n el fútbol internacional actual se ha acuñado el término de ‘clubes-estado’ para denominar a aquéllos que cuentan con propietarios procedentes de países emergentes, con dirigentes (magnates o jeques) que han dirigido sus riquezas a comprar sociedades deportivas como medio de negocio y de promoción de sus estados y de sus empresas en Occidente. Un mercado permitido por la legislación societaria vigente en nuestro entorno, que configura en el deporte profesional sociedades de capital por acciones, con abierta oportunidad de adquisición por grandes fortunas transnacionales y puntuales condiciones de control que varían según el país receptor.

La idea de club-estado la vienen utilizando singularmente los mandamases y medios españoles, airados ante las posibilidades de fichajes de Paris Saint-Germain o Manchester City, en manos de dueños procedentes de lejanas latitudes, dispuestos a gastar ingentes cantidades en fichar estrellas del balón con el fin de ganar Champions y vender camisetas. Y lo manejan a título de denuncia, precisamente los periodistas con camiseta del Real Madrid y del Barcelona, apesadumbrados de que no sean éstos los que sigan monopolizando a los astros del balompié, como ha sido norma en los últimos lustros para resignación cristiana (o mesiánica) de los demás grandes clubes del continente, y no digamos de la clase media hispana, cuyo acceso a títulos ha sido casi testimonial ante el duopolio merengue-culé. Ahora la alarma se ha encendido: el chiringuito está en peligro.

Lo que no analizan los paniaguados del fútbol español son los motivos por los que Madrid y Barça no son ya los que se reparten tan fácilmente el pastel europeo como el español, en el que acaso entra invitado un tercero o rebelde ocasional, pero donde campan a sus anchas, ante poderes públicos genuflexos dispuestos a flexibilizarles las obligaciones como no consienten a otras sociedades, empresas o ciudadanos de a pie. ¿Hablamos aquí de ‘clubes-patria’?

Para poner supuestamente orden al negocio y al endeudamiento del deporte profesional, se regularon en España las sociedades anónimas deportivas, con las excepciones a ese régimen para cuatro clubes deportivos “sin ánimo de lucro” que se mantienen sin exponerse a la compra exógena, casualmente incluyendo entre los “buenos gestores” a Real Madrid y Barcelona (Athletic y Osasuna sí que lo fueron).

Pero resultó que las instituciones europeas, y sobre todo la propia dinámica de gestión, han puesto de manifiesto que esa categorización legal no ha servido para detener el dispendio. Ser SAD o ser asociación deportiva no ha evitado la acumulación de cañones, y para cubrirlos parece no hay otra que promover la famosa y latente Superliga de los ricos, o la entrada en la Liga de fondos como el CVC, dinero contante para financiar el entramado, con la excusa de la crisis por la pandemia. La primera fórmula es grosera, por exclusivista e insolidaria; la segunda, fomentada como alternativa por Tebas tras ser rechazada en Italia, es pan para hoy y hambre para mañana, millones ahora y ya los devolveremos en 40 años, hipotecando futuros dividendos. Muy nuestro. O de los que lo han aprobado. En esto creemos que el Athletic, oponiéndose, ha acertado y demostrado coherencia. No así los demás clubes vascos, que se apuntan al pájaro en mano y el que venga que arree.

Lo cierto es que la situación económica actual de los clubes de la Liga española, de los que mandan y de los que se dejan mandar, su presunta debilidad frente a otros de otros lares, no es producto exclusivo de la crisis covid, ni consecuencia de que a los “clubes-estado” de allende no les apliquen el llamado Fair-Play financiero. La vaca tiene un límite. Tras la manga ancha, hay que acomodar, de una vez, las posibilidades de nuestros equipos profesionales de fútbol (o de baloncesto) a la situación general del país. No es lógico que los clubes españoles sigan viviendo por encima de los de países europeos con mayor estabilidad económica y menor deuda.

Con todo, con tanta queja de lo que por ahí se gasta, lo cierto es que a Papá Florentino, que sigue conspirando para imponer su Superchiringuito, le sobra para pagar el nuevo Bernabéu y ofrecer (en balde, qué pena) 200 millones al pérfido PSG. El mismo que lloraba en su programa homónimo que la situación del fútbol español es “dramática”. Humor blanco, humor negro.