- Egan Bernal corría desesperado, alejándose del calvario, del sufrimiento de varios meses encerrado a solas con el dolor y la incertidumbre. No existe peor sensación. Bernal no veía escapatoria, pero se rebeló. Su maltrecha espalda, que achicó la talla de campeón que adquirió en el Tour de 2019, le dejaron varado en un lugar sin luz. El sótano de la duda, la mazmorra del padecimiento. Averiado, Bernal buscó la redención. El dolor le arrodilló, pero ha sabido ponerse en pie. El colombiano quería regresar. Ser quién fue. Para eso tuvo que excavar en lo más recóndito. En su alma. Dicen que el ánima pesa 21 gramos. Incluso ese peso doblaba a Bernal, un desgarro. Lejos del chico sonriente de los Campos Elíseos de París. No se reconocía en el espejo. El gesto oscuro de la pena le nublaba la dicha. Su triunfo en Campo Felice, un nombre con eco para el recuerdo, fue tan conmovedor como monumental. No tanto por ser su primera victoria en una grande, ni tan siquiera por vestirse de rosa tras derrotar a sus rivales más incómodos y lanzar un aviso sobre sus intenciones.

El éxtasis de Bernal es más profundo. Su conquista fue el triunfo de la voluntad. La victoria de los vencidos. Pura supervivencia. La fe mueve montañas. El colombiano, que nunca se rindió durante su vía crucis, es creyente; pero en la cima no se lo acabó de creer. “Para mí todo esto es increíble, pero mis compañeros creían en mí. Tenían confianza”, insistió el nuevo líder, que arrastró la cruz del suplicio durante demasiado tiempo. Bernal atravesó un tormento para ganar. Emocionadísimo, consciente del tortuoso camino que ha superado para llegar hasta la felicidad, balbuceó antes de sollozar. Lágrimas de campeón. El colombiano arañó siete segundos a Ciccone y Vlasov y 10 a Evenepoel. En la general aventaja en 15 segundos al Belga, en 21 a Vlasov y en 36 a Ciccone. Attila está a 43 segundos.

Antes del apoteosis de Bernal, una fuga numerosa partió en busca del sterrato, siempre fotogénico y singular. De la escapada que se creó, se estrelló Mohoric, volteado, terrible su caída en el descenso del Passo Godi. Se levantó tras el brutal impacto con la cabeza en el asfalto, pero aturdido, abandonó el Giro en ambulancia. La singladura a través de los Abruzos marcó el remate en Campo Felice. Un lugar para que los favoritos dejaran huella en el Giro. El sterrato fue el teatro que pesó las candidaturas a Milán. 1,6 km al 8,8%, y con rampas onerosas, al 14%. Tiempo para el uniforme negro del Ineos. Sepultureros. La escuadra británica apartó a los costaleros del líder Attila. Los hombres se suspendían entre el cielo y la tierra. Un páramo, un no lugar que incita a huir, conducía al pórtico de Campo Felice, un pueblo que mudó su futuro de economía de subsistencia cuando le alcanzó la luz y las carreteras se abrieron paso. El alumbrado eléctrico iluminó el progreso. Las ovejas y los pastores se hicieron a un lado. Llegaron el esquí, las telesillas y los turistas. También el Giro de los 60. Sesenta años después de aquel hito, los campeones regresaron con la primavera.

En Rocca Cambio, Bouchard, aún en fuga, boqueaba ilusión. Mollema, Carr, Bouwmann y Storer pretendían limarle. El pelotón afinaba el redoble de tambor para la traca final en la estación de esquí. La victoria para los ricos siempre es cuesta abajo. Los ciclistas necesitan subir los peldaños, una metáfora de la escala social para salir del túnel. El Giro recordó su origen humilde. Eligió un camino de tierra, la carretera que emplean los operarios de mantenimiento de la pista de esquí, para examinar el material del que están hechos los favoritos. Radiografía de polvo y tierra. Soldados de Terracota.

Goteando el cielo, en el sterrato de color ocre, Bouwmann agarró a Bouchard. A ambos les enterró en la tierra Moscon. El italiano, una apisonadora, aplastó la tierra para Bernal. A Evenepoel se le atragantaba la tierra. Attila mordió el polvo. Tierras movedizas. Bernal abrió la tierra como Moisés hizo con las aguas. El colombiano buscó la redención trabajando la tierra. Alfarero de ambición, encontró la paz. El despegue del colombiano, los dientes apretados, el pedaleo furioso, hizo morder el polvo al resto de favoritos en un final candente. Una voladura. El colombiano recogió la gloria y la bonificación. Además agregó un puñado de segundos a Ciccone, segundo, y Vlasov, tercero. Por detrás, como granos de arena, se amontonaron Evenepoel y resto de favoritos.

Bernal, desatado, encontró el oasis en la arena. Allí escarbó. Su pedalada, rabiosa, profunda, le concedió unos segundos de sosiego. Evenepoel, que pareció resquebrajarse, no se quebró. Resistir es vencer. Bernal y Evenepoel comparten esa misión en el Giro. Están de regreso desde las tinieblas del dolor. Bernal recuperó su mejor perfil y sonrió en Campo Felice. Hombre de rosa. La tierra es para quien la trabaja. Vestido de negro, Bernal echó un puñado de tierra sobre sus rivales. En la tierra encontró la maglia rosa.

Octava etapa

Pello Bilbao

Mikel Nieve

Jonathan Castroviejo

Gorka Izagirre

Clasificación general

Pello Bilbao

Mikel Nieve

Jonathan Castroviejo

Gorka Izagirre

Nadie pudo seguir la rueda de Bernal en el kilómetro final, cuando lanzó un ataque formidable que ni siquiera Evenepoel respondió

Bernal se lleva los 12 segundos de bonificación y asciende al liderato de la carrera transalpina con 15 segundos de renta