- Cuando el Giro viajó al centro de la tierra, al corazón del sterrato, la figura de Egan Bernal, volcánica, se agigantó. Colosal, el colombiano completó una actuación memorable en los caminos de tierra que hundieron a Evenepoel, incapaz de soportar la tortura. Al belga se lo tragó la tierra. El terremoto que provocó Bernal derrumbó a Evenepoel. Al belga le agarró el pánico, la desesperación y la fatiga. Se quedó solo, con el eco del cansancio rebotando en un cuerpo sin paredes. Desnudo, el belga prodigioso perdió más de dos minutos. Fue una derrota dura. Con sabor a bilis y tierra.

Evenepoel masticó la estela de polvo que dejó Bernal, alfarero del Giro. El colombiano erigió un monumento en una etapa maravillosa. El festejo del líder, una roca entre tanta tierra, lo compartió el joven Mauro Schmid, el mejor de la fuga en Montalcino. Bernal, liberado del dolor de espalda que le aniquiló durante meses, es un campeón alado. Gobierna el Giro con la sonrisa en el rostro y la dinamita en las piernas. Bernal, que en la tierra de Campo Felice se emocionó, no tuvo piedad en los caminos arenosos de la Toscana.

El líder se elevó a puñados de tierra. Esos que hizo tragar al resto. Desde esa atalaya divisa su reino rosa. Vlasov, que cedió una veintena de segundos, le sigue en la general. El ruso está a 45 segundos del líder. Caruso, en clara progresión, es tercero, a 1:12. El resto se quebró ante el empuje de Bernal, que anuló a Evenepoel del todo. Su polvareda cegó a sus rivales. Vlasov, Caruso y Yates perdieron algo más de veinte segundos. Carthy poco más de medio minuto. A Ciccone se le cayó la careta: 1:41. A Evenepoel, toneladas de tierra le sepultaron. Sobre esa montaña luce Bernal, de regreso de las tinieblas del dolor. No necesita brújula para salir a la luz.

A la espera de la tormenta de arena, Battaglin, Covi, De Bondt, Gavazzi, Guglielmi, Kluge, Lindeman, L. Naesen, Schmid, Van den Berg y Van der Hoorn se largaron. La aristocracia del Giro estaba pendiente de la tierra que unía Perugia y Montalcino a través de la Toscana, una región que sabe a Brunello. El paladar de los ciclista solo cató el polvo. Los costaleros de Bernal y los de Evenepoel pujaban en el inquietante sterrato. Sonó el silbato y se abandonaron las trincheras. Guerra a campo abierto. Sálvese quién pueda. Filippo Ganna metió en el bolsillo a Bernal. Evenepoel, que no conocía los secretos de la tierra, corría a ciegas. La polvareda del primer tramo de tierra agrietó la máscara del belga, en peligro. Bernal lanzó un mensaje nítido que cortó a Evenepoel, desconcertado. Vlasov, Carthy, Yates y el belga perdieron el hilo durante un rato. Cosieron la pérdida antes de acometer el segundo trecho de tierra.

Otra vez polvo, adrenalina, tensión y miedo. Cada vez que la tierra se movía, a Evenepoel le recorrió un escalofrío. A Bernal, la energía de la electricidad. Los favoritos estaban reunidos. En el velo blanquecino, todo era sufrimiento y agobio. El polvo denso era niebla. Terror para Evenepoel. La caída en el Lombardía le supura en el arcano de los malos recuerdos. Olvidado el segundo tramo, a Evenepoel le brotó la sonrisa. Entre los fugados comenzó el baile del incordio.

El tercer pasaje de sterrato fue una invitación a la locura. En la tierra se entraba de cabeza. Cuesta abajo. Nibali cuidó a Ciccone. Pello Bilbao trazó para Caruso. Evenepoel, repleto de miedos, se quedó en la cola. A cada trozo de tierra, un fantasma le visitaba. Bernal olió la sangre. El belga era un alma en pena. Con el colombiano se soldaron el resto de favoritos. No había paz para Evenepoel, refugiado en Almeida. Bernal dispuso la marcha fúnebre. A falta de la última porción de tierra, Evenepoel estaba perdido. Réquiem.

Se afiló otra vez Bernal en la onza final de tierra, que comenzaba a mojarse. Para Evenepoel, la tierra era un asunto psicológico. Pánico escénico. El Movistar acompañó a Soler. El catalán aceleró. Se pegó el líder. Vlasov se descapotó después. Bernal le domó. El colombiano es el crupier del Giro. El entendimiento alrededor del líder era absoluto. Todos querían echar tierra sobre Evenepoel. Pello Bilbao lanzó varios puñados de arena sobre él. Reunión de sepultureros. Restaba un puerto de tercera. Otra trampa. Roídos por un esfuerzo brutal, por la fatiga, estalló Nibali, implosionó Soler, se desprendió Ciccone. Bernal resistía con Vlasov, Carthy, Caruso y Yates. A Evenepoel, sin aire, la subida le demolió.

Bernal decidió mandar aún más. El colombiano se agitó. Descontó a Vlasov, Carthy y al resto. Se vinculó a Buchmann, que había acelerado al comienzo del puerto. Por delante Covi y Schmid se jugaron el vis a vis por la victoria. El esprint de Schmid fue mejor. Nada comparable al apoteósico Bernal. El colombiano echó paladas de tierra sobre sus rivales. Bernal encontró la maglia rosa en el sterrato de Campo Felice y en el día de la tierra construyó una fortaleza. El Giro es su latifundio. Bernal entierra a Evenepoel.