res cruces de piedra bajo el sol de aluminio indican que el final del calvario está cerca, pero aún no ha acabado. Es el recordatorio de una subida que retuerce el cuerpo y achica el alma. Paladar bañado en ácido láctico. Patas de palo. Silueta de cartón. Las rampas duelen, muerden las herraduras. Plomo en los bolsillos en una subida que provoca vértigo. “La subida es bonita, pero para verla en televisión”, dice con ironía Mikel Bizkarra (Mañaria, 1989), el escalador ligero del Euskaltel-Euskadi cuando vence a la cumbre y charla con unos cicloturistas. Conquistar Santa María del Yermo (Ermualde), meta de la tercera etapa de la Itzulia, pero que siempre ha sido Santa Lucía para los lugareños, punto de encuentro, jolgorio, rezo y romería en Laudio, intersección del camino de los contrabandistas y enclave del Cinturón de Hierro, supone una agonía. Una experiencia cercana la misticismo. Un tránsito hacia el dolor. “Es muy dura. Habrá diferencias”, argumenta Bizkarra sobre un territorio hostil, árido y duro a pesar de la presencia de los árboles que festonean la lengua de asfalto. La carretera se desploma, serpentea y araña cada centímetro de piel de los corredores, que se enfrentarán a una escalada de crampones y piolets.

No existe otro forma de encarar un puerto que parece plegarse sobre sí mismo, que vuelca la voluntad, que aspira las fuerzas hasta desnudar el andamiaje de los cuerpos, desvalidos frente a cuesta inmisericorde. Un giro a la derecha desde el callejero de Laudio enlaza con una carretera que se estrecha y entra hacia las tierras altas a través de un embudo. Es el cepo. La primera tenaza. “Aquí hay que llegar bien colocado sí o sí. La subida a Malkuartu probablemente seleccione el grupo y pasar un pueblo siempre genera una dificultad extra”, concede Bizkarra, perfil de hilo el suyo. Colibrí naranja. La subida le recuerda a Garrastatxu. Allí venció Mikel Landa en 2016. “Pero es más dura porque no te da respiro”, argumenta el vizcaino. A Santa Lucía se sube en apnea intentando no desfigurarse en sus tres kilómetros con un desnivel medio del 15,6%, 7 herraduras y rampas que alcanzan el 23% en su tramo central, el escenario de un crimen.

De naranja, Bizkarra es una luciérnaga que guía a DNA a través de una carretera que conversa con la naturaleza, que embosca el asfalto con ese aspecto añejo de los pueblos, de carreteras con mucha memoria y algo de olvido. Otra curva a la derecha emboca con una vía que tiene el aspecto de un callejón sin salida. Solo existe un modo de escapar; seguir adelante como cuando se pensaba que el horizonte marcaba el fin del mundo. No hay vuelta atrás. Bizkarra, pedaleo ligero, se adentra hacia las entrañas de la subida, amable al inicio, altiva y orgullosa después. Cuellos levantados. “Montaré 39 dientes en el plato y 32 en el piñón”, adelanta el de Mañaria, que calcula que la ascensión requerirá diez minutos. “Algo menos en carrera, posiblemente”, añade.

La ascensión engaña en el comienzo. Es un señuelo. Melodía de seducción. Es un truco para convencer al cuerpo y no dejar pensar al cerebro. Los árboles impiden hacer un retrato robot. Tapan los ojos. Ese paisaje, lejos de laderas peladas que dejan la dureza al descubierto, camuflan la verdadera dimensión de la subida. “El primer tramo es fácil, no tiene ningún misterio y no te imaginas lo que se te viene encima”, advierte Bizkarra. Entonces la escalada vira hacia la izquierda. Una herradura asumible: 12%. Es la primera de las siete curvas. Las piernas están frescas. La rampa la acomete el escalador de Euskaltel sin dudas. Se la bebe de un trago. Santa Lucía acaricia al visitante. Célula durmiente. La crueldad espera más adelante. Una herradura lanza un puñetazo. Directo a la mandíbula. Se gira tanto sobre sí misma la curva que se atornilla. No hay señal que indique el porcentaje de la pendiente. Juega con los ciclistas. ¡Danzad malditos!

Esa curva agarra a Bizkarra. Lo ata a la carretera. El puerto tachona las piernas. La nariz se achata. Boxeadores que encajan. Las bicis de carbono son de hierro. El puerto es un leviatán cruel. Saturno devorando a sus hijos. De la curva se sale como se puede. La rampa siguiente es una penitencia. Arrodilla a los infieles. “Durante más de un kilómetro la subida tiene un desnivel medio del 15%. Cuanto más subes, más dura es”, describe Bizkarra. El porcentaje y la constancia asustan, pero las vistas son más duras aún. El punto de fuga es un muro. “Da la impresión de que nunca se acaba”, dice el vizcaino. La sexta curva enlaza 600 metros con una pendiente media del 17%. En ese tramo, se gatea. Esperan dos rampas tremendas que fluctúan entre el 22 y el 23%. Un fundido a negro en un día luminoso con el cielo empapelado de azul y la temperatura de verano. “Para el día de carrera dan lluvia. Con el suelo mojado esto no se puede subir de pie. La rueda patina”, advierte Bizkarra. En seco, el núcleo de la ascensión es una invitación al desánimo. “Iremos a 12 km/h”.

Para cauterizar la herida y aliviar la fatiga, seguidores de Gotzon Martín, compañero de Bizkarra, han decorado la subida. “No estaba para fijarme en las pintadas”, bromea Bizkarra, que dice que echará de menos el empuje que genera el ánimo de los aficionados. “No tendremos el apoyo de la afición, que en puertos así te sirve para seguir adelante y apretar”. El instinto de supervivencia deletrea el hilo argumental de una subida brutal, que llena la mirada, abierto el paisaje a la derecha cuando se asciende, hipnótica la carretera en su siniestro baile. Entre las herraduras y las rampas se vida. Se envejece. Asoman las arrugas. Bizkarra, aprieta los dientes, hombrea sobre los pedales. Se pone de pie. “El tramo central es muy duro y no hay ningún descanso. Si empiezas muy fuerte lo mismo no llegas arriba porque te desfondas en ese tramo. Hay que tener cuidado”, apunta el de Euskaltel-Euskadi. Bizkarra no deja de reptar. Trepador. Conviene regular la agonía. “Si vas bien no miras el potenciómetro, pero si vas mal, sirve para gestionarte”. Más de uno clavará los ojos en la pantalla para no desarticularse y poder respirar en el tramo de descanso. Bendito 10%. El kilómetro final se suaviza la tortura. La pendiente amaina al 7-8%. Se observan tres cruces. Giro al infierno.

“No tendremos el apoyo de la afición, que en puertos así te sirve para seguir adelante y apretar”

Ciclista del Euskaltel-Euskadi

“Durante más de un kilómetro el puerto tiene un desnivel medio del 15%. Cuanto más subes, más dura es la subida”