- Acodados los Dolomitas el domingo, tamborileando los dedos en Piancavallo, y con la contrarreloj haciendo rodillo, Almeida adelantó el reloj del Giro. El joven líder giró la corona del contador de la carrera para regalarse media docena de segundos extras. El portugués hizo acopio de tiempo. Unas manecillas para sus alforjas rosas. Seis segundos más. El portugués cuenta con una ventaja de 40 segundos sobre Kelderman y de 49 respecto a Pello Bilbao, enquistado entre los mejores.

El gernikarra sigue firme cuando el Giro se adentra en las profundidades. Almeida discutió con Ulissi y Konrad la gloria en Monselice después de un trepidante final con aroma a clásica. Se impuso el italiano. Su segundo festejo en el presente edición, el octavo de su carrera en la corsa rosa. El Giro son muchas carreras en una. Matriuska. Entre carreteras quebradas, añejas, de memoria agrietada por el paso del tiempo y la huella de la decadencia, Almeida mostró su exuberancia a un palmo de la contrarreloj. La lucha individual de 34 kilómetros en Valdobbiadene servirá para reordenar el Giro.

La carrera italiana es una maravillosa locura, lejos del ordeno y mando del Tour. Sagan brotó con su muchachada para herir a Démare, el rey de la velocidad. El eslovaco esprinta desde lejos porque en las distancias cortas el francés es imbatible. Sagan se apresuró en las paredes que tabicaron la cota de Roccolo, una ascensión corta pero de alto voltaje donde Bouchard y Tonelli respiraban aún la libertad de la fuga. Sagan trató de electrocutar al francés, su pesadilla, mientras los favoritos se agolpaban en la misma cuadrícula, conscientes de que al examen del reloj no convenía llegar con retraso. Pello Bilbao reclamó su espacio en una carretera hipnótica, abrazada por verdes bosques.

El Bora dispuso a sus corredores para apretar la soga a Démare, al que llevaban sobre los hombros sus sherpas. El esprint se armaba entre rampas de garaje, a kilómetros de distancia. Es el modelo de Sagan, que ha perdido velocidad punta, pero no hambre. El Groupama respondió a la afrenta. Plegado Roccolo, Démare se personó en el puente de mando. Restaba otra chepa. Calaone propuso el mismo ajedrez. Nibali, Fuglsang, Almeida, Bilbao y Kelderman no se dieron espacio. Almeida se situó en la torre de control. El portugués no quiere distracciones. En dos kilómetros verticales, Guerreiro y Geoghegan revolotearon. Su aleteo descompuso a Démare y descascarilló a Sagan. El eslovaco alcanzó la cima con un puñ ado de segundos sobre el francés, pero se quedaron colgados en una lucha por las migas.

El banquete estaba delante. Entre los jerarcas la consigna era ahorrar energía. Salvo para Almeida. El líder, temperamental, decidido, sin peajes ni facturas, solo pendiente del péndulo del presente, se dispuso a dejar su sello. Deceuninck quería la etapa y que el rosa de Almeida fuera fucsia. El resto de candidatos se encolaron a ese tren de lujo. Almeida, seguro de sí mismo, no pestañeó cuando se midió con Ulissi en el respiradero de la etapa. El italiano, experto llegador, con siete victorias en el Giro, le batió, pero el líder se quedó con seis segundos más para encarar la crono. El tic-tac de Almeida.