Los italianos, desmedidos a la hora de las medidas, tiran los puertos, se les caen de los bolsillos, como las monedillas. La chatarra, eso sí, la catalogan muy a su modo. Le dan un segundo uso. De la Segunda Guerra Mundial y de los combates en el Alamein, los italianos se llevaron toda la chatarra que dejaron los combates: tanques, cañones, blindados y demás. Algo inservible, destrozado. No para ellos. Con ese material Zanussi hizo electrodomésticos. Perdieron la guerra pero no el negocio. Italia es una constante reinvención. Con esa lógica, el Giro continuó con su discurso de avanzar después de que la mañana se pusiera fea con el positivo por coronavirus de Fernando Gaviria.

El colombiano pasó el covid-19 en febrero. Se contagió en el Tour de los Emiratos Árabes Unidos y en las pruebas PCR realizadas en el segundo día de descanso volvió a tener un resultado adverso. Reinfectado. Uno menos para la caravana de la corsa rosa. También dio positivo un miembro del staff del AG2R. Poca cosa para los italianos, que pudieron celebrar la etapa 2.000 de la historia de la carrera observando el triunfo de Jan Tratnik en un día de asueto para los favoritos, pendientes de los colosos que les esperan para baquetearles las piernas y quemarles los pulmones. Solo Almeida quiso subrayarse con un arranque de orgullo en los estertores que le dio para dos segundos, un momento. Reivindicó su nombre.

La organización de la carrera italiana respira más tranquila porque todo parece indicar que la competición llegará hasta Milán y eso es una cuestión de Estado. En la anterior tanda de test PCR fueron 8 los miembros de la burbuja los que dieron positivo por coronavirus y el Jumbo y el Mitchelton abandonaron la prueba. Kruijswijk y Matthews dieron positivo entonces. Con anterioridad se infectó Simon Yates. Eso les colocó a un paso del abismo, pero el catenaccio funcionó. Si después existen quejas, gesticulan. Siempre funciona. Las explicaciones, al final. Política de hechos consumados.

El regreso del Giro tras la segunda jornada de descanso era un maratón y varias cotas que apenas parecían badenes en el relieve, pero escondían rampas corajudas, de las que se impregnan en los músculos y los retuercen. Monte di Ragogna era el último ejemplo de ese ingenio italiano. Un tercera por longitud, 3 kilómetros, pero una cuesta hosca, de mirada torva, con una pendiente media del 8,9%. La organización decidió triplicar el paso por esa cota. Antes dispuso otras cumbres para horadar el entusiasmo del pelotón, que decidió optar por la calma frente a un futuro alpino donde se espera la resurrección de Nibali, un especialista en terceras partes. Otros no pueden esperar. Como una escapada que era un minipelotón, con 28 dorsales, todos hermanados ante la pasividad del gran grupo que no quiso saber nada.

El pelottón, de paseo

De ese enjambre, Jan Tratnik y Manuele Boaro se enlazaron hasta que el esloveno se desentendió del italiano en el penúltimo paso de Monte di Ragogna, la aduana de la jornada. Allí situó a sus centinelas Almeida, que formaron a lo ancho de la calzada durante la ascensión. El portugués no quería que se le alterara el ritmo del corazón. Piancavallo sonrojó al líder el domingo y nunca se sabe. Colocó un muro humano para bloquear cualquier movimiento entre los favoritos. Sonó la campana de la última vuelta en San Daniele del Friulli. Tratnik, contrarrelojista, siguió a lo suyo, en su soliloquio. A Boaro le acogieron otros de los fugados. El pelotón se hizo el sordo cuando repicó la campana minutos después. Cicloturismo.

A Tratnik le cambió la cara cuando encaró de nuevo Monte di Ragogna. La cuesta le pesaba. Plomo en los bolsillos. O’Connor y Swift se fueron a por él. A Swift le faltó pegada. El australiano, desatado, se abalanzó sobre Tratnik justo en la corona del puerto. Lo que era de uno, se había convertido en un reparto. Compartieron esfuerzos para encontrarse en el vis a vis. Allí comenzó el juego. Tratnik dejó de colaborar. Guerra psicológica. O’Connor, nervioso, alzó el vuelo en el repecho que daba a meta. Quiso fundir al esloveno, pero Tratnik, sólido, soportó el latigazo y le rebasó para festejar la etapa 2.000 de la historia del Giro. Un puñado de minutos más tarde, silbó el pelotón tras el desparpajo de Almeida.