é que nadie se va a ofender pero he de explicarme por si se diera el caso. Esto va de pádel, un deporte maravilloso, divertido, muy social, pero puñetero y para los muy duros de mollera. Los hay que se refieren a él como "puto pádel" porque saca lo peor de cada uno. O como dicen otros, muestra en la cancha cómo eres en realidad. No hay más reflexiones. Ahí se acaba.

Pareciera que sabemos de todo y solo es que hablamos o escribimos de lo que sea. Entonces, quien lee u oye lo cree así y nunca más lejos de la realidad. Pareciera entonces, está bien. Por si acaso, para escribir de pádel, mantendré próximos a unos cuántos que sí saben, el impasible Crespín entre otros, más cerca si cabe, que algo se pegará, polifacético, que lo mismo la saca por tres como quien no quiere la cosa, que te graba y hasta pareces bueno o te inmortaliza y sales guapo en un clic; surge la conveniencia de acompañarme de un maestro que hace fotos y regala saberes. El Crespo pequeño, una de las palas prodigiosas en Álava. Viene al pelo. Y además, apoya el encabezamiento para que conste.

Es éste un deporte adolescente que se inició allende el océano. En Argentina, potreros donde los haya, nacieron los primeros mitos que, como en el tenis y en el resto de los deportes, en su origen eran hábiles, talentosos, "jugones", cancheros y, en su mayoría, los mejores, emigrantes, emisarios y transmisores de la actividad, pero no especialmente grandes y fuertes. Hoy, la fuerza, la potencia, el físico y la preparación física están a la altura del talento. Y el pádel es otro deporte. Más profesional, espectacular. Ha crecido.

La pandemia ha provocado que el pádel recupere espacios en Argentina, donde cientos de canchas se habían transformado en lugares de almacenaje, pero el trasvase ha germinado y echado frutos a este lado del charco, en España y países que baña Nostrum Mare. Los Hohenlohe, el príncipe "ole ole" le decían, o su hijo -Alfonso, Hubertus, no lo he investigado- serían los introductores del juego vía Marbella; entonces todo entraba por allí.

Jolaseta y una esquina de un restaurante bilbaíno a través de Enrique Olano y Javi Martínez fueron la avanzadilla en Euskadi. Julio Alegría fue su principal impulsor desde la Asociación Vasca de Pádel, donde los alaveses Gonzalo Vera Fajardo, Manolo Crespo, Garaizabal y Apraiz eran la punta de lanza con Berasategui y el doctor Berridi cuando la Peña Vitoriana inauguró las dos primeras pistas en Álava, de cemento y con malla metálica y "picos" por doquier.

Javier Ron presidió la primera junta de la FAP. Llegarían después Íñigo Vidal Abarca, Alberto Roth y Adriana Barrena. En la actualidad, desde hace unos meses, el timón federativo lo controla Jonatan Posse. Jon García Ariño, un niño, ex tenista, asomaba la nariz y se convertiría en santo y seña. Decir Ariño es decir pádel. Con él, este deporte, adquirió otra dimensión. Hoy en día, los mejores son atletas y para llegar a la élite el talento no es suficiente.

El pádel alavés ha crecido. Hace 30 años era un asunto que atendían cuatro. Era diversión pura. Hoy es otra cosa. Los más jóvenes copan los primeros lugares del ranking. 12 clubes, 1.200 federados y otros tantos "disfrutones", más de 60 canchas y otras más, dispersas, en urbanizaciones privadas... en fin, es su tiempo. Aquí, desde hoy, abrimos un ojo de buey al pádel que, según Ariño, es "amor, pareja, pasión, respeto, energía, compañero, lucha, emoción, curiosidad, entrenamiento, cabeza, equipo, alegría, magia, diversión, pico, felicidad, peña, selección, dolor, rival, amistad, investigación, profesión, aprendiz, valores€ Toda mi vida en fin. Jugad, malditos, jugad". En eso estamos. De todo ello, un poco, os contaré a partir de ahora.