- En el desierto, el ciclismo es un bulto sospechoso, un acto contracultural, un movimiento surrealista. Entre las arenas del UAE Tour suceden hechos extraordinarios, pura fantasía. Se acentúan la distopía de los tiempos extraños. En medio de uno de los ecosistemas más hostiles que se conocen, el ciclismo desembarca sobre el mar de petróleo, que es el único señuelo que valida una aventura sin sentido. Solo el dinero le otorga lógica a un viaje lisérgico, fuera de cualquier cauce racional. El ciclismo hace tiempo que hizo su reverencia a ese modelo; la genuflexión al lujo y al capricho árabe para subsistir y abrir mercados. En ese escenario inhóspito tiene cabida lo insólito, lo inopinado y lo extravagante. Todo es posible porque nada está anclado a la racionalidad. En carreteras que son autopistas, anchas como las pistas de un aeropuerto, sin ningún cobijo, expuestas a las leyes inclementes del desierto, se desató una tormenta de arena, que no es un hecho excepcional, precisamente. Arena escupida por el viento. Ametrallado el pelotón en el paredón con vientos que alcanzaron los 30 kilómetros por hora.

Un puñetazo de millones de granos de arena atacando los rostros y las piernas de los corredores. Tragó arena el pelotón. Menú del día en el desierto. El viento rugía y los ciclistas, zarandeados, aplastados por el muro de viento, achatadas las narices, se enfrentaron al poder de la naturaleza, algo así como a la densidad que propuso el muro de sonido que inventó Phil Spector, una idea que consistía en la superposición de grabaciones para conseguir la densidad buscada para cada una de las canciones. Se trataba de ir montando instrumentos uno sobre otro, como ladrillos, hasta construir una estructura sólida como base rítmica y, a partir de ella, apilar las voces y los arreglos necesarios. La espesura. Arena y más arena lanzada a toda velocidad sobre el cuerpo de los ciclistas.

El impacto de la arena estuvo a punto de inmovilizar al pelotón. Como no avanzaban, se atemperó el ritmo. Menguó de tal manera la marcha, que Jasper Philipsen, el líder, bajó de la bici y corrió a pie con la bicicleta en paralelo. La escena, curiosa, hizo reír a sus compañeros de equipo, sorprendidos por la ocurrencia del velocista. Tras unas zancadas se subió en marcha nuevamente a la bici. La imagen evidenció la enorme distensión de la carrera y lo absurdo de correr en el desierto, donde las tempestades que cargan munición de arena son habituales. Escenas de ese tipo descubrieron lo disparatado correr en el desierto, que no es un lugar para las bicis.

El viento que agitaba la arena decidió tomarse un respiro. Oxígeno y vida para el pelotón, que resucitó para agotar la jornada con un esprint en el que se midieron palmo a palmo Philipsen y Mark Cavendish, el revivido. El velocista británico, que comparte junto a Eddy Merckx el récord de etapas conquistadas en el Tour de Francia (34), se descorchó, pleno de potencia a los 36 años. El hombre que perdió la velocidad hasta que recuperó la juventud y el estallido de sus piernas en la guarida de la manada de lobos de Patrick Lefevere, el esprinter milagro, se impuso a Philipsen, que lo mismo pagó la broma de trotar en paralelo a su bicicleta con la derrota. “Tuve mucha suerte porque pude comprobar que Philipsen venía rápido hacia mí. Sabemos que está en buena forma, así que estoy feliz de haber podido detenerlo y se haber logrado la victoria”, estableció Cavendish.

En el pleito de la velocidad no hubo espacio para los golpes de humor, solo para los de riñón. Cavendish alcanzó los 67,4 km/h de punta y derrotó al belga. El triunfo del esprinter de la Isla de Man, el archipiélago de las motos, las carreras y la gasolina, tuvo eco más allá de las dunas que festonean la carrera árabe. Cavendish acumuló su segunda victoria del curso. La anterior la obtuvo en un escenario similar, el Tour de Omán. Mantiene de este modo vivo su litigio con Fabio Jakobsen, que cuenta cuatro triunfos. El neerlandés es la apuesta de Lefevere para los esprints del Tour. Por si acaso, el velocista británico, que busca la marca de todos los tiempos en la Grande Boucle, presiona sin desmayo. Cavendish desata la tormenta del desierto.