l próximo miércoles 31 de marzo, en el mismo escenario donde tendrán lugar las dos finales de Copa que acaparan la atención de los aficionados vascos, en el estadio de La Cartuja de Sevilla, se disputará un encuentro de fútbol de bastante menor interés deportivo pero sí de un especial significado simbólico-político. La selección española se va a enfrentar a la de Kosovo en partido clasificatorio para el Mundial de Catar. ¿Qué tiene de singular este choque internacional? Bastante.

El caprichoso azar ha querido que España tenga que jugar al balompié frente a Kosovo, un territorio que no reconoce como estado independiente, al contrario que la inmensa mayoría de los países de la UE y principales aliados hispanos. ¿Cuál es la razón por la que “no reconocemos” a Kosovo como un actor más del concierto internacional? ¿Por qué nuestro gobierno central no considera al kosovar como un país con el que relacionarse políticamente y al que respetar sus señas propias soberanas? ¿Quizás porque hemos participado en algún anterior conflicto armado o diplomático contra ellos?, ¿porque nos separa un contencioso histórico?, ¿porque sus representantes han cometido alguna particular afrenta al orgullo español?... Pues no, por nada de eso. La razón es más remota pero simple: Kosovo se separó unilateralmente de Serbia en 2008, y España se opone paladinamente a todas las independencias consideradas unilaterales en el mundo entero, y más en el viejo continente. No hace falta referir mucho más. Miremos al Nordeste, y miremos quizás también al Norte, de la península ibérica.

Parece, por las últimas noticias, que el deporte traerá aquello que la política no ha permitido: las reglas de FIFA y UEFA obligarán a España a visar por primera vez pasaportes kosovares, a ver ondear en su suelo patrio la bandera y a escuchar el himno nacional distintivos del ignorado estado, al que nuestros medios oficiales han venido denominando “territorio de Kosovo”, con el lógico enfado balcánico. Para que no pierda la Roja, Kosovo ganará en Sevilla.

Con motivo de este emparejamiento futbolístico, la Ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, cuestionada sobre si España se iba a enfrentar en lo deportivo a un territorio que no reconoce como estado en lo político, contestó que “las reglas de la FIFA no son las del derecho internacional en materia de reconocimiento de estados, y por eso en la FIFA hay competidores como Islas Feroe, Gales, Escocia, Irlanda del Norte o Gibraltar, que no son estados”. Eppur si muove.

Aunque haya quien no quiera verlo, es notorio que los organismos deportivos internacionales incluyen secularmente entre sus asociados a federaciones de territorios que no constituyen estados independientes (o que no son reconocidos como tales por toda la comunidad internacional), pero sí que son siempre autónomos en lo deportivo. Son Países Deportivos, en concepto muy aceptado estatutariamente. Como es Euskadi, sin ir más lejos.

El caso Kosovo, con sus radicales diferencias en lo político, es un claro ejemplo para comprender que la inclusión de miembros en las federaciones internacionales deportivas no conlleva necesariamente su correspondencia territorial a un estado reputado independiente, y que la admisión o no en aquéllas deriva de las condiciones reguladas en sus correspondientes estatutos, y (no ha de olvidarse tampoco) de la doctrina emanada de la jurisdicción internacional del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS).

En el caso de las federaciones deportivas vascas, porque son ellas las que ejercen sus derechos asociativos (y no los estados, los territorios o los gobiernos), si manifiestan democráticamente su voluntad de integrar los organismos internacionales, y éstos en virtud de sus propias normas abren la alternativa de aceptarlas en su seno, aún con el necesario plácet de la federación estatal, como recordaba también con acertado pragmatismo la ministra para el expediente kosovar: “lo que hay que hacer es negociar entre las partes y con la FIFA, como siempre hemos hecho en el ámbito deportivo”. Amén.