Aún resuena el eco poderoso de la ocurrencia de Van der Poel, que decidió enfrentarse a una odisea porque tenía frío. El neerlandés venció tras una colosal actuación en manga corta. En ese contexto de sucesos extraordinarios que situaron en la balda de las leyendas la jornada del domingo y en la que Pogacar elevó a un peldaño superior su ascendente sobre el pelotón, se impuso la calma el día después. Prolongar el estrés competitivo y la fatiga provocada por la etapa de los prodigios era insostenible. Los cuerpos apaleados por el frío y un ritmo endiablado exigían un respiro inmediato. Así que cuando el sol calentó las pieles ateridas, se supo que era una señal inequívoca para el relax en busca del litoral y los paseos con palmeras que tanto abundan como decorado playero. Lido di Fermo se convirtió en un señuelo para el barbecho y el sosiego.

Los jerarcas optaron por el solaz y el balanceo en la mecedora a la espera de la clausura este martes de la Tirreno-Adriático, subida la carrera a la noria del espectáculo desde que abrió los ojos una semana atrás. Después de tantos episodios lisérgicos, alucinantes y a cada cuál más impactante, la emoción necesitaba rebajarse para evitar taquicardias o el padecimiento del síndrome de Stendhal, una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo o incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una suerte de sobredosis de belleza.

En ese ecosistema respira la Tirreno-Adriático, que tiene dueño, Pogacar. Al fenómeno esloveno solo le separan los diez kilómetros de la crono plana de San Benedetto del Tronto para lucir el tridente de Poseidón y poseer la carrera de los Dos Mares. Wout van Aert está a 1:15 y Mikel Landa, a 3:00. Al murgiarra le espera un duelo cerrado con Egan Bernal, cuarto, en la contrarreloj. Solo les separa medio minuto. La emoción en la azotea del podio se resume a esa cuadrícula de la carrera. Landa, que está completando un gran actuación en su camino hacia el Giro, su gran objetivo de la campaña, resopla tras el sobresalto camino del arenal.

En el día después, un problema mecánico a modo de pinchazo obligó al alavés a apresurarse. La muchachada del Bahrain corrigió a tiempo el retraso que acumuló su líder cuando a la jornada le restaba una veintena de kilómetros. Resuelto el entuerto, Landa se acomodó otra vez en el pelotón, que no corría. Solo marchaba. Ni los equipos de los velocistas tenían la motivación para perseguir a Oliveira, Velasco, Würtz Schmidt, Bakelants, Liepins y Van Moer, que acometieron el recorrido con el espíritu de los descamisados y los hambrientos. El pelotón, ajeno a esa discusión menor, dejó hacer. De hecho, los fugados apenas disponían de un par de minutos a 100 kilómetros de la llegada y les sobró uno.

Triunfo histórico

Esa renta fue suficiente para que el quinteto, para entonces Liepins perdió el compás, resolviera la disputa. Sonó la campana casi muda que anunciaba la última vuelta. El susurro metálico advirtió a los fugados que debían pertrecharse para un esprint en petit comité. En ese duelo, Oliveira fue el primero en dispararse. Al portugués le faltó pólvora. No así al danés Würtz Schmidt, que hizo blanco vestido de verde para provocar la algarabía y el apoteosis en el Israel. El danés se impuso a Van Moer, el que más se resistió. El festejo vitalista de Würtz Schmidt en su mejor victoria de siempre se quedó corto con el grito y alegría desbordada de Cherie Pridham, la primera mujer que dirige un equipo del WorldTour. Un hito. Un poco de playa tras la tempestad.