- El Tour de Francia será lo que quiera Tadej Pogacar, el chico maravilla, el campeón que luce un reloj de oro y brillantes. El esloveno, vencedor del pasado curso, enlazó la crono final del Tour de 2020 y la primera del 2021 con la misma pose victoriosa. Pogacar, corregido y aumentado. Desde La Planche des Belles Filles a Laval Espace Mayenne. Otra despliegue estratosférico. Pogacar derriba la historia y aniquila los adjetivos. Ningún diccionario puede aglutinar suficientes elogios para describir las hazañas de Pogacar, un asesino con cara de niño. Tadej The Kid. El esloveno, un joven barbilampiño, irrumpió como una bestia parda y concluyó la crono de 27 kilómetros entre Changé y Laval Espace Mayenne como un muchacho despreocupado. Bebió de una lata y silbó la melodía de su dictadura. Ni se le alteró el pulso al esloveno fantástico, al hombre que viene del futuro. Nada de cara deformada por el esfuerzo. Ni jadeó. Mayúscula su superioridad, el esloveno trituró las bielas y aplastó a los rivales que buscan París, que parece de su propiedad. Pogacar fue Gulliver en Lilliput. Nada se le resiste al esloveno, el patrón de la carrera. El Tour será lo que él quiera. Lo tiene en sus manos aunque lo lidere otro fenómeno, Van der Poel, el líder, visitó de víspera la sastrería del Tour para ajustar el buzo, para embutirle en el amarillo, para que se deslizara contra el viento. El neerlandés sostuvo su sueño por ocho segundos. El resto vivió la pesadilla Pogacar, el intocable.

"Ha sido un gran día, tenía buenas piernas, me sentía muy cómodo en la bici, enseguida he encontrado el buen ritmo y lo he podido ejecutar bien. En un momento se ha parado el pinganillo y me he centrado en rodar a tope hasta el final", expuso el ganador, que aseguró haber trabajado mucho en el túnel del viento. El del Tour le empuja de espaldas. En La Planche des Belles Filles, el esloveno corrió sin potenciómetro. Ayer, sin pinganillo. Nada distrae a Pogacar. Todo le da igual. Su superioridad se lo permite.

"Tadej está mejor que nunca", advirtió a DEIA Joseba Elgezabal, masajista de Pogacar, antes del comienzo de la carrera francesa. No se equivocó Elgezabal. Nadie conoce mejor que él el andamiaje de Pogacar, un cañonazo. El hombre bala del Tour. El esloveno sabía de las penurias de Roglic, que no pudo competir en plenitud. Era el momento para echar sal sobre la herida. Le colocó 44 segundos. En la general, que aún lidera Van der Poel tras exprimir hasta el alma, les separan 1:48. Una barbaridad. Entre esos dos mundos, Richard Carapaz también observa a Pogacar con el telescopio de la distancia. 1:32. Geraint Thomas está más lejos aún, a 1:46. Mas, a 1:50. Alaphilippe, que perdió 1:10 en la crono, tiene 40 segundos de desventaja. "Salí a no perder tiempo, pero estoy superfeliz", explicó Pogacar, que sigue colgado de la Luna. El esloveno es inalcanzable. Levita.

Roglic era quien podía atar el vuelo de la cometa de Pogacar, pero la caída que padeció el lunes, le restó filo. Roglic se empapeló como una momia para proteger la parte izquierda del cuerpo, en carne viva desde la caída del tercer día. Su máxima era encontrar una postura en la que su cuerpo no protestara demasiado. El esloveno es un tipo duro. Dispuesto a sufrir sin quejarse. Las muecas no son lo suyo. Huye del histrionismo. Repudia el tremendismo. Roglic decidió competir. Ese es su lema. Boca abierta y carretera. Las gotas del esfuerzo apuntando el ritmo. Nada de coartadas. Se desempeñó en los limites de la agonía y el dolor. Entregó 44 segundos. Probablemente varios puñados de esa pérdida se quedaron en la cuneta en la que impactó. Su compañero Jonas Vingegaard, que le secundó en la Itzulia, voló. El danés se descapotó con una actuación excepcional que le colocó en los aledaños de los favoritos. Es la bala de plata del Jumbo. Vingegaard fue tercero, a 27 segundos del prodigioso Pogacar, rastreado por Küng, un especialista puro, campeón de Europa. A él también le derrotó Pogacar, que se quedó solo. Al líder del UAE no se le observan ángulos muertos ni costuras. Líder del Tour in pectore, aunque el amarillo aún anide en Van der Poel, el esloveno es intocable. Sus rivales parecen descartados en el vis a vis. Pogacar se acercó a un palmo de los Campos Elíseos cuando al Tour le restan numerosas vidas, aunque bajo el reloj colocó varias lápidas. Pogacar ofició de enterrador de esperanzas. Echó tierra sobre todos sus rivales. A otros les apedreó las ilusiones.

Froome, anulado su ascendente sobre el Tour, golpeado con saña además el día de estreno de la carrera, es ahora, después de la gloria acumulada en sus estantes, una voz autorizada a la que recurrir para realizar pronósticos. El británico es la bola de cristal, un oráculo. El viejo de la tribu al que recurrir para imaginar el futuro. Los posos de café no parecen tan fiables. "Me imagino que habrá una gran lucha en la general: Primoz Roglic, Tadej Pogacar, Wout Van Aert, Mathieu Van der Poel... todos son grandes especialistas", vaticinó el campeón de cuatro Tours, cuya herencia pertenece a Pogacar. Froome, apóstol del ciclismo computerizado, del potenciómetro como Biblia, acudió a las matemáticas para su estimación sobre la crono. Falló. No hubo lucha. Pogacar corría contra sí mismo. El Tour situó el primer reloj entre Changé y Laval Espace Mayenne y señaló la hora de Pogacar. El reloj, mecanismo diabólico, juez insobornable, exigente y puñetero eligió al exuberante esloveno. El Tour será lo que quiera Pogacar.