l teléfono echa humo desde muy temprano. No para de sonar mucho antes de que consigas abrir los ojos con normalidad, a esa hora en la que sólo los que vuelven a casa de algún sarao u antro... Ah, no!, que eso ahora está prohibido; bueno, de donde sea, del turno de noche de la fábrica, o de casa del otro o de la otra. Esos sí que reciben el mensaje a la primera. Al resto nos cuesta un poco más. Tres horas después. El cartero te cita y te pone el cebo 17 veces al día: que hay pista, que juegan fulano y zutano, que en la siete hay una baja y “mira a ver si puedes”... Desde las siete de la mañana tú. Desde las siete. Y luego abres el chisme, miras en tu grupo y ya está todo petado, que hay mucho enfermo que no puede vivir una tarde sin pegarle a la bolita ni echarle una miradita al móvil. Tiene todo el tiempo del mundo y, ahora, además, está de vacaciones. Un esperpento. Pero si no fuera por él, muchos andaríamos mal para buscarnos una cita, una hora y media libre y hasta compañeros. Esa es su labor, ponérnoslo fácil. El tipo es deportista, y según pinta lo que cuelga en las redes, come sano. Todo esto de un tiempo a esta parte. Que parece otro. Ha perdido culo, tripa, pechos y corre que se las pela, subiendo y bajando montes, en la cinta, en su Zamora natal, en Huelva donde pasa las vacaciones... Está de vacaciones, aviso, aunque el teléfono diga otra cosa, pues, don erre que erre, continúa invadiendo intimidades por esa vía desde muy temprana hora, a esa a la que no pierde el culo, lo que le queda, para pisar la arena de la playa a todo trapo mientras sus dos nenas siguen un rato más en la cama. Luego está la bici, la que va renovando de poco a poco con las últimas novedades técnicas, y se cree a su lomo un rodador belga que te lleva con el gancho a todo meter, que te entran ganas de coger la pala y meterle “en tol pescuezo”.

Eduardo Pascual -Zamora, 02/03/68-, dice quien más le sufre, “es una persona entrañable que nunca te defrauda, pero en la pista agacha la cabeza, habla solo... se transforma”. Quien así habla de nuestro personaje es Javier Gorbeña, el hombre que ha jugado con él “en más ocasiones, incontables, en torneos de todo tipo”.Ana Belén y Laura “tienen ganado el cielo”, advierte Gorbeña y reconoce Pascual. Son las dos mujeres de su vida. Hay una tercera, doña Rosa, la madre, “de la que me viene el carácter que tengo”. Será el bueno, el de la calle, porque Yayo -así le conocemos todos- en la calle es un tipo empático, simpático y afable, con don de gentes, que en la cancha “se ha ganado con creces el sobrenombre de caruflas”. Lo dice su pareja de pádel, pero ojo, ¿quién no ha sufrido alguna vez esa transformación en cuanto empuña la pala? Caruflas no sé muy bien qué quiere decir pero “lo imaginamos todos”. Yayo empezó a jugar a esto, en 2006, en el Estadio y se enganchó pronto. Llegó a ser presidente de Pádel Lakua, club nacido a la sombra de Padeleku, donde nuestro protagonista se convirtió en principal dinamizador. Debió hacerlo tan bien que Pádel Norte le echó el cazo. Dice Gorka Fernández-Miranda, gerente del club del Alto de Armentia, que Eduardo “tiene una gran capacidad para organizar, mover partidos y jugadores”, lo que afirmamos el resto. Tiene un don. Mueve hilos, teclas y relaciones con facilidad. Entre la cinta, el monte, la bici y el gimnasio ya tendría bastante, pero le queda la cancha, donde pasa un rato grande cada día. Juega, da clases y compite. Le gusta jugársela, tirarse la dejadita y mil fichas. Hay días que, harto, las piernas no le siguen y la cabeza se le queda atrás, y no es de extrañar. Entre todo eso y el curro -he dicho que anda de vacaciones, ¿verdad?- exprime la vida y se bebe el jugo. Luego reparte juego y “me lleva las cartas a la pista”, concluye Gorbeña, alcalde de Zigoitia, circunscripción de la que se ocupa Yayo cuando le toca repartir el correo y tiene un segundo libre.