- En 1956, Orduña descubrió su mística en la Vuelta. La cumbre la conquistó Benigno Azpuru. Por esas rampas que aún emocionan rodaron Van Steenbergen, Bobet o Klobet, dorsales dorados de una montaña que rompe el cielo y une los recuerdos. “La gente solía ir en bici para ver la carrera y ver pasar a los corredores por Orduña. Era todo un acontecimiento”, recuerda Félix, que acudió a la cuneta como un aficionado más para “disfrutar del ambiente y ver a las figuras”. A mediados del siglo pasado el ciclismo era un espectáculo formidable, una distracción imbatible, un acontecimiento liberador en una ambiente oscuro. La luz de Jesús Loroño, ídolo local, héroe del pueblo, servía para alumbrar algo de esperanza. El ascendente de Loroño llegaba a las tabernas y los gaznates. No solo para contar sus gestas a viva voz. El ídolo entraba hasta el estómago. Calentaba una era fría.

Eran muchos los que bebían brandy Majestad porque patrocinaba al genio de la Larrabetzu. Loroño estuvo a un dedo de ganar aquella Vuelta de 1956, pero se le adelantó el italiano Angelo Conterno en un final con polémica. En Gaubea no hubo controversia. Venció Woods, que gestionó mejor que nadie el final a cinco con Omar Fraile, Valverde, Peters y Martin. En ese bosque de esperanzas, el canadiense taló el entusiasmo de Fraile. “Una pena, se trataba de un día más que marcado”, analizó el santurtziarra. Woods le cortó de cuajo en el duelo de cazadores. Dos años atrás, Oiz, Woods llegó emocionado. La pérdida del bebé que estaban esperando le arrancó el alma. De algún modo, Woods renació en la cumbre vizcaína. “Su nombre era Hunter. Todo el tiempo que estaba subiendo en la escalada estaba pensando en él. Quería ganar por él y lo hice”, dijo entonces. En Gaubea se regaló una victoria que dolió a Omar Fraile. Al santurtziarra se le escurrió la dicha. Se la quedó Woods. Al canadiense le gusta Euskadi. Su cable a tierra. “Tuve piernas y algo de suerte”, apuntó Woods, que de joven practicó atletismo. Omar fue remero, pero se ahogó en la orilla. Le atrapó la rabia y el lamento en un final trepidante, repleto de giros de guion. La última línea la recitó el canadiense con un sonrisa atravesándole el rostro. A Fraile le traspasó la pena en un paraje que podría reconocer a ciegas. “El puerto de Orduña lo conozco a la perfección, hago mis series ahí”, argumentó el santurtziarra.

Orduña asomó otra vez en la ruta el día que Euskadi se encerraba durante quince días para protegerse de la pandemia, para que el virus no corriera tanto. La Vuelta tocó la puerta de Gasteiz en silencio, acariciándola, con la idea de llegar a Gaubea. El puerto de Orduña, sin voz ni aficionados, a merced del silbido del viento, era una subida sigilosa lejos del bullicio de otros tiempos. No hay abrazos ni jolgorio. Las herraduras marcan a Orduña. Bellas y tercas, son curvas duras que pespuntan hasta un 14% de desnivel y otorgan personalidad a un puerto fascinante. Orduña, con sus dos pasos, fue la clave de bóveda de una etapa que arrancó en estampida hasta que de la agitación se formó una fuga de 37 corredores repleta de ilustres. La gran evasión. Valverde, Fraile, Nieve, Lastra, Aranburu, Sicard, Bennett, Peters, Martin, Kusss, Wellens, Woods, Godon, Dewulf... Testigo mudo de una era distópica, Orduña era un anzuelo. Todos sabían de la montaña y por eso se apresuraron a admirar una de los retablos del ciclismo vasco.

La fuga, numerosísima, obligó al Ineos a domarla. Carapaz, el líder desde que cuarteara a Roglic en Formigal, dispuso el equipo para la caza. Froome, admirable el campeón de tanto que ahora es un ejemplo de compañerismo, encolumnó al pelotón, que perseguía al grupo de los rebeldes. En el primer repaso de la montaña, Valverde, Godon y Dewulf se destacaron. Solo Godon sobrevivió kilómetros después. Se secó en el segundo paso, devorado por el grupo de escapados. Entre los favoritos, cuentas de un rosario. Carapaz contaba con el báculo de Van Baarle y el efecto tractor de Amador, su guardaespaldas. Roglic mantenía la calma. El esloveno disponía de avanzadilla a Kuss y Bennett. Zapadores entre los hayedos que festoneaban los lazos de una montaña que vio en 1968 despegar a Felice Gimondi y cinco años después a Luis Ocaña pelearse con Merckx y Thevenet.

Woods, el hombre que bautizó Oiz, al que le puso su nombre en la Vuelta, se disparó después del fogueo entre Kuss, Valverde y Bennett. El canadiense se asomó al balcón de Bizkaia y vio el cielo. Las vistas de Orduña eran bellas, pero áridas. Valverde, eterno, se erizó entre las aristas. Bennett y Kuss dimitieron ante el desparpajo del murciano. Se propulsó Martin. Fraile se hizo grande para enlazar en el coloso con el irreverente Valverde y el jadeante Peters. Coronó Woods con el cielo partido, luminoso y burlón, pero triste y gris. En el descenso, todos se encolaron. Fraile, Valverde, Peters, Martin y Woods, atrapado. Orduña paralizó a los jerarcas, acurrucados en una montaña con rocas que saludan despiadadas. A todas las vigila el pico del Fraile y su vista de águila.

El quinteto no habló el mismo idioma. Torre de Babel. Woods se situó en la cola. No quería saber nada de los relevos. Fraile intentó convencerle con una palmada en la espalda y Valverde hablándole. Woods se cruzó de manos después de elevar los hombros. “Woods iba todo el rato a rueda, es una forma un poco rara de correr pero hay que respetarlo. Decía que no tiraba por la general, porque favorecería a Valverde frente a Carthy, pero cada uno se busca las excusas que quiere”, apuntó el vizcaíno, contrariado con el canadiense. En el retrovisor, a apenas 15 segundos, Alex Aranburu obró de igual manera. Era la otra bala el Astana. El plan B de Omar. El guipuzcoano se camufló en el anonimato mientras el resto trataba de recortar la desventaja. Intereses encontrados. Todos discutían.

El grupo delantero sopesaba el triunfo. Valverde se revolvió otra vez. Peters, Fraile, Woods y Martin le esposaron en el vuelo rasante hacia Gaubea. Fraile, inquieto, desenfundó con energía. Abrió hueco, pero no la herida suficiente para desprenderse de sus rastreadores. Woods, de repente hiperactivo, la cerró. Cirugía de urgencia. Omar Fraile decidió que no iba a jugársela con Woods y frenó. Probablemente no fue la mejor decisión del vizcaíno. “Al final pensaba que cuando ha salido Woods iba a saltar Valverde, no ha sido así y he llegado tarde. He hecho todo lo posible para llegar al esprint porque creía que era el más rápido”. Fraile quería llegar solo, pero se quedó aislado. Calculó mal la ecuación de tercer grado. “En resoluciones así es muy difícil acertar, estos finales son como la lotería de Navidad”, expuso el vizcaíno. El canadiense, eléctrico, le sacudió después una gran descarga. El chispazo de Woods electrocutó a Fraile y derritió a Valverde en Gaubea.

Séptima etapa

Omar Fraile

Alex Aranburu

Mikel Nieve

Gorka Izagirre

Romain Sicard

Jonathan Lastra

Imanol Erviti

Ion Izaguirre

Jon Aberasturi

Aritz Bagües

Julen Amezqueta

158. Alexander Edmondson (Mitchelton) a 16:58

Clasificación general

Mikel Nieve

Gorka Izagirre

Romain Sicard

Ion Izaguirre

Jonathan Lastra

Julen Amezqueta

Omar Fraile

Alex Aranburu

Imanol Erviti

Aritz Bagües

Jon Aberasturi