- Del Geraint Thomas victorioso y feliz en los Campos Elíseos, a Tadej Pogacar, con mascarilla y campeón del último Tour, apenas han transcurrido un par de años. En el entreacto Egan Bernal conquistó la Grande Boucle. Pero cuando el prodigio esloveno apartó al galés de su trayectoria ascendente como si se tratara de una mota de polvo timorata, dio la impresión que entre un campeón y el otro habían pasado varios siglos. Pogacar viene del futuro y Thomas es un recuerdo de aspecto sepia. Bernal, que es jovencísimo, también parece un ciclista acartonado frente a la exuberancia de Pogacar, el nuevo patrón del ciclismo. El corredor que ha solapado el futuro y el presente en un solo cuerpo.

Resistir a Pogacar, nuevo líder de la Tirreno-Adriático tras exhibirse con descaro en Prati di Tivo, es un acto heroico o suicida. Una misión kamikaze. Bernal y Thomas, los que promovieron la revuelta, se quedaron en los huesos, lívidos ante el atronador dominio de Pogacar, todopoderoso. La mordida del esloveno feroz también la sufrió Mikel Landa, que completó una gran jornada para ser cuarto en la cima y enrocarse en la general a un palmo del podio, a 38 segundos del esloveno, que baila en otra dimensión. Inalcanzable. Inaccesible.

Bernal, valiente y decidido, fue el chasqueo que despertó una ascensión que apuraba el invierno. La nieve aún dibujaba los márgenes. Descongelada la carrera, absorbidos los últimos penitentes de la fuga, ahogados de pura fatiga, los favoritos se agitaron en un test que pretendía descubrir las arrugas de las caras. El de Murgia acompañó a Bernal cuando este decidió que era su hora. El colombiano equivocó el momento, pero eso lo supo después. Pogacar, que estaba emboscado entre los hombros del grupo de favoritos, donde aún respiraba el líder Van Aert, se ató a la cordada en un pestañeo. Al esloveno se le caen los vatios de los bolsillos. Fuglsang también asomó. Fue un amago. Los jerarcas se reunieron nuevamente, acompasando la respiración con las mirada furtivas que pretenden descubrir máscaras agrietadas y piernas apolilladas.

El impasse lo quebró Thomas, con ese aspecto vintage que le diferencia a 7 kilómetros de la cumbre. El galés tomó cierta ventaja hasta que Pogacar movió los hombros al ritmo de sus piernas y despachó a Thomas, al que envió al desván. Pogacar era un pájaro libertad. Aleteó. En la jaula del resto se quedaron Landa, Higuita, Van Aert, Yates, Quintana, Bernal... El murgiarra, ambicioso, buscó el hilo de la cometa de Pogacar para atraerlo. Pero no le alcanzó. Demasiado alto. Simon Yates, un resorte, se rearmó entonces para perseguir al esloveno, que no cedía, aunque tenía la nariz chata del esfuerzo. El óleo del sufrimiento. Estabilizada la renta entre Pogacar y el grupo del líder, en el que caminaba Landa, a Bernal se le cayó la montaña encima. Deshabitado, el colombiano escuchó el eco de su vacío. Desprendido del grupo de Landa, Thomas, que se había quedado antes, tuvo que acompañarle en la pena de la impotencia. Por delante, Pogacar soportó el acoso de Yates. Medio minuto después, Landa esprintó con Higuita, tercero. Bernal y Thomas llegaron juntos desde el pasado. Nadie resiste al voraz Pogacar.

Cuarta etapa

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