- Solo quedaba un segundo pendiente del árbol de las bonificaciones, apenas un tic solitario. Los otros se los habían repartido Bais y Gavazzi, los últimos en desintegrarse de la fuga que sumaron con Cañaveral, Marengo y Gabburo. Ese segundo huérfano que penduleaba en una subida lo atrapó Tadej Pogacar con ese deje tan suyo, el de los elegidos, pasmosa la facilidad. El respingo de Pogacar lo olfateó Tao Geoghegan, pero levantó los hombros y bajó la mirada. No podía hacer más. Rendido a la evidencia. Pogacar, que apabulla cuando se lo propone, no quiso abusar. Se puso el pendiente del segundo a modo de un lobo de mar que atraviesa el Cabo de Hornos y se refugió en puerto seguro. Se instaló en el nido del pelotón, aunque tampoco hubiese sido descabellado que se lanzara hacia la aventura para completar otra actuación memorable como en la Strade Bianche.

Serenado el esloveno, el UAE envidó con Marc Soler, el alfil de Pogacar, a 20 kilómetros de meta. El catalán desempolvó las piernas del atrevimiento, liberado de su pasado. Las dudas germinaron en el retrovisor, donde se arremolinaban los deseos de los velocistas, ansiosos por un final rápido. Soler agarró un puñado de segundos para jugársela en un terreno ondulado y fatigoso en una jornada larga, de 219 kilómetros. Soler exigió a los cazadores, a los que capitaneó en el bocado final Filippo Ganna, el líder. Soler capituló a apenas tres kilómetros. Los equipos de los esprinters absorbieron su arrojo y maquinaron el mecano del esprint.

Se inició el vals de la velocidad con los codazos del ska. Hombros y codos para hacerse con el asiento con las mejores vistas. El Alpecin tomó un margen para mimar a Tim Merlier. El Israel se recostó en la otra orilla con Nizzolo. Peter Sagan, la estrella que critica a los jóvenes que no van a la cuneta para orinar y les da por desaguar en cualquier lugar, encontró refugio en la columna del TotalEnergies.

Los favoritos, pertrechados en los colchones de sus formidables guardaespaldas, se pusieron a salvo. Descontaron el día sin cicatrices. Una victoria para Ganna, el líder, y el resto de contendientes de la general. Más si cabe en carreteras juguetonas, estrechas y que se rematan en curva a toda velocidad. Alguien dijo que Italia es la cuna de los coches de carreras porque el país es un circuito en sí mismo. No estaba desencaminado. Los esprints revirados no son precisamente el lugar idóneo en el que mecerse con calma. Ya se sabe, Italia y su amor por las llegadas ratoneras y peligrosas.

A falta de bólidos de cuatro ruedas, rugió el caballaje de los velocistas, tipos a los que les entusiasma el riesgo y la adrenalina. No hay camisa de fuerza que les ate en el callejón de las vallas. Indomables. Esa sensación kamikaze de bordear los límites les alimenta. Les encanta ser vecinos del peligro. En ese juego de euforia instantánea, de todo o nada, Merlier se impuso a Olav Kooij y Kaden Groves, que dejaron al gran Sagan fuera de plano, rebasado el eslovaco de los tres Mundiales por el descaro de la juventud en un esprint que finalizaba en un pliegue de Sovicille. Allí apareció Merlier. El chico de la curva.

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