- El amarillo de los campos de colza, grandes franjas peinadas en la campiña entre el verde infinito de Suiza, respondía con su color intenso al sol estupendo que gobernaba jocoso en Échallens, por donde se rotulaba el Tour de Romandía. En ese ambiente sosegado, pulcro y ordenado como un escritorio de atrezzo de tienda de muebles, con Rohan Dennis al comando, Diego López se subió a la aventura de la jornada. Templado el equipo del líder, con las prisas justas, esas que parecen no serlo, dejaron que la fuga sirviera de lanzadera del grupo, donde se debatía sobre las caídas y el peligro inherente al ciclismo, prensado al drama. Cada vez más velocidad, cada vez más riesgos, cada vez más órdenes por ocupar espacios, cada vez más presión por estar delante, cada vez menos respeto, cada vez más... Se reproducen las caídas, un mecanismo maldito. “Es parte de este deporte”, definió Ion Izagirre antes de la salida.

El de Ormaiztegi fue uno de los que se fue al suelo la víspera. Asume Izagirre el nuevo ecosistema del ciclismo, donde no existe la transición. Aquello pereció volatilizado por la ansiedad, la urgencia y la precipitación. Los días urgentes mandan sobre la cautela, la precaución y el sentido común. Rigoberto Urán, presente en la misma escena que Izagirre, no pudo salir. El colombiano se dañó el hombro. Ethan Hayter fue otra de las víctimas en esa caída de tantos. El inglés, que entonces era líder, se quedó sentado en el trono de la nada. Eso ya pasó para él. En Échallens, Hayter encontró el todo. Venció al esprint por delante de Jon Aberasturi, que se sintió nuevamente velocista tras un complicado inicio de curso en el Trek. El gasteiztarra acarició el triunfo, pero se lo quedó Hayter, que sacó la cresta para reivindicarse tras el cortocircuito de la víspera.

Incluso en los días de entretelas, la tensión nunca se aleja, presente en cada recodo del camino, acampada en las mentes, incrustada en el tuétano. Imposible encapsularla. Amortizada la fuga de López, Skujins, Bruns y Planckaert, el Jumbo facilitó que otros equipos que pensaban en el esprint estiraran las piernas en el frente. El Ineos, encolumnado, sincronizado y solidario, acunó a Hayter, despistado un día antes, cuando la caída le mordió mirando el paisaje mientras su equipo trabajaba en el frente. Allí se quedó su liderato, sobre una cuneta. Buscaba la rendición tras su pecado de juventud el inglés. Aprendió. A veces se gana, y otras, se aprende.

Se corrigió Hayter a tiempo, que mandó callar cuando celebró la conquista. Se puso el dedo en los labios exigiendo silencio el inglés. Aberasturi, segundo, que se coló pegado a las vallas, no pudo llevarle la contraria. El gasteiztarra, de regreso al WolrdTour, vio algo de luz después de una entrada a la campaña repleta de aristas. Se aproximó Aberasturi, pero era demasiado tarde para desestabilizar a Hayter, que cargaba con el despiste de la jornada precedente como acicate. Se arrancó el lastre. Liberado.

El Ineos, ambicioso, elevó el tono para mover las poleas de la arquitectura del esprint . El colosal Magnus Sheffield, un gigante que pateaba los pedales, que los trituraba, llevó a hombros a Hayter en la recta de meta. El inglés no perdonó a pesar de la oposición de Aberasturi, que no tuvo el gas suficiente para remontar a Hayter, el último eslabón del Ineos. El inglés enlazó de ese modo su segunda victoria tras abrir el champán en el prólogo del Tour de Romandía. La caída fue un paréntesis. Rehabilitado, exitoso, Hayter manda callar.

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