- El taekwondo no es que sea precisamente un deporte de masas, pero se sabe que la madrileña Adriana Cerezo Iglesias ya tiene un estatus estelar. Puede que sea fugaz, o tan vez no, pues las circunstancias de su hazaña y el talante de la persona descubierta así lo presagian. Para empezar la moza tiene 17 años, pertenece a la generación z y, de buenas a primeras, se ha convertido en la primera medallista española en los JJ.OO. de Tokio para sorpresa de los más, por ignorancia sobre este deporte, y y no tanto de quienes sabían de su talante luchador, o que es la vigente campeona de Europa en la categoría de hasta 49 kilos.

La noticia de la primera medalla se supo al filo de las diez de la mañana, cuando venció por paliza (39-19) a la turca Rukiye Yildirim, la número cuatro del mundo, en semifinales, ronda a la que había accedido derrotando en cuartos a la china Wu Jingyu (33-2), leyenda del taekwondo, con dos oros olímpicos (Pekín 2008 y Londres 2012) y tricampeona mundial. Y antes, en octavos, a la serbia Tijana Bogdanovic (12-4), nada menos que la número dos del mundo.

“¡Ya sólo queda una!”, exclamó la muchacha con un aire de poderío y confianza deslumbrantes, y también quedaba por saber si la medalla iba a ser de oro o de plata. Resulta que esa una era la primera en el ranking mundial, la tailandesa Panipak Wongpattanakit por quien Adriana Cerezo confesó su total admiración.

A punto de alcanzar el apoteosis, solo siete segundos para acabar el combate, se produjo uno de esos momentos tan grandiosos como amargos que ofrece el deporte. Adriana iba por delante en el marcador y en ese último suspiro una patada certera de Wongpattanakit transformó lo que parecía una gran victoria en una dolorosa derrota por la mínima (11-10). La cuestión es saber si Adriana Cerezo había perdido la medalla de oro o había ganado la de plata, o si tal vez ocurrieron las dos cosas.

La deportista alcalaína no pudo evitar lágrimas de aflicción al recapitular sobre las consecuencias que tuvo ese despiste final, ni contenerse tampoco en la cálida felicitación a su rival, componiendo una estampa para guardar en la biblioteca olímpica.

Conocimos a su madre, May Iglesias: “Es una plata muy bien ganada y muy bien trabajada”, exclamó; y a su niña, Adriana, de verbo fácil y sonrisa franca y radiante, pero muy cabreada: “Me voy a tirar unos días pensando en esos segundos...”, “he sido yo la que ha perdido”, dijo, para luego sacudirse el disgusto viniéndose arriba: “que sea la primera de muchas y no más de plata ni de bronce”, exclamó. Con 17 años, y ese talante, seguro quer sí. ¿Y como la muchacha pudo quedarse prendada por este deporte tan oriental? Pues por culpa del abuelo y las películas de Jackie Chang y Bruce Lee que le ponía para entretenerla de chica y aplacar su exceso de vitalidad. No contento con ello, el buen hombre la apuntó con tan solo cuatro años a las clases de taekwondo.

Y hasta aquí ha llegado, de momento, compaginando la EVAU con larguísimas horas de entrenamiento hasta encontrar el sueño olímpico.