a historia de Gabriel Esparza (Iruñea, 1973) se cuenta con calma. Dando a cada paso, a cada movimiento, la importancia que tuvo en su momento. Porque el taekwondista navarro supo medir cada golpe y cada bloqueo para llegar hasta la medalla de plata de los Juegos de Sídney. Y no fue sencillo. El Comité Olímpico Internacional (COI) y las lesiones se afanaron en alejarle de su objetivo. Ese por el que se marchó a Corea del Sur a perfeccionar su técnica y por el que con apenas 15 años abandonó su casa para instalarse en el recién estrenado Centro de Alto Rendimiento de San Cugat. Y es que Esparza siempre tuvo claro que su vida era el taekwondo y su sueño, estar en una cita olímpica. Por eso, aunque su presea en Sídney fue la más amarga de todas, la de plata (en -58 kilos), el iruindarra puede decir con orgullo que esa medalla fue fruto del tesón y la tozudez de quien no se deja amedrentar por las circunstancias.

Y es que cuando Esparza llamó a casa el 27 de septiembre del 2000 para contarle a sus aitas cómo se veía el mundo subido al podio, no pudo evitar echar la vista atrás. Recorrer mentalmente el camino que le había llevado exactamente a ese momento y a ese lugar. A esa medalla. Recordó cuando en Barcelona 92 el taekwondo fue deporte de exhibición y él, a pesar de haber conseguido el bronce mundial un año antes y ser por aquel entonces el campeón estatal de su categoría, no fue convocado. Rememoró esos cuatro años de espera hasta la siguiente cita olímpica. Cómo entrenó cada día para llegar en plenitud a los Juegos de Atlanta. Y cómo el COI tiró a la basura todo su esfuerzo al excluir a su deporte del programa de exhibición. Sin embargo, le abrió el cielo para Sídney 2000. La cita australiana sería la primera en acoger al taekwondo en su lista como deporte oficial. Es decir, las preseas conseguidas valdrían para el medallero general. Así que el navarro se puso manos a la obra y se clasificó para los Juegos con una plata en el preolímpico.

A Sídney llegó con las vitrinas llenas. Con una plata mundial y dos oros y otra plata continentales. Por lo que su sueño de subir al podio olímpico no era para nada descabellado. De hecho, su nombre sonaba en todas las quinielas y casas de apuestas. Sin embargo, ocho meses antes de su estreno en los Juegos, se rompió los cruzados posteriores. Decidió no operarse, seguir una recuperación poco intrusiva y pudo recuperarse a tiempo para viajar. Pero su rodilla no era la misma. Estaba tocada. Además, para más inri, en el entrenamiento previo a su debut olímpico, se dañó el menisco de la otra rodilla. Pero si había esperado 12 años para estar allí, sobre ese tatami, Esparza no iba a rendirse entonces. Así que siguió delante y, por fin, tuvo una buena noticia: el sorteo le había liberado de la primera ronda. Es decir, solo necesitaba ganar dos combates para luchar por las medallas.

El marroquí Younes Sekkat fue su primer rival. Un fácil 3-1 le hizo pasar a la siguiente manga, pero un golpe de tibia contra tibia le dejó más maltrecho de lo que ya estaba. Y en dos horas tenía el siguiente combate. El trabajo contrarreloj de los fisioterapeutas del combinado estatal hizo que al menos Esparza pudiera mantenerse de pie sin cojear. Así que para poder ganar al húngaro Joseph Selim, el navarro tuvo que tirar de táctica y astucia. Le salió bien porque con un contundente 6-1 ya se supo medallista. Sin embargo, el iruindarra quiso más. Soñó con el laurel. Se lamió las heridas, vendó las rodillas y salió a por Michail Mouroutsos, el único oponente que le separaba del oro. Pero el griego no se lo puso fácil. Intuyó que Esparza estaba débil, olió la sangre y se lanzó a morder. Mantuvo el combate parejo hasta que, a falta de un minuto, le endosó dos golpes que dejó al navarro amoratado, maltrecho y lleno de golpes. Pero con una plata que, aunque en ese momento fuera amarga, después supo valorar.

Tras Sídney, Esparza intentó llegar a Atenas; pero no lo consiguió. Así, después colgar el dobok, el navarro se centró en formar a las siguientes generaciones. Se licenció en Educación Física, realizó un máster y se doctoró en el deporte de Alto Rendimiento. Ahora es un miembro importante de la Federación Española de Taekwondo y se muestra orgulloso de que por sus manos hayan pasado figuras como Brigitte Yagüe y Joel González. Así que ahora, en Tokio 2020, le tocará animar a sus cuatro pupilos desde la grada.

Esparza llegó a Sídney con las dos rodillas maltrechas y en la primera ronda se dañó la tibia tras un golpe con un rival

Solo el griego Mouroutsos supo aprovecharse de sus lesiones y le arrebató una medalla de oro con la que soñó durante 12 años