- Por el Cañón de río Leza, la Vuelta era un sacacorchos, enrevesada la carretera, traviesa, de curvas de serpiente peraltadas en las laderas que se desplomaban en el río. El paisaje fotogénico, tremendamente bello, lo desbrozaba Chris Froome. Si la tierra fuera seca, sería la estampa de un jinete crepuscular hacia el ocaso. El británico, condecorado con siete grandes la pechera, ha dejado de ser el general de Ineos, aunque su determinación y voluntad para el tajo elevan aún más su estatus. Froome, lejos del vedetismo de otros que se creen estrellas del rock, a un viaje lunar de los camerinos de luces cegadoras, es un estajanovista convencido. Froome no viste un lujoso frac en la Vuelta. Luce la dignidad del buzo de trabajo. Un campeón tejido en mahón. El británico da ejemplo sirviendo a Carapaz, el líder de la Vuelta, que perdió cobertura en tierra de trashumancia.

Sufrió el acoso de Roglic, que no entiende de desconexiones. El esloveno es un campeón de cuerpo entero. Nunca se rinde. No claudica. No entiende de libranzas. Roglic, sometido en Formigal cuando en la tormenta se enredó con el chubasquero y se quedó arrugado y sin liderato, se desató en el alto de Moncalvillo, un puerto semidesconocido, pero que dejó un sabor extraordinario. Esperó el esloveno a la distancia Roglic para zarandear a Carapaz en un duelo íntimo. Se atacaron ambos y se miraron hasta lo más profundo, intentado adivinar qué pensaba el otro. Un diálogo a espasmos de mímica y ambición si cadenas. Carapaz subía con mandíbula prieta y los ojos escondidos por las gafas de sol.

Roglic, con la pose felina y la mirada al horizonte. En la intimidad, se midieron y se pesaron. Líder y opositor. Los dos a solas. Campeón contra campeón en una rampa ruda, que resquebrajaba el ánimo. Allí, Roglic remató a Carapaz. El esloveno es la guerra. Se sacudió al líder y le endosó 13 segundos. Con eso y la bonificación, Roglic alzó su estandarte y presionó a Carapaz, al que vigila solo a 13 segundos. La Vuelta parece un pulso cerrado entre ellos, toda vez que Martin, Carthy y Mas languidecieron en un final de impulsos. El irlandés, reventado, se tumbó en el suelo en posición fetal. Derrengado. Pierde casi medio minuto, Carthy, 44 segundos y Mas está demasiado lejos, a 1:54 de Carapaz.

Roglic demostró del material que está hecho el día que Tom Dumoulin, un gran apoyo, se bajó de la carrera. En Logroño se despidió de la competición. El Ineos, eje de la general, pastoreó el pelotón hacia el Alto de la Rasa tras los escapados: Cavagna, Rui Costa, Stannard, Dewulf, Dyball, Simon y Madrazo. En ese punto, en las columnas del puerto, confluyeron con el Movistar, que hombreó con los británicos para ponerse al frente. Cambio de guardia. Antes se cruzaron palabras y miradas desafiantes de barra de bar. Discutían por el gobierno. Se impuso el ritmo telefónico.

El Movistar estrena ambición en la Vuelta y arriesga. Le dio velocidad al día para encontrarse con Moncalvillo, un alto de estreno en la carrera, que no en competición. En 1994, el Chava Jiménez, el escalador de las genialidades y las espantadas, levantó los brazos en la cima riojana por delante de Alex Zülle. Entonces había público que jaleaba. Un cuarto de siglo después solo se ven las vallas. No hay aplausos. Pero el puerto, intacto, sugiere la misma dureza a pesar de tantos años de anonimato. Los viñedos, el escudo de armas de La Rioja, su árbol genealógico, observaron el final de los escapados justo en el soportal de Moncalvillo. El sol de otoño, templado, iluminaba los rostros en una carretera estrecha afilada por el Movistar. Mas se abrió para observar caras. Rueda de reconocimiento. Valverde, espíritu juvenil, alteró el biorritmo. Fue un fogonazo. Robert Gesink, puntal de Roglic, calentó la subida. Amador se evaporó. Asomó Woods, eléctrico, para dar corriente a Carthy. El paso de Woods aniquiló a Valverde, Henao y De la Cruz. Soler también perdió foco. A Mikel Nieve le desenfocó el canadiense.

Narices chatas. Esfuerzo. Muecas. Dolor. Chaves se desconchó. Otra víctima. Carthy aprovechó el acelerante de Woods. El inglés enseñó el orgullo. Kuss, lugarteniente de Roglic, se unió a Carthy, perfil de hilo el suyo, acorazadas las piernas. En ese ambiente, los favoritos iban apretados, jadeando en una letanía. Cerca de las ruinas. Vlasov, invitado en el salón de ilustres se enojó. Aleteó. Se desató el caos. Sálvese quién pueda. Cada uno luchaba contra sí mismo. Una pelea interior por la supervivencia. Roglic tensó y enlazó con Vlasov. Carapaz se cosió a su espalda. Después llegaron Carthy y Martin. Mas era un náufrago. Demasiada virulencia para él. Carapaz disparó. Respondió Roglic. Más pólvora. Cargó el esloveno. Pólvora. El líder le amainó un instante. Roglic, temperamental en su sobriedad, se declaró en rebeldía. En su distancia soltó otro estacazo. Carapaz se resistió por puro orgullo. Roglic, testarudo, no cedió. Entonces crepitó Carapaz. Con las piernas trémulas, tuvo que sentarse. Roglic apareció triunfador en la cima. Se erizó al sol.