ree Novax Legend", rezaba el cártel que portaba un seguidor de Djokovic durante una de las concentraciones y vigilias que se han montado delante del hotel en el que el gobierno de Australia tiene retenido al tenista serbio hasta que resuelva si reúne los requisitos necesarios para disputar el Abierto de Australia. El juego de palabras con el nombre del número 1 de mundo subraya que Djokovic es, con todo merecimiento, una leyenda de su deporte, pero también lo es desde ahora para los negacionistas y los no vacunados, los no vax en la terminología anglosajona, que han hecho bandera de este caso, que desborda ya los límites del deporte y se ha convertido casi en un conflicto diplomático y político.

Es como si, de repente, Djokovic y su entorno, que ya el año pasado gozaron antes del primer Grand Slam del año de privilegios respecto a otros jugadores y muchas otras personas, se hubieran convertido en defensores de una causa que está creando división en estos tiempos de pandemia. "No se puede discriminar a alguien por decidir sobre sí mismo si quiere vacunarse o no. Estoy muy decepcionado con la sociedad mundial en este momento", escribió el ganador de 20 Grand Slams en sus redes sociales. Su padre Sredan, que está encabezando las protestas frente a la Asamblea Nacional de Belgrado, va más allá y dice que su hijo es "Espartaco; es el líder del mundo libre, de las naciones y de pobres y necesitados. Querían ponerlo de rodillas, pero no solo a él, sino también a nuestro país. Como a Jesucristo, intentan crucificarlo, subestimarlo, ponerlo de rodillas".

El asunto va tomando temperatura en un país en el que existe una gran colonia de ciudadanos procedentes de las antiguas repúblicas yugoslavas y, sobre él, se ha pronunciado incluso el presidente de Serbia, Aleksander Vucsic: "Nuestras autoridades están tomando todas las medidas posibles para detener la intimidación del mejor tenista del mundo en el menor tiempo posible". El caso es que Djokovic, siempre dispuesto a abanderar causas nobles y otras no tanto sin importarle lo que piensen de él, ya estuvo en el centro del huracán en 2020 cuando organizó el Adria Tour en pleno apogeo de la pandemia y provocó un reguero de contagios, entre ellos el suyo, al no respetar las medidas sanitarias. Claro que entonces el entorno del jugador echó la culpa al búlgaro Grigor Dimitrov.

Ahora se ha mezclado la mala praxis de las autoridades del estado de Victoria y los responsables de Tennis Australia con el deseo del número 1 del mundo de ganarse el trato de favor al que sus seguidores creen que se ha hecho acreedor por ser quien es. La exención médica le fue concedida antes de viajar a Australia y contaba en teoría con el respaldo médico, pero una vez en el país el gobierno del país, con el primer ministro Scott Morrison, advirtieron de que no iba a haber excepciones y pidieron a Djokovic que justificara su petición o que se vacunara. El jugador adujo que había pasado el covid en los seis meses interiores, pero sus argumentos no han convencido ahora, su documentación de ingreso no estaba completa y del aeropuerto, donde le retiraron el visado, fue conducido a un hotel de Melbourne, donde se encuentra retenido, secuestrado y prisionero según sus acólitos, a la espera que el lunes los jueces resuelvan sobre la apelación del jugador, que podría ser deportado entonces.

"Dios lo ve todo. Mi bendición es espiritual y la de ellos es material", es el último mensaje de Novak Djokovic, leído a sus seguidores, en esta increíble ceremonia del absurdo por la torpeza de unos y la cabezonería del protagonista. Las amenazas de su padre pueden provocar que las autoridades federales de Australia, donde la pandemia se ha manejado con medidas muy restrictivas, veten el acceso del tenista al país durante tres años. "Las reglas son las reglas, iguales para todos", ha asegurado Morrison. Mientras tanto, Australia mira a las otras estrellas del tenis, como Rafa Nadal, que tras debutar con victoria ante Berankis en el ATP 250 de Melbourne recordó que "Djokovic sabía las reglas desde hace meses. Él es libre de tomar las decisiones que quiera, pero también debe asumir las consecuencias". El número 1 del mundo, encantado de que hablen de él aunque sea mal, mandaba ayer besos y corazones desde la ventana del hotel donde paga, desde una posición privilegiada, una sucesión de incongruencias, propias y ajenas.

Las autoridades federales de Australia han contribuido a la confusión al revocar la exención médica concedida al jugador antes de viajar al país

"Como a Jesucristo, intentan crucificarlo", ha dicho el padre de Djokovic, erigido en exagerado portavoz de las protestas de sus seguidores