardeazabal, con una calle a su nombre en Santutxu, dejó huella. Delgado pero sobrado de energía, criterio y elegancia en su cometido. San Mamés acogió un homenaje en su memoria en febrero de 1971. Jack Taylor, colegiado inglés que condujo la final del Mundial de 1974 entre Holanda y Alemania, declaró que Juanito Gardeazabal era "el árbitro más señor" de cuantos había conocido.