- Ser o no ser. Esa es la cuestión. El rey danés, Kasper Asgreen, conquistó el Tour de Flandes, la clásica donde se agoniza, se muere y se resucita. En domingo de Resurrección, Asgreen ahogó a Van der Poel, el estallido del ciclismo, toro salvaje. Le derrotó en un vis a vis. El danés se encoló a la chepa de Van der Poel, que completó el último kilómetro con el cuerpo girado y la mirada bizca, tratando de situar a Asgreen, vigilante y parsimonioso. Un témpano en un día de fuego interior. “Me sentía bien en los últimos kilómetros y decidí confiar en mi esprint. Íbamos al límite”, expuso Asgreen. El danés no se venció. Aguantó la espera. Francotirador. Cuando arrancó, reaccionó Van der Poel, el hombre que había triturado los adoquines. El fenómeno neerlandés soportó la embestida de Asgreen, que no cedía, pero tampoco remontaba. En paralelo, el danés sostuvo el esfuerzo al máximo. Pedaleó con el alma. Hasta los estertores.

Eso quebró la voluntad de Van der Poel, que estalló por dentro. Implosionó a menos de cien metros de la meta. Agachó la cabeza y negó de este a oeste. Las piernas le cayeron a plomo, trémulas. Una marioneta sin hilos. Asgreen, poderoso, exuberante y despiadado, gritó su fantástico logro. Van der Poel encontró el consuelo de su pareja. Fue el arrope a una carrera excelsa que midió entre muros el material del que están hechos los ciclistas. “Ganar el Tour de Flandes es increíble”, subrayó, Asgreen, el rey de Flandes. Van der Poel, fogoso, lejos de cualquier medida, campeón de la pasada edición, rugió a más de 50 kilómetros para meta. Habían transcurrido más de 2000. Es su marca de agua. Su firma. Valiente. Desmedido. Al neerlandés le rastreó de inmediato Van Aert. Siameses. Siempre unidos. En el barro, en el asfalto y en las piedras. En Patenberg, en el empedrado, lució el arcoíris de Alaphilippe. Golpeó de nuevo Van der Poel, marcado por Asgreen, que tachó la iniciativa. Ambos formaron parte del sexteto que junto a Van Aert, Alaphilippe y Haller y Teuns. Turgis se reunió con ellos tras un esfuerzo agonístico en el Kruisberg. En ese nuevo tablero, Asgreen rompió la baraja y en su arrancada desfondó a Alaphilippe. Solo Van der Poel y Van Aert pudieron subirse al impulso del danés.

El trío habló el mismo idioma hasta que Van der Poel se rompió la camisa. A pecho descubierto. Otra vez. En el añejo Kwaremont, el neerlandés provocó la estampida. Furioso. La rabia en cada pedalada profunda. Van Aert arrió la bandera. Dimitió. Su piernas se apolillaron, sin brío suficiente para debatir con Asgreen y Van der Poel. El belga reptaba de lado a lado, haciendo eses para evitar el desnivel. Van der Poel y Asgreen eran libres. El grupo perseguidor, con el casco dorado de Van Avermaet anunciando la caza, atrapó a Van Aert. Asgreen y Van der Poel gozaban de tiempo suficiente para sopesar el asalto a la gloria. Entraron en el callejón del último kilómetro. El neerlandés abría el paso. El ciclista que corre sin retrovisor no dejó de girar el cuello. Allí estaba Asgreen. El danés no titubeó. Concedió la iniciativa a Van der Poel, que cargó con todo. Mecha corta. Dinamita. Asgreen desactivó la bomba a tiempo. La deflagración fue la suya. Asgreen revienta a Van der Poel.

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