- No hay paz ni relajo posible en el Giro. Tampoco en jornadas de entretiempo, entre el temblor provocado por el Zoncolan y el pánico que genera el futuro inmediato, cuando la carrera se colgará del cielo. Apenas había despertado la etapa y se produjo una caída masiva. Cuerpos en el asfalto. Más bajas. Hospital de campaña. Buchmann, sexto en la general, abandonó en camilla. Le acompañaron Van Emden, Berhane y Guerreiro, báculo de Carthy. Tantos se fueron al suelo que la carrera tuvo que ser neutralizada por la escasez de ambulancias. Todas ocupadas por las heridas. Una vez se ordenó el caos, la carrera enfiló hacia Eslovenia, el latifundio de Roglic y Pogacar. La bandera que domina el ciclismo era el hilo conductor del recorrido.

Victor Campenaerts se envolvió con el estandarte del triunfo. Su bautismo en una grande. Exnadador, el belga chapoteó alegría en la piscina de Gorizia tras remontar a Riesebeek en el duelo de los fugados. El belga, que puso en pie la escapada, se zambulló en la pileta del triunfo con todos los honores. Campenaerts, poseedor del récord de la hora, llegó en la hora exacta, antes que nadie, a Gorizia. Tiempo de victoria. Minutos después, ajenos al ajetreo del belga, los favoritos optaron por el descanso. Se impuso el ahorro en la nobleza. Su atención está centrada en el monstruo de cuatro cabezas (La Crosetta, 1.118 metros, Passo Fedaia, 2.057 metros, Pordoi, 2.239 metros, y Giau, 2.233 metros) de los Dolomitas. Un tremebundo viaje por las bóvedas de Italia que amenaza con dinamitar hoy el Giro entre Salice y Cortina d'Ampezzo.

En ese ecosistema, De Bondt, Riesebeek, Consonni, Van den Berg, Hermans, Oldani, Vanhoucke, Cataldo, Torres, Arndt, Campenaerts, Walscheid, Wisniowski, Mollema y Molano se subieron con entusiasmo hacia otra aventura romántica, otro idilio con la victoria. Las escapadas son garantía de éxito en el Giro, que cuenta ocho bingos en quince días de competición. La liturgia no quiso estropearla el Ineos, feliz con las campanas de boda que ponen banda sonora a las fugas. El equipo del líder transigió una vez más. Su objetivo es Milán. El tránsito hacia Gorizia no dejaba de ser un exotismo para los británicos, que lucen con la pose de los maravillosos años del Tour.

El pelotón se ensilló en la mecedora en un circuito entre Italia y Eslovenia. La cota de Gornje Cerovo, rampas de hasta el 15%, sirvió de paso fronterizo. Gobernaba la calma chicha entre los mejores, abrazados al descanso, dispuestos a recuperar el tono, a retrasar la fatiga. Disfrutaron del sosiego y el calor del animoso público esloveno, encantado de vestirse de rosa y animar a los ciclistas en sus bucles al trote. Cicloturismo. Era un Bienvenido Mister Marshall sin mascarillas ni distancia social. Ondeaban las banderas de Eslovenia, la algarabía y el ambiente festivo. Terapia de grupo.

Entre los fugados giró la ruleta de los ataques. Timba de desconfianza. Miradas aviesas. Agitación. Campenaerts movilizó a dos compañeros antes de abalanzarse. Torres y Riesebeek se unieron al belga. Las nubes, negras, se desplomaron con fuerza. Cascada. Lluvia. Riesgo, peligro, inquietud. En la última ascensión a Gornje Cerovo, Campenaerts insistió. Torres, de natural hijo del velódromo, se ahogó en la tormenta. Se hizo de noche. La luz se esfumó. Se empapó el Giro, supurando agua. Hermans y Arndt perseguían a Campenaerts y Riesebeek.