- En 1914, la tempestad. Un furibundo temporal descargó sin piedad sobre el Giro. Llovió durante 36 horas, un día y medio. El granizo espantó al público, a los millares de tifosi que se arremolinaban alrededor de los ciclistas en una jornada que unió Milán con Cuneo. En medio, el ogro, Sestriere, que mira a los hombres a 2.000 metros de altura. Un gigante. Los ciclistas iniciaron un viaje hacia lo desconocido a tientas, en una noche maldita. Una travesía por el averno de 486 kilómetros. Una vida, una muerte, una resurrección. Una odisea. Un siglo después en Alba se hace la luz. Luce el sol, espléndido y acogedor, un abrazo cálido en los tiempos en los que el contacto humano está vetado. A los tifosi, enmascarados, no los dispersa el granizo, los separa el coronavirus, la distancia social, el miedo al contagio. El Giro, al que la pandemia le ha arrancado de sus entrañas el Agnello y el Izoard, se entrega a las aristas del Sestriere, la montaña que se interpone y que juzga el podio después de la revuelta del viernes. No es 1914.

El tríptico de Sestriere atenuó la luz de Pello Bilbao en su búsqueda del podio. Al gernikarra se le ensombreció la pose en Milán a pesar de llegar emparejado con el líder. Pero la maglia rosa no lo era. Había caducado su imperio. A Kelderman le desnudaron Tao Geoghegan, vencedor en Sestriere, y Jai Hindley, que respiran en el mismo segundo. Hindley, que se emparejó al inglés en la cumbre, heredó el rosa por centésimas. La corsa rosa está al rojo vivo. El inglés venció al australiano en Sestriere y ambos se jugarán el Giro más emocionante que se recuerda en la crono definitiva de Milán. Serán 15,7 kilómetros para la historia. “Daré todo lo que pueda, pero no sé”, estableció Jai Hindley, el líder inopinado. En realidad el Giro es una sorpresa constante, un ¡ooohhhhhh!. La corsa rosa se resolverá entre centésimas. La historia se cita en el reloj. A ese encuentro, Pello Bilbao, descomunal su Giro, llegará con retraso. El gernikarra conserva la cuarta plaza pero el podio le queda muy lejos, a 1:19 de Kelderman. El neerlandés defenderá la puerta de acceso a la tercera plaza, a la foto de fin de curso del Giro. La orla de Milán. Almeida, revitalizado en Sestriere, que aventajó en más de medio minuto a Pello Bilbao, presionará al vizcaíno, memorable su desempeño en la carrera italiana con o sin podio.

Con el recuerdo reciente del Stelvio en la memoria, el Ineos prendió Sestriere en la segunda pasada por el puerto, más exigente que la primera. Setriere creció caliente. Era un polvorín. Estalló Dennis, campeón del mundo de contrarreloj en dos ocasiones, y desmontó al líder de inmediato. El mundo al revés. Así es 2020. El australiano, un tractor, reprodujo plano a plano la misma escena del Stelvio en Sestriere, cuando barrenó la montaña. Solo Geoghegan, el capataz del Ineos, y Hindley, el escudero de Kelderman que es más poderoso que su líder, se soldaron a su rueda. Pello Bilbao no pudo responder a la propuesta de Dennis y se enlazó a Kelderman, con la despensa vacía y la moral laminada, horadada por el desánimo. La maglia rosa le quedaba grande. Debilitado, le sobraba tela, empequeñecido el neerlandés, que rememoró su paso por el Stelvio. Déjà vu. Cuando sonó la campana que anunciaba la última vuelta, repicó el sufrimiento del líder. Réquiem. Su reloj se había retrasado. El Giro no le pertenecía. A Pello Bilbao, que compartía tiro de cámara con Kelderman, se le alejaba el podio en la misma medida.

Hindley y Geoghegan, los más forzudos en la montaña, se disputaban la carrera sin dueño. La vida en un segundo. Un suspiro. Sestriere era un tobogán de emociones. Dennis puso patas arriba el Giro. Otra vez. El australiano desbrozó el horizonte para Geoghegan y Hindley, enemigos íntimos en la corsa rosa. Pello Bilbao y Kelderman acumulaban pérdidas en el parqué bursátil. Las alforjas de la derrota les pesaban. El neerlandés dejó de ser líder a mitad de la última entrega de Sestriere. Era un ex, un recuerdo en sepia. Una vez ejecutado Kelderman, Hindley se lanzó para desestabilizar a Geoghegan. El londinense se subió a su insurrección. El Giro era el cara a cara de Hindley y Geoghegan que arbitraba Dennis. El podio, el ajedrez entre Kelderman y Pello Bilbao en el que se coló Almeida, quien fuera líder durante quince días. El portugués acompañó al gernikarra y al neerlandés. De ese grupo se desprendió Nibali, agrietado en las montañas.

Hindley y Geoghegan compartían colchón a la sombra de Dennis. El joven australiano tiró el botellín. Le sobraba todo menos la ambición. Hindley trató de zafarse de la mirada del inglés, pero no escapó de su control. Por detrás, Almeida, corajudo, despegó. El portugués quería entrar en el juego del podio. Mordía la montaña. A Pello Bilbao y Kelderman era el puerto el que les pellizcaba las piernas. Hindley y Geoghegan congelaron la ascensión. Guerra de nervios. Bizqueaban la mirada. En paralelo. Hindley cambió otra vez de ritmo. En vano. El londinense se prensó al australiano. Dos en uno. Esa es su historia. Se jugaron la etapa, que fue para Geoghegan, en una baldosa de Sestriere. Hoy se deben repartir el Giro en Milán. Ambos llegan en la misma hora. Empatados. No hay aire entre ellos. A Pello Bilbao, la corriente fría de Sestriere le alejó del podio.

Crono en Milán. 85 horas, 22 minutos y 7 segundos después, Hindley y Geoghegan llegan a la crono que decidirá el Giro separados por las centésimas que otorgan la maglia rosa al australiano. Los 15,7 kilómetros de la capital lombarda definirán el vencedor de una carrera en la que ninguno de los aspirantes al trono aparecía entre los favoritos. En un Giro extraño, el campeón no lo será menos. Kelderman, Pello Bilbao y Almeida pelearán por la tercera plaza. El neerlandés tiene una ventaja de 1:19 respecto al vizcaíno, que a su vez aventaja en 23 segundos al portugués. El gernikarra defenderá su posición a la espera de la debacle de Kelderman.